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viernes, septiembre 28, 2007

LA CAJA DE PANDORA

Los buenos mitos suelen tener al menos dos versiones, a menudo contradictorias entre sí. El mito de Pandora, como otras historias del "Paraíso Perdido", trata de expresar por qué no somos tan felices como nos gustaría, pero la historia cambia según quién nos la cuente. Según la versión más conocida, el ánfora de Pandora contenía todos los "males" de la tierra; cuando la insensata Pandora "metió la pata" y la abrió, todos estos males se esparcieron por el mundo; sólo quedó la esperanza, que habrá de ser vana ilusión, ya que de "males" iba el cuento. Sin embargo, a través del poeta Theognis nos llegó otra versión, según la cual Pandora (que ciertamente significa algo así como, "la portadora de todos los dones") no custodiaba más que "bienes", que al abrirse la jarra se esfumaron, exceptuando a la esperanza, que al menos nos recuerda (y acaso nos promete) todo aquello que se marchó.

Las dos versiones pueden ser "verdaderas" al mismo tiempo, porque las dos nos hablan de lo profundo de nuestra experiencia. Pero luego, como decía Oscar Wilde en boca de Vivian, la vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita la vida; nos pasamos la vida encarnando nuestros mitos más cercanos, nuestra experiencia se parece bastante a nuestros sueños, nuestras profecías se ven a menudo autocumplidas. ¿Cuántas personas viven de manera radicalmente distinta la misma situación objetiva? Nuestra felicidad depende de que la "esperanza" sea el "mal" que se quedó en la caja de Pandora para machacarnos con ensañamiento o el "bien" que se mantuvo junto a nosotros, aún con la melancolía que proporciona la nostalgia de futuro. Ahora bien, esto no sólo afecta a nuestra experiencia, a nuestras emociones, a nuestras vísceras, sino también a nuestras estrategias racionales. La manera frente a la que nos situemos ante un fenómeno nos permitirá un mayor o menor margen de actuación.

Sostengo que las migraciones masivas son un fenómeno estructural de nuestro tiempo. Con esto quiero decir que, como su "madre" más abstracta, la llamada "globalización", forman parte indisoluble de nuestro paisaje social, de las "reglas del juego" de los tiempos interesantes que nos ha tocado vivir; si algún día no hay migraciones masivas, la sociedad habrá cambiado tan radicalmente que no la reconoceríamos (y de hecho, el cambio llevaría tanto tiempo que probablemente estaríamos ya muertos). En su manifestación actual, las migraciones vienen determinadas por el progreso de los transportes y las comunicaciones, por los radicales desequilibrios a nivel mundial en el desarrollo económico, que lamentablemente no van a cambiar de hoy para mañana, y -eso ya siempre- por la propia naturaleza de los seres humanos (que fueron migrantes antes que sapiens). Levantar el dedo airados y quejarnos de las migraciones es como lamentar la existencia de los árboles, los coches, las casas, los relámpagos, el día y la noche.

Pero con las migraciones nos puede pasar como con la caja de Pandora, que no nos aclaremos en si contienen males o bienes. ¿Es "bueno" o es "malo"?, nos preguntamos continuamente y a veces la realidad se burla de nosotros como en el cuento taoísta del campesino y el caballo. Nos empeñamos en esas cosas, en poner etiquetas blancas o negras a las grandes palabrejas con las que intentamos entender la realidad. Nos engañamos. Las migraciones son un "macrofenómeno"; o sea, que en ese saco echamos miles y millones de historias, de procesos, de dramas, de situaciones reales, de experiencias, de problemas. La "industrialización", por ejemplo, ¿es "buena" o es "mala"? Como hijo de una sociedad configurada por ella no puedo menos que decir "globalmente buena" (sin ella, no puedo imaginarme honestamente), pero de esta manera corro el riesgo de insultar al aire envenenado, a las aguas contaminadas, al sudor y la sangre de aquellos que la hicieron posible y la hacen hoy rentable en la eterna periferia. La cuestión más bien es cómo nos situamos ante este fenómeno, que forma parte indisoluble de nuestras vidas. Los obreros ludistas perdieron mucho tiempo y esfuerzo quemando las máquinas y tratando de parar el reloj del tiempo en lugar de pensar de qué modo iban a replantearse sus estrategias en el mundo industrializado.

Merece la pena contemplar las migraciones como una oportunidad. Desde el punto de vista económico, pueden producir muchos efectos beneficiosos tanto en los países de origen como en los de acogida (todo lo que es romper fronteras puede tener un efecto positivo si se gestionan los efectos secundarios). Desde un punto de vista cultural, nos aportan la experiencia del extrañamiento, que nos descoloca a unos y a otros del automatismo perceptivo y nos hace comprendernos mejor a nosotros mismos; amplía nuestras posibilidades de acción gracias a la diversidad y nos enseña -si lo hacemos bien- a superar las barreras "culturales" que separan a las personas. Desde el punto de vista personal, es la historia en la que muchas personas tratan de hacer realidad sus sueños. Pero también hay consecuencias "negativas": consecuencias económicas perniciosas sobre los países de origen y los de destino, conflictos interculturales, explotación laboral, etnicismos y discriminación, segregación. Nuestra acción no puede cambiar radicalmente el argumento del cuento, que depende de mucha más gente, de una estructura social, pero nos puede acercar más a uno u a otro polo. Nuestro posicionamiento puede abrirnos o cerrarnos posibilidades de acción.

Tenemos que aprender a no hacer caso de don Pésimo, para no convertirnos en vendedores de tormentas, o, para no quedarnos paralizados por el terror e incapaces de hacer nada que no sea rezongar y quejarnos de lo malos que los los extranjeros y de que todo se va a ir a la mierda. Pero no está de más tener también algún cuidado con don Óptimo, para no evadirnos de los problemas de la gente, para no construir castillos de arena que se nos disuelvan a la primera de cambio y nos dejen solos con don Pésimo. No confundamos a don Óptimo con el último de los bienes de la caja de Pandora, con el último que se pierde. La esperanza, esa convicción de que lo que hacemos de corazón tiene sentido pase lo que pase, si la sabemos cuidar, permanece incluso cuando don Óptimo se ha marchado a comprar tabaco para no volver nunca.

domingo, septiembre 23, 2007

"CARA A CARA": LA INTERCULTURALIDAD COMO ESTRATEGIA

En una entrada anterior hablábamos de tres nociones del vocablo "interculturalidad", como alternativa a la posible carga esencialista y extremadamente relativista del llamado "multiculturalismo". Así, nos referíamos a la interculturalidad como realidad, como valor y como mito. A ese potaje se me olvidó echar un ingrediente importantísimo: la interculturalidad como estrategia (tanto desde un punto de vista personal como político y social). Desde esta perspectiva, la "interculturalidad" va más allá de las diferencias culturales y de hecho las traspasa con su implacable aguijón; atraviesa las artificiosas fronteras de los grupos étnicos, la letanía de las pautas estereotipadas de relación "entre culturas", la jaula de las etiquetas éticas étnicas. No es un punto de partida ni un punto de llegada, sino un proceso; el proceso por el cual nos vamos encontrando con los Otros más allá de su "otredad". Su fundamento no es otro que la dignidad humana, que es el valor que hemos querido utilizar como criterio último de orientación en el torrente de la diversidad.

Por supuesto, esta estrategia implica interesarse por las diferencias culturales, aprender sobre ellas, conocerlas; pero también supone descubrir las prácticas y representaciones culturales que nos unen. Siempre hay muchas; primero, porque en el fondo las personas estamos hechas de la misma pasta (lo que los antropólogos llaman la "unidad psíquica de la humanidad"), "la gente es igual en todas partes", decía con seguridad el anciano de la "tribu" Tiv a la antropóloga Bonhannan; segundo, porque es irreal la noción esencialista de las "culturas" como entidades coherentes y estables, compartimentos estancos: la realidad sociocultural es heterogénea, no tiene fronteras objetivas y es cambiante. Pero este proceso no sólo consiste es descubrir que no somos "tan" distintos; en el fondo, se trata de rebasar los estrechos límites autodefinidos de lo cultural, lo religioso, lo ideológico o lo étnico para encontrarnos simplemente con personas.

Hoy en día, en España y con carácter general, nuestros definitivos "Otros" son todas esas personas que con simpleza etiquetamos como "moros" o "musulmanes", de ahí que muchos ejemplos míos vayan por ahí (aunque sea mucho más rica nuestra diversidad cultural, que, además, no sólo implica a los migrantes). Estoy convencido de que muchos (no todos, claro) de los "españoles" que vociferan consignas islamófobas y otras escatologías de la invasión jamás se han encontrado con uno de ellos "cara a cara". Quizás, más allá de las noticias de las 3, se hayan tropezado con ellos por las esquinas, los hayan visto subir al metro o paseando por las calles, o hayan intercambiando algunas palabras para que te vendan una caja de leche en el "chino" o un CD pirata en el "top manta". Quizás los hayan tratado un poco más, pero es posible que su relación haya sido excesivamente estandarizada, haya estado mediatizada por los roles, por los estereotipos, por las fronteras étnicas que unos y otros fraguamos; relaciones en las que somos únicamente la careta que nos tocó en suerte en el drama.

El que suscribe en cambio, ni mejor ni peor que estas personas, ha tenido la oportunidad y la suerte (no es un mérito, claro) de estar cerca de algunos de esos "Otros" más allá de su "otredad" y de ver como a otros "españoles" les pasaba lo mismo: tener conversaciones en las que te hablan de su país, de sus costumbres, de sus tradiciones, de su fe (que no es lo mismo), pero también de sus sueños, de sus preocupaciones, de sus aspiraciones, de sus miedos; convivir diariamente; fraguar "incluso" amistad de la buena. Los esqueletos del estereotipo (demonizado o idealizado) se cubren entonces de carne y cobran vida; descubrimos a personas con virtudes y defectos, ni santos ni demonios, como tú y como yo, como todos. Esa experiencia no necesariamente cambia radicalmente nuestra perspectiva ideológica, nuestra visión global de las migraciones, del Islam o de lo que sea; de hecho, en la actualidad todo el mundo afirma en teoría la humanidad de aquellos Otros. Pero, en la práctica, esta experiencia nos hace menos dogmáticos, menos vociferantes, más escépticos, menos soberbios o simplistas, y, sobre todo, mucho más capaces de que la próxima vez nuestra relación personal sea normal desde el principio, sea cuál sea el contenido de nuestros estereotipos, porque sabremos que estamos delante de una persona de carne y hueso, no de un monigote. Por tanto es una experiencia que hay que promover activamente, que no tiene que dejarse en manos de la casualidad o el destino.

Me he acordado de todo esto porque el otro día pude disfrutar en el Festival Alcances de un corto documental llamado "Face to Face" (cara a cara, de Adriá Fernández y Thomas Aubry) que nos narra una manifestación concreta de esta estrategia y nos trae un rayito de esperanza en una situación en la que lo más realista es ser pesimista (pero claro, la esperanza no es lo mismo que el optimismo). En el Estado de Israel y en los territorios ocupados, el círculo vicioso del miedo y el odio parece no tener fin y las fronteras entre judíos y palestinos a veces parecen impermeables; las relaciones están fuertemente determinadas por los roles étnicos y por las máscaras mediáticas. La iniciativa es algo muy sencillo, muy modesto, pero a mi juicio muy significativo: "mezclar" adolescentes palestinos e israelíes en unos días de convivencia. Uno de los encargados del proyecto describía el shock inicial del derrumbamiento de las diferencias imaginarias y estereotipadas: "¡Visten como nosotros!", "¡Piensan como nosotros!", "¡Se pelean entre ellos como nosotros!". Decía que era fácil que, por ejemplo, los "judíos" que tratara en toda su vida un palestino de los territorios ocupados fueran los soldados y los colonos, que, lo quieran o no, están cumpliendo en su trato con ellos con el rol de "judíos" que marca las diferencias. Por eso son importantes estas experiencias: no cambian necesariamente de manera radical tu concepción del mundo, tu ideología, tu identidad étnica, tus opiniones, pero infunden todo eso del inconfundible olor de la humanidad, más allá de las elaboraciones teóricas de los Derechos Humanos que nadie discute en voz alta. En Israel y en todas partes es urgente y necesario tender este tipo de puentes que nos hacen -aunque sea por un momento- tratar con las personas con la careta algo más difuminada.

La imagen de arriba se refiere a una iniciativa artística del mismo nombre (Face 2 Face) y similar filosofía, también en conexión con las relaciones entre judíos y palestinos. Se trata de exponer por todas partes fotos hechas "de cerca", con el objetivo casi en la cara, de judíos y palestinos que desempeñan exactamente la misma profesión (supongo que por partir de una semejanza), haciendo inevitablemente muecas. El vídeo que os pongo no es el corto del que hablaba antes, sino el trailer de esta experiencia fotográfica. "Aunque son vecinos, judíos y palestinos no se ven más que a través de los medios", se dice al principio. No es que estas fotos vayan a cambiar el mundo, pero encarnan esta necesidad: mirarnos de cerca, "cara a cara" y descubrir quizás que el "monstruo" provocado por el espejismo se muestra ahora como un reflejo especular que nos dice como somos nosotros mismos.

viernes, septiembre 21, 2007

RAZAS: (IV) Despedida y cierre ¿del racismo biológico?

Hemos visto que las "razas" no son más que categorías sociales, culturalmente determinadas y construidas, dependientes de diferentes factores socio-culturales en función de indicadores que a veces, y sólo a veces (cuando conviene), se refieren a rasgos observables del fenotipo o a conexiones genealógicas. Exactamente lo mismo que las "etnias", las "culturas", o las "naciones" (ius sanguinis y "nacionalidad", por ejemplo). El avance de la Genética impide en la actualidad que ésta pueda servir de muleta al racismo, de manera que los argumentos raciales "clásicos" (que, insisto, sólo se han mantenido durante unas pocas décadas en la historia de la Humanidad) resultan cada vez más ridículos. Este cartel de 1943, pensado para alistar a los "negros" norteamericanos a la guerra (cuando la segregación todavía era legal en muchos Estados y cuando se metía a los japoneses en campos de concentración), insiste en que ser "americano" no es una cuestión de "raza" o de "descendencia", sino una cuestión de "mente" y "corazón" (tropos que parecen aludir a una especie de identidad "cultural"). ¿Nos han abandonado las "razas" y nos quedan sólo las "etnias"?

Antes que nada ¿tienen sentido las "razas" en el discurso biológico? No podemos evitar seguirnos acordando de los perros, los gatos y los guisantes de Mendel. Hay que aclarar que las "razas puras" son construcciones humanas que resultan de una serie de apareamientos selectivos "artificiales" de animales o vegetales "domésticos" con vistas a su explotación económica; la clasificación de un animal o vegetal en una u otra de estas "razas" en función de determinados rasgos observables de su fenotipo no es "objetiva" y no depende de un modelo platónico grabado a fuego en la realidad, sino de un "ideal" artificialmente construido y dependiente en último término de la finalidad que motivó la "manipulación genética" rudimentaria; ya lo saben, si su perro es un "chucho" es porque se separa de una categoría inventada por las personas. Por supuesto, estos cruzamientos selectivos suponen una cierta ordenación de algunas diferencias genéticas, que pueden (o no) ser relevantes para algún propósito científico. Del mismo modo, la lejanía y los obstáculos geográficos suponen que algunas poblaciones endorreproductoras dentro una especie puedan tener rasgos comunes, que pueden (o no) ser relevantes para un propósito científico. Pero estas tipologías dentro de las "especies" no son "esencias"; ni siquiera las "especies" lo son, a pesar de su carga etimológica (simplemente se ha escogido un criterio funcional para marcar la diferencia, que es la posibilidad de apareamientos fértiles, debido a la importancia que esto tiene para la transmisión de los genes).

Así pues, también pueden existir poblaciones endorreproductoras humanas que compartan algunos rasgos genéticos (que podrían o no estar presentes en el fenotipo, y en este caso podrían ser o no directamente observables) y ello puede ser relevante (o no) para propósitos científicos; eso sí, las limitaciones geográficas y culturales al apareamiento son cada vez menos significativas, debido principalmente a las formas sociales de la vida moderna, el crecimiento brutal de los núcleos de población y las migraciones de todo tipo. En mi humilde opinión de lego en la materia, para estudiar lo que quede de esto debemos abandonar el lastre cognitivo de las clasificaciones folk con las que empezamos (¿necesariamente los rasgos visibles que resultaron salientes para construir categorías con propósitos socioculturales van a ser relevantes para la Biología o la Medicina?); además, debemos abandonar en la práctica y no sólo en teoría, la carga esencialista de las razas, que ni siquiera es válida para las "especies" (asumiendo, como en el campo de las "culturas" que no hay una serie de compartimentos estancos discretos sino una gradación continua donde se articula una cierta diversidad genética). Un buen modo de simbolizar este cambio epistemológico es dejar de hablar de "razas" y trabajar con poblaciones y "clinas". Posiblemente, realizaciones como el BiDil -medicamento "para afroamericanos"- dependen demasiado de las categorías-folk como para enfrentarse adecuadamente a la realidad; este medicamento en concreto parece más bien inspirado por consideraciones de marketing y problemas de patentes.

Ahora bien, estas reflexiones pueden tener sentido para mejorar nuestro conocimiento o los diagnósticos médicos, pero, en realidad no tienen nada que ver con la discriminación racial. Porque la discriminación racial, como espero haber mostrado en la entrada anterior NUNCA se ha basado estrictamente en el contenido REAL del material genético (eso, de momento, sólo sucede en la ciencia-ficción). Basta con que la "raza" resida en la imaginación humana, que es donde ha residido siempre, para que sea relevante; su contenido primordial es socio-cultural (marca identidades y relaciones de dominación). Los rasgos físicos siguen funcionando como indicadores que permiten "marcar" la diferencia, no son otra cosa. Por sus rasgos fisionómicos podemos identificar a un "sudamericano", a un "moro", a un "gitano", a un "chino" o incluso a un "guiri", pero los rasgos son una pista, no la categoría en sí misma, (de hecho, mirando la vestimenta, escuchando el acento, observando lo que hace, preguntándole, podemos cambiar nuestra conclusión inicial); por sus rasgos podemos identificar a un "subsahariano", pero también podemos descubrir que es un "afroamericano" y entonces ponerle una etiqueta distinta. Un jeque árabe puede tener una etiqueta distinta que un "inmigrante" marroquí, pero eso no implica que no seamos "racistas"; implica que nuestras categorías son múltiples, que sus fronteras no son claras y autoevidentes, que se adaptan a situaciones sociales diversas.
En este sentido, los rasgos físicos, no son más que un indicador más para construir categorías étnicas; estas categorías, como todos los estereotipos, nos proporcionan información rápida e imperfecta, en este caso, sobre una persona, lo que puede ser relativamente útil en un momento dado (por ejemplo, para suponer a priori que alguien es extranjero y evitar hablarle en gaditano cerrado). Ahora bien, cuando la causa de un tratamiento desfavorable a una persona es la adscripción (compartida o no por esa persona) a una categoría étnica, y ese tratamiento es potencialmente capaz de situar a grupos enteros en una posición sistemática de inferioridad, entonces estamos hablando de discriminación. No importa si identificamos al tipo como "moro", "sudaca" o "gitano" por sus rasgos físicos, por su acento, por sus propias palabras, por su vestimenta o por su manera de andar; lo que importa es la aplicación de la categoría. Ninguna categoría étnica se basa exclusivamente en rasgos genéticos o genealógicos; casi ninguna de ellas (incluyendo nuestra actual definición jurídica de la "nacionalidad") se libra completamente de ellos. ¿Ser "moro" (o árabe, o bereber, o turco) es una "raza"? ¿es una "etnia"? ¿En realidad, importa algo?

¿O es que acaso nos hemos librado de los rasgos físicos? Hace tiempo comentábamos un caso curioso. Unas personas eran desalojadas de un vuelo por el resto de los pasajeros, al parecer porque tenían "rasgos pakistaníes", "hablaban árabe" y "llevaban ropa muy calurosa en verano" (si confiamos en la precisión fisonómica y lingüística de los pasajeros, la verdad es que es un poco sospechoso ver a unos pakistaníes hablando en árabe, yo si veo gente con rasgos españoles y hablando en latín pienso inmediatamente en una conspiración jesuítica); desde una tribuna liberal se considera que esto no es "racismo" porque el ser "musulmán" no es un "destino biológico", sino el resultado de una opción personal, que los "musulmanes" deben reflexionar, o de lo contrario, tienen que asumir las consecuencias. Vamos a olvidarnos por un momento del molesto derecho fundamental a la libertad religiosa, del ya cansino tema de la supuesta esencia maligna del Islam y de los pequeños matices que pueda tener la conexión entre religión y opción libérrima, por ejemplo, para un nacido en Pakistán. El caso es que nuestro tribuno liberal asume que estos señores eran musulmanes; podían ser, digo yo, agnósticos o ateos ¿no era una opción personal? (otra vez el totum revolutum de "cultura", "lengua" y "raza", QUE HA HABIDO SIEMPRE), o, si somos un poco más pesimistas y desconfiamos de la precisión de los pasajeros, los desalojados podrían haber sido cristianos sirios, coptos o palestinos, hindúes de la India o cualquier otra cosa. Uno siempre puede tener un mal día y confundir a un "indio" con un "pakistaní" o la pronunciación del "árabe" con la del hindi; o uno puede tener un poco flojos los dialectos y creer que hablan en urdu cuando es hindi. El que desde luego no era musulmán era el señor español que tuvo problemas en un avión en Alemania por tener la tez morena y una poblada barba (no hace falta "pertenecer a otra raza" si es que eso significa algo, para ser víctima de la discriminación racial).
En todo caso, si asumimos, como es "natural", que estos señores eran "musulmanes", nuestro tribuno liberal no nos da pistas (como casi hacía hace unos siglos don Hernando de Talavera) acerca de qué tendrían que hacer una vez hubieran reflexionado sobre su opción personal y hubieran, seguramente llegado a decidirse por la apostasía. Quiero decir, qué tendrían que hacer para desprenderse, además, de esos incómodos rasgos "pakistaníes" y de ese maligno acentillo árabe (o urdu) que los hace ser "justificadamente" sospechosos de terrorismo. No señor, por mucho que avance la ciencia no estamos libres del uso de rasgos físicos para construir categorías, y mucho menos de la construcción genealógica de la identidad.

No quiero con esto dedicarme a acusar de "racista malo maloso" a nuestro tribuno liberal ni a los aterrorizados pasajeros del avión (su miedo es comprensible, pero eso no legitima su actitud), suponiendo que nosotros, los "progres", los buenos, los puros, nos encontramos libres de "pecado". Lo que quiero decir es que refugiarse en una versión imaginaria del concepto de "raza" de las primeras décadas del siglo XX o huir hacia la mención de los "destinos biológicos" no sirve precisamente para combatir el "racismo", sino más bien para quedarnos contentos, tranquilos y adormecidos con los comportamientos discriminatorios que practicamos o que llevan a cabo los "nuestros".

martes, septiembre 18, 2007

RAZAS: (III) Las razas no tienen genes

Como íbamos diciendo, durante un breve período de la historia de la Humanidad, el racismo de toda la vida se apoyó en un bastón fabricado con madera del árbol de la ciencia; se usaron algunas construcciones científicas para legitimar determinadas representaciones que, en realidad, tenían un carácter eminentemente social. Un buen día, el bastón se hizo astillas y descubrimos que los racistas eran los malos de la película, así que tuvimos que inventar nuevas formas de practicar el mismo deporte con otro nombre. Nuestro corazón liberal sufre cuando alguien trata a las personas "por el color de su piel", qué cosa tan absurda y tan ineficiente en nuestro mundo "meritocrático", que sólo tira a la cuneta a los que "verdaderamente" resultan "inútiles" para la acumulación de capital. Pero... ¿EN REALIDAD el fondo del "racismo" es tratar a las personas "por el color de su piel"?

Señalábamos en otra ocasión que eso no sucedía ni siquiera en el ejemplo de sistema racista por excelencia: el apartheid sudafricano. Si definían "blanco" como alguien que es obviamente blanco y no es generalmente aceptado como persona "de color", o bien que no es obviamente no blanco y es generalmente aceptado como persona blanca, es porque la raza es una construcción social y el "color de la piel" sólo un indicador. Desde luego, puede haber una cierta propensión psicológica innata al miedo o a la aversión frente aquellos que tienen la desfachatez de presentarse como claramente diferentes a "nosotros"; pero esta propensión se manifiesta con formas e intensidades diversas en las distintas sociedades, en función de factores socioculturales; así pues, ¿cuáles son en el fondo las principales causas del racismo? ¿Por qué se quería separar en Sudáfrica a "blancos", "negros" y "gente de color" (por usar la clasificación más simple)? ¿Era porque los blancos no querían ver a los demás "ni en pintura"? ¿Era una cuestión estética? Claro que no, aunque indudablemente allí donde domina una ideología abiertamente racista, la aversión tenderá a ser mayor. Sin estudiar el tema en profundidad, yo diría que había dos factores especialmente relevantes: el primer factor sería la búsqueda de la "pureza" cultural; lo que se teme no es tanto la cercanía de alguien de color extraño, sino la interacción de grupos humanos diversos y de pautas culturales diversas. El segundo factor, y quizás el más importante, sería la búsqueda desesperada de "identidad social" del grupo étnico dominante; simplificando: los "blancos" mandan, los "negros" obedecen, las relaciones de poder entre un grupo minoritario, pero muy significativo, de "blancos" y una mayoría de "negros" son desiguales, y esta desigualdad se reproduce y se perpetúa reforzando la identidad social "blanca" y evitando su "disolución" en la mayoría "negra". Los rasgos físicos son indicadores inmediatos de pertenencia al grupo, que permiten una rapidísima asignación de status (como pueden serlo las joyas, las ropas o el coche). La identificación inmediata de la casta dominante es el sueño de cualquier sistema de desigualdad intensa y por tanto el sistema se "esfuerza" por mantener esta "ventaja", una razón más para evitar la mezcla. Ciertamente, la vida es bastante más complicada que eso y las "razas" no son compartimentos estancos, de ahí esas definiciones legales grouchomarxistas, la entrada en acción de los coloured y todo eso. Por eso, como en los EEUU de la segregación, se prohiben (y aún así no consiguen impedirse del todo) los apareamientos entre lo que se consideran miembros de distintas "razas". Porque los apareamientos son elementos de confusión que dificultan la identificación de los que tienen la sartén por el mango, además de producir interacciones culturales que traspasan las barreras socialmente construidas. En EEUU, por cierto, la segregación y el odio a los "negros" eran consecuencia del fin del esclavismo: mientras los negros fueron esclavos, se les consideraba inferiores, claro está, pero no había leyes específicas de segregación ni Ku Klux Klan.

Tal vez, si queremos un modelo ideal de "racismo biológico" tenemos que irnos al otro ejemplo mítico, la Alemania nazi; eso sí, a tal efecto no importaba que los "judíos" de todo el mundo presentaran una enorme diversidad genética y fisonómica real, derivada de los dos mil años de "diáspora" de este grupo étnico y muy a pesar de las prohibiciones religiosas de exogamia. En el imaginario nazi, se fraguaban rasgos físicos prototípicos, pero luego no había métodos infalibles para la identificación de los judíos cuya genealogía no se conocía (de todas maneras, también se prohibía el apareamiento interétnico, para evitar la mezcla cultural y la confusión genealógica). La distinción entre "arios" y "semitas", dicho sea de paso, no se refiere estrictamente a genealogías biológicas, sino a "familias" lingüísticas. Los iraníes, por supuesto, son "arios", al menos los "persas", y también deben serlo los "gitanos" (que, como los "judíos", fueron perseguidos y exterminados por los nazis debido a la mera adscripción a un grupo social). Unos y otros hablan lenguas indoeuropeas, y es probable que por sus genes haya algo compartido con los antiguos pueblos que hoy llamamos "arios". Eso por no hablar de los judíos alemanes, que tenían una lengua aria, el alemán, como lengua nativa y probablemente tenían una semejanza genética significativa con los alemanes "puros" (más que un "ario" de más lejos, seguramente).

Ciertamente, los conceptos de "judío" y "alemán" se construían también sobre una base genealógica. Pero algo había que hacer con los "mestizos", los Mischlinge, otra vez los coloured, con otro nombre; no es posible crear fronteras impermeables entre las personas o mantenerlas por mucho tiempo sin que empiecen a "molestar" las zonas grises. Los Mischlinge no eran culturalmente "judíos", pero su "sangre" estaba "contaminada" de cultura judía porque alguno de sus antecesores lo fue (en ese totum revolutum de cultura, lengua y rasgos genéticamente heredados), de manera que se les aplicaba la normativa racial; nada que no se quite con un buen ritual de purificación: el Certificado de Sangre Alemana, un acto taumatúrgico de voluntad por el que el dios-Estado, "limpiaba" de su "sangre" la "raza" del sujeto (que podía ser, por ejemplo, un judío colaboracionista o un héroe de guerra con ancestros judíos), que se convierte misteriosamente en un "ario" de toda la vida. Otro ejemplo de que la "raza" es una construcción social y en este caso, la genealogía es un indicador que se usa para construirla, pero no es la raza misma.

Una vez hemos roto los esquemas dependientes de la supuesta conexión entre "razas" y Biología, podemos darnos cuenta de que en realidad los rasgos físicos no nos han abandonado del todo. O sea, que seguimos aplicando básicamente el mismo mecanismo que en la era biologicista, que en realidad era el mismo que se había utilizado en el racismo tradicional. Nada nuevo bajo el sol. Lo veremos en el próximo capítulo, donde trataremos de sintetizar las posibles moralejas para estos tiempos interesantes que nos ha tocado vivir más allá de la ya referida esterilidad de la distinción entre "etnia" y "raza".

viernes, septiembre 14, 2007

RAZAS: (II) El "impuro" pedigrí del racismo biológico

En la actualidad, no es infrecuente creer que las "razas" son algo distinto de las "etnias"; las primeras, se referirían a características físicas, biológicas, genéticamente heredadas, rígidas e inmutables; las segundas, a las más nebulosas e informes características "culturales", "nacionales" o "religiosas", contingentes y derivadas en último término de la "libertad humana". Según este discurso, el "racismo" sería algo profundamente irracional, repugnante, deleznable (algo en lo que el que suscribe nunca caería, por supuesto); el "etnicismo" en cambio, hay que valorarlo en cada caso, pues sólo los ingenuos multiculturales creen que "todas las culturas son iguales". Todo este discurso está equivocado de cabo a rabo, radicalmente, por más que pueda haber fragmentos deformados de verdad en él. Hoy nos ocuparemos sólo de uno de sus problemas, el hecho de que parte de una identificación miope. Las "razas" y el "racismo" se vinculan automáticamente con las concretas construcciones racistas de una serie de "científicos" en un brevísimo período de la historia (y aún así, contempladas de manera simplista). Vamos a verlo poco a poco, en dos entradas.

Las ciencias naturales tomaron la palabra "raza" del vocabulario común, y más concretamente del vocabulario social (como sucede con tantos otros términos científicos: "herencia", "ley", "híbrido", etc.). No obstante, es cierto que los discursos científicos e intelectuales en torno a la "raza" de los siglos XIX y XX reforzaron enormemente los usos sociales del término (que, como tal, era relativamente "nuevo" y se aplicaba también a seres inanimados). Ahora bien, se llamaran de uno u otro modo, es evidente que tanto las "razas" como el "racismo" son infinitamente más viejos que la Biología moderna, seguramente tan viejos como el ser humano. Por supuesto, el racismo folk de la era premoderna incluía también ambiguas referencias genealógicas, a la "sangre", a los antepasados comunes y a la descendencia aunque nuestros ancestros no supieran nada de los genes. Eso sí, como muestran los datos históricos y etnográficos, la metáfora de la "sangre" es -nunca mejor dicho- bastante fluida, se adapta a la realidad social y se combina alegremente con referencias culturales y lingüísticas (aún hoy se dice, por ejemplo, que los "gitanos", "llevan el flamenco en la 'sangre'").

El esclavismo y, sobre todo, la explotación colonial como elemento clave para el desarrollo del capitalismo industrial, tuvieron que contar con el prestigio ideológico de la "ciencia" para construir un discurso que legitimara y reprodujera las relaciones de dominación. Ello era "necesario", en primer lugar, porque los argumentos religiosos perdían fuelle en el mundo moderno y era preciso buscar nuevos profetas que dijeran lo que había que decir (era preciso algo más que la evangelización para legitimar la colonización); en segundo lugar, porque las élites ilustradas no podían ignorar en sus metáforas sanguíneas los revolucionarios descubrimientos de las ciencias naturales; Darwin había formulado la Teoría de la Evolución, influido curiosamente por el "darwinismo social" que lo precedió; por un camino separado, Mendel había empezado a descubrir lo que hoy llamamos Genética trasteando con "razas puras" de guisantes, aunque la verdad es que hasta el siglo XX no se le hizo ningún caso. Los científicos sociales, por su parte, construían también teorías apropiadas para su momento histórico. Marvin Harris explica mejor que yo todos estos condicionamientos: "El racismo folk, un sistema popular de prejuicios y discriminaciones dirigido contra un grupo endógamo, probablemente es tan viejo como la humanidad misma [...] Antes del siglo XIX, ninguna nación había recompensado nunca a sus sabios por probar que la supremacía de un pueblo sobre otro pueblo era el resultado inevitable de las leyes biológicas del universo".

Ya contábamos en otra ocasión que antes de Boas, casi todos los académicos (sea cual fuere su ideología) eran "racistas" en el sentido de que creían que había "razas inferiores"; en esas concepciones académicas, al igual que en el racismo popular de toda la vida, los factores culturales, físicos y lingüísticos se mezclaban de manera confusa. El centro de la discusión no estaba en el debate entre racismo y antirracismo (aunque muchas personas que creían en la existencia de razas inferiores se oponían a la esclavitud por razones "humanitarias"), sino más bien entre los deterministas raciales y los que, siguiendo la tradición de la Ilustración, daban preeminencia a la Cultura (como un proceso acumulativo universal derivado de la única Razón humana que, por supuesto, culminaba en ellos mismos) y creían que las "razas inferiores" -e incluso los orangutanes, para el ilustrado Lord Monboddo- podían ser encumbradas a través de la Educación, panacea que resuelve todos los males. Las teorías de Darwin, no hicieron más que dar "carta de naturaleza" (nunca mejor dicho) al evolucionismo social que lo había precedido, manteniéndose estos dos grandes planteamientos. En cambio, el descubrimiento de la Genética, impulsó durante algunas décadas del siglo XX un cierto énfasis en el determinismo entre ciertos científicos: los genes daban forma y estabilidad a la vieja metáfora de la "sangre"; las inflexibles leyes de la naturaleza legitimaban la dominación y la explotación. Los trabajos "científicos" sacaban las conclusiones más convenientes: "[...] el negro es la columna vertebral de la colonización africana; sin él, no sería posible la explotación de este continente salvaje y preñado de riquezas. No podemos, pues, prescindir del negro. Su brazo es sustantivo para el logro de los fines colonizadores en los tiempos presentes [...] Demostrado -como estimamos- que la capacidad mental del negro no llega nunca a adquirir el desarrollo suficiente para la comprensión de conceptos abstractos que rigen la convivencia del europeo medio, es indudable que para bien de la Colonia y de España convendría dar a la enseñanza una orientación más objetiva, enseñando al hombre de color aquello que es capaz de comprender [...] Al ambiente general de la Colonia ha trascendido también la facilidad con que el negro aprende trabajos de tipo imitativo [...] el producto obtenido por el negro es, cualitativa y cuantitativamente, peor que el del blanco, bien entendido que en el primer caso es cultivado directamente por el hombre de color, mientras que en el segundo lo cultiva, pero bajo la dirección del blanco, ya que éste no trabaja en estas latitudes por impedirlo el clima". (BEATO GONZÁLEZ Y VILLARINO ULLOA, 1943).

En la segunda mitad del siglo XX cambia el panorama: en primer lugar, comienza la descolonización (seguramente porque el colonialismo político ya no era útil para la expansión del capitalismo); en segundo lugar, los avances de las ciencias naturales (y también de las sociales) dificultaban cada vez más un uso instrumentalizado del conocimiento científico en favor del determinismo racial; en tercer lugar, el mundo estaba horrorizado y conmovido con las monstruosidades cometidas en los campos de exterminio nazis (convenientemente publicitadas por los vencedores de la guerra), que se habían legitimado en una forma sumamente "cientificista" de racismo; poco a poco, las diferencias de poder entre diversas "etnias" empiezan a legitimarse en otras justificaciones, que a veces incluso se sostienen precisamente sobre declaraciones formales de igualdad en el discurso público de las élites: "separados pero iguales", era el eslogan jurídico que permitía mantener la segregación en EEUU.

Se construye entonces por oposición un modelo demonizado de "racista", irracional, pseudocientífico, determinista, biologicista, malo maloso, empeñado en subrayar absurdas conexiones entre los rasgos físicos y lo "verdaderamente importante", que es el espíritu en versión laica, esto es, se llame así o no, la "cultura" (la belleza está en el interior, amigos). Esta imagen del racista es muy conveniente, porque nos permite conjurar nuestros demonios interiores, sin enfrentarnos a ellos. El "racismo" es un nuevo sanbenito, una nueva etiqueta, que ya sólo se atribuyen conscientemente algunos inadaptados o personas especialmente alejadas del discurso institucional de las élites; ciertamente, esta representación del racismo nos previene frente a algunas correlaciones ilusorias muy comunes (pero cada vez menos comunes) entre rasgos físicos visibiles y aptitudes o comportamiento, pero luego nos oculta todo lo demás. Esta imagen distorsionada del racismo en su totalidad se basa fundamentalmente ¡en el discurso determinista que algunos científicos mantuvieron durante unas pocas décadas de la historia de la Humanidad condicionados por las relaciones de poder de su época! O más bien en algunas reminiscencias de la derrota de estos científicos en el campo académico y en la subsistencia de algunos tropos sobre la inmutabilidad de lo genético, porque en realidad, ni siquiera durante el siglo XX, el racismo fue fundamentalmente biológico, como veremos en la próxima entrada.

martes, septiembre 11, 2007

RAZAS: (I) Todo lo que tiene nombre existe

¿"Existen" las razas? Como tantas otras preguntas, está mal planteada. Y, sin embargo, como tantas otras preguntas mal planteadas, nos hace discutir acaloradamente de vez en cuando. Unos enarbolan el pabellón cosmopolita de la Humanidad y afirman que no "existe" tal cosa, e incluso que el que crea en su "existencia" no es más que un "racista" (los racistas siempre son los otros); lo mismo la "raza" se nos cuela luego por la puerta de atrás, no hay nada peor que un "enemigo" invisible. Otros afirman que es evidente que "existen" las razas, pero que ello no supone necesariamente que unas sean "superiores" a otras: más aún, todas son iguales en dignidad; felices de haber evitado el fuego de lo políticamente correcto, acaso evitamos también preguntarnos si no hemos sucumbido a las brasas del esencialismo, esto es, a la esclavitud de las palabras.

Pensando más despacio, nos damos cuenta de que las "razas" no "existen" en sí mismas como fenómenos empíricos; lo mismo sucede con las "clases sociales", las marcas de coche o incluso las "especies" animales. Simplificando un poco podríamos decir que lo que "existen" empíricamente son los objetos que esas clasificaciones organizan, es decir, las personas, los coches o los animales (simplificando porque para percibir estos objetos como entidades separadas necesitamos también nombrarlos con categorías estereotipadas que agrupan cosas "similares": personas, coches, animales). Descubrimos entonces que la "raza" es un estereotipo, es decir, una categoría genérica que utilizamos para percibir y clasificar a los seres humanos. Es evidente que las clasificaciones raciales no son "casos de laboratorio", sino que tienen una gran importancia en la vida social; en ese sentido, "existen", sin duda. Como dice mi proverbio favorito, "todo lo que tiene nombre existe". Como mínimo existe en nuestra cabeza, como el Dios de Descartes, y eso no es poco.

La cuestión relevante, entonces, no es si las razas "existen", sino más bien para qué existen y para qué usarlas, si es que hay que usarlas para algo. Es decir, qué tipo de información nos aportan las "razas" como categoría para percibir la realidad humana ¿información social, cultural, moral, fisionómica, genética?

Antes que nada: las "razas" no son "esencias", ideas platónicas grabadas a fuego en el corazón de la realidad, entidades metafísicas eternas, inmutables, ajenas al devenir y la contaminación de la vida social; no hay "razas puras", castas prototípicas surgidas en el Origen de los Tiempos, unos descendientes de Sem, otros de Jafet y otros de Cam "siervos de siervos", que luego se combinan y entremezclan formando el confuso potaje que nos encontramos en la práctica. Las palabras en general, y las palabras escritas en particular tienen la capacidad de inocularnos el veneno de un platonismo inconsciente: discutimos incesantemente sobre si algo "es" o "no es" una "raza", una "nación", un "matrimonio," un "pariente", un "partido de izquierdas", como si en algún sitio estuviera escrito el libro mágico del significado esencial de las palabras, que nos hablara de un mundo más auténtico que el híbrido flujo contingente y caótico de la vida real.

Como cualquier otra clasificación, las "razas" responden siempre a la realidad de un momento concreto, a unos intereses, a unas necesidades perceptivas o clasificatorias, a una estructura social, a unas relaciones de poder, a una concreta oposición de identidades. Por eso es imposible saber a ciencia cierta cuántas "razas" hay en el mundo: se multiplican hasta el infinito cuando nos ponemos a ello, como en las complicadísimas categorías de "castas" en la colonización de América ("quinterón de mestizo", "cuarterón de mulato", "quasi limpio de origen", "sambo de indio", "cholo", "torna atrás", "calpamulato", "zambaigo", "albarazado", "no te entiendo"...) o en las taxonomías de los antiguos antropólogos físicos, que terminaron disueltas en el vacío a fuerza de multiplicarse: Cuando los antropólogos conocían solo unos cuantos caracteres descriptivos y métricos era factible una sistemática racial más o menos rígida, pero cuando el número de los rasgos raciales se incrementó, se llegó a la conclusión de que las diferencias interraciales no eran tajantes sino que su distribución se presentaba de forma gradativa, clinal. Hoy, a los antropólogos lo que les preocupa no es definir y ordenar los grupos humanos, porque se han percatado de que toda clasificación es arbitraria, incompleta y confusa, sino conocer las causas de su variabilidad.” (VALLS, 1980)

En esto las "razas" no se diferencian de las "etnias". Yo aún diría más; las "razas" no se diferencian EN NADA de las "etnias". Quiero decir que no hay razones epistemológicas para separar ambos conceptos y que los recientes intentos de distinguir una cosa de la otra plantean dificultades en la lucha contra el racismo; para empezar, dado que son la misma cosa, "creer" en las "razas" es tan "descabellado" o tan "razonable" como "creer" en las "etnias", cosa de la que no se percatan a veces nuestros amigos, enemigos de las razas. Ya hemos hablado alguna vez de ello: trataremos de argumentarlo con más detalle en las próximas entradas.

martes, septiembre 04, 2007

EXTRANJERO EN TIERRA EXTRAÑA (FIN DEL VIAJE)

Mira por dónde. Buscando en el youtube un producto "nacional" para terminar el viaje a través de las canciones extranjeriles regresando a casa, me encuentro con una canción de un cantautor llamado Migueli, que siempre me viene a la cabeza cuando pienso en canciones sobre el tema, pero me decía "No, hombre, Migueli no estará en el youtube", no sé por qué. Pues aquí lo tenemos, tocando en Libertad 8 de Madrid donde lo reencontré no hace mucho. Buena forma de cerrar el círculo, pues le tengo mucho cariño a Migueli, y también mucho cariño musical (lo conozco desde muy pequeño y crecí escuchando sus canciones), así que esto sí que es regresar a casa de unas lejanas vacaciones por el blues.

También hay una anécdota que él no conoce y que no viene a cuento pero se me está escapando y no puedo evitarlo. Cuando era apenas un adolescente, Migueli vino un día a mi casa y estuvimos enredando un rato con un teclado que mis padres me habían comprado por si podíamos hacer algo con mis problemas de psicomotricidad; al rato me dijo algo como "oye, tú tendrías que tocar la guitarra". En mis oídos sonó como "esto se te da bien, chaval, agarra la guitarra de una vez" y, viniendo de un tío que escuchaba en cinta de casette era como algo muy grande. Bastante después, un día cualquiera en el que tenía una guitarra a mano, me resonó esa frase de pronto; cogí rápidamente el instrumento con el firme propósito de aprender a tocar del tirón y apenas lo he soltado desde entonces. No sé si he llegado a aprender lo suficiente, pero hoy no soy capaz de imaginarme qué vida tendría si me hubiera enganchado a la guitarra (que curiosamente, tampoco hubiera tocado de no ser tan torpe).

Bueno, a lo que vamos, pongamos la canción. Aviso a los navegantes: si ha venido hoy a esta encrucijada algún alérgico a los cirios, bienvenido seas, y no dejes que las referencias sacras (Migueli es cantautor cristiano) pongan otras "fronteras de papel" entre ti y el espíritu del cante, que está más allá de las palabras; ya dijimos que es ubicua y panhumana la experiencia de la communitas. Haz como el maestro Ibn Arabi, que abarcaba todas las formas, incluso en tiempos muy revueltos y todavía más interesantes, cuando las referencias sacras eran obligadas.

Esta vez no voy a traducir la letra al castellano, claro, pero por si acaso (¿algún extranjero, precisamente?), la tenéis en este enlace, junto con una versión de estudio posterior a la de siempre cantada a dúo con Ismael Serrano.



(Y a la próxima, volvemos con los usuales ladrillos, esta vez a vueltas con el concepto de "raza").