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domingo, agosto 03, 2008

PACTAR CON EL "DIABLO" DE LA ENCRUCIJADA

"¡Cómo demonios lo hace!" Eso fue lo primero que pensé la primera vez que escuché a Robert Johnson. Hoy, sólo un poco menos "inocente", sé que su mérito no era tanto el dominio de la técnica como su capacidad para abrazar la raíz de las cosas, pero en aquel momento lo que me llamó la atención fue la orquesta sinfónica que se montaba él solito y sin trucos en aquellas grabaciones cutres y salchicheras de los años 30, que no daban para mucha "trampa". Oía a la vez el bajo, los acordes, el "punteo", la voz y los ángeles del cielo unidos en un totum revolutum misterioso. Un día, en una de esas encrucijadas que tiene la vida, alguien me enseñó que se podían utilizar afinaciones abiertas para tocar con el slide: de esta manera, era más fácil acercarse a esta sinfonía de los hombres-orquesta callejeros; bastaba con cambiarse el chip de las ideas preconcebidas y plantearse que el instrumento se podía afinar de otra manera y entonces se podían descubrir nuevos sonidos.

"¡Cómo demonios lo hace!" Debieron pensar -literalmente- los "inocentes" de su pueblo, cuando escucharon que el bueno de Bobby, el chaval mediocre que se marchó del pueblo guitarra en mano a buscar a su padre biológico, había vuelto tocando como los ángeles del cielo y era capaz de abrazarse a la raíz de las cosas. Y lo pensaron literalmente, dado que sólo podía haber una respuesta (mito)lógica: por supuesto, había vendido su alma al Diablo a cambio del don de la música. Aquella sociedad era bastante "supersticiosa", pero en realidad estos esquemas mitológicos son la sustancia de cualquier vida. El viaje de Robert Johnson, como todos los viajes narrados, recuerda al "camino del héroe" que Joseph Campbell describió en su "monomito": el héroe desenraizado marcha a buscar a su padre verdadero, recibe ayuda "sobrenatural", obtiene un don y vuelve con él a casa, pero la casa ya no puede ser la misma, porque el don la ha cambiado. En este caso, la ayuda "sobrenatural", el "Diablo" mistagogo, fue seguramente el bluesman Ike Zinnerman, un "extraño" (emigrante del Estado vecino de Alabama), que le enseñó a Bob su "sorprendente" técnica durante aquella ausencia. El propio Zinnerman afirmaba que había aprendido a tocar la guitarra practicando a medianoche sobre las tumbas de un cementerio; a menudo el "viaje" de los héroes es un descenso al mundo de los antepasados o de los muertos. Cuando nuestro héroe volvió a casa, la gente del pueblo, cerrada en los esquemas cognitivos de su pequeña aldea (diría Eliade, el centro del mundo, más allá del cual se extienden el Caos y los demonios), pensaba que aquella técnica "desconocida" no podía venir más que del Infierno; nadie es profeta en su tierra.

No parece que Robert desmintiera demasiado esos rumores y tal vez incluso se jactara de aquel supuesto pacto, como había hecho antes su maestro. De hecho, en su canción "Me and the Devil" parece mostrar su "simpatía por el diablo", que dirían los Stones, aunque en su texto yo leo más bien la historia de un hombre borracho que pega a su mujer y que ya ni se reconoce a sí mismo. En Hellhound on my trail, los sabuesos del infierno están tras la pista del protagonista, lo que en mi opinión es simplemente una imagen para describir la desesperación. Más conocida es aquella canción que suscitó mi admiración sinfónica en la adolescencia, "Crossroad" (Encrucijada), que les pongo más abajo; no creo que la letra hable del Diablo, sino de alguien que está en una encrucijada haciendo autoestop, hundido y acojonado, invocando la piedad divina; a saber de qué o de quién huiría Bob, un tipo que murió envenenado a los 27 años en un lugar que, curiosamente, hoy es una encrucijada entre la autopista 82 y la 69E. Pero esta canción se relacionó con el arquetipo del pacto con el Diablo en la encrucijada y el Mito se hizo Carne. Tal vez recuerden la historia completa, popularizada por aquella película tontorrona, Crossroads, con una excelente banda sonora de Ry Cooder y un duelo guitarrístico entre el niño de karate kid y el virtuoso Steve Vai por el alma de un ficticio amigo de Robert Johnson.

Gracias a esta canción, la leyenda de Robert Johnson se funde con la de otro bluesman del mismo apellido pero que no le "tocaba" nada, Tommy Johnson, otra figura influyente en el Delta del Mississipi. Del mismo modo que Zinnerman hablaba de las tumbas, este otro Johnson afirmaba haber ido a una encrucijada a medianoche para aprender mágicamente sus habilidades musicales a través de un iniciador misterioso: "Si quieres aprender a hacer canciones por ti mismo, coge tu guitarra y ve donde se cruzan los caminos, donde está la encrucijada. Quédate allí, y asegúrate de estar allí hasta poco antes de medianoche. Tienes que estar tocando una canción con tu guitarra. Un hombre grande y negro vendrá, cogerá tu guitarra y te la afinará. Entonces tocará una canción y te devolverá la guitarra. De esta manera aprendí a tocar cualquier cosa que quiera".

La verdad es que aquí tampoco se menciona directamente al Diablo, pero es habitual no mentarlo directamente, por si "las moscas" (nunca mejor dicho) o utilizar motes eufemísticos. La expresión utilizada por Tommy Johnson, "Un hombre grande y negro" es la misma que utilizó Washington Irving para describir al Viejo Rasguño (Old Scratch), la encarnación del Diablo con la que pactaría Tom Walker en un relato escrito en 1824; por lo demás, se describe al Viejo Rasguño como un "salvaje" y se vincula a la religión de los "extraños" del momento, los "indios". Esto nos llleva a preguntarnos si el demonio de Tommy Johnson se trataba de la "demonización" de alguna creencia africana. No cabe duda de que tendemos a demonizar las extrañas creencias de los "Otros", creamos o no en el Diablo (hasta la palabra "demonio" viene de Daimon, un intermediario entre los dioses y los mortales en el mundo grecorromano); así, por ejemplo es interesante contemplar el proceso histórico a través del cual las "brujas" pasaron de ser reminiscencias de cultos "paganos" a adoradoras de Satán: con el paso de las generaciones, las brujas terminaron creyéndose las calificaciones de los inquisidores (profecías autocumplidas). Algunos piensan que el demonio con el que "pactaron" los Johnson no era otro que Eshu, una deidad Yoruba, Embaucador y guardián de los caminos y las encrucijadas, que representa las cuatro direcciones. Hay una vieja historia yoruba en la que el ambivalente Eshu engaña a la gente con un sombrero de varios colores; nadie puede ponerse de acuerdo en el color del sombrero y todos discuten, dado que cada uno sólo puede contemplarlo desde la dirección de la que mira. Como los paisanos de Robert Johnson, como los inquisidores que inventaron brujas satánicas, no veían más que lo que le permitían sus rígidas categorías mentales. Pactar con Eshu puede ser entonces atrevernos a mirar más allá de nuestras fronteras mentales, que nublan nuestra percepción, atrevernos a cambiar la afinación, escuchar a ese extraño Otro que vive en los caminos y canta el blues saltando entre las tumbas a medianoche. La encrucijada es el lugar desde el que se dominan las direcciones, otro centro del mundo, el lugar donde uno puede encontrar la raíz de las cosas.

Ahora bien, si creemos que esto es simplemente un mito africano mal entendido, nos estamos dejando engañar una vez más por el dios de las encrucijadas y estamos viendo sólo una parte del sombrero. Nuestros rígidos sistemas de categorías que conciben las "culturas" como compartimentos estancos, separados e intemporales no son amigos de los matices y podemos terminar diciendo, por ejemplo, que el blues es música africana, cuando lo cierto es que sólo fue posible en un contexto determinado donde se mezcló mucha gente de muy distintos sitios. El estudio del folklore es una buena receta para curarse de los esencialismos etnicistas y nacionalistas a los que estamos acostumbrados. Cuando examinamos las leyendas que se enarbolan como banderas identitarias, descubrimos que están "normalizadas" y que tres pueblos más arriba varían sustancialmente y que, si no nos perdemos en esos detalles, siguen existiendo fuera de nuestras fronteras imaginarias y que, si nos ponemos abstractos, a grandes rasgos se repiten en lugares muy alejados en el tiempo y en el espacio. Nos topamos con eso que los antropólogos llaman la "unidad psíquica de la humanidad", en las antípodas todo es idéntico a lo auctóctono. Desde luego, el tema del "pacto con el diablo" es muy antiguo en eso que torpemente llamamos "cultura occidental". No sé si los inmigrantes alemanes en América habían oído hablar de la famosa leyenda de Fausto, pero hay muchas otras, muchísimas. Algunas se refieren también a músicos (Paganini, por ejemplo) y también algunas se refieren a encrucijadas. De hecho, en el imaginario folkclórico "español" -en realidad, por toda la Europa medieval- es muy conocida la leyenda de Teófilo, que fue recogida en los "Milagros de Nuestra Señora" de Berceo. Buscando salir airoso de las intrigas eclesiásticas, Teófilo termina acudiendo a un hechicero judío (los definitivamente Otros de la época, otra vez el extraño), que lo termina por conducir a una encrucijada donde hace un pacto con el diablo para medrar en la Iglesia.

En efecto, el simbolismo de las encrucijadas es enormemente rico. Cuando el héroe abandona su hogar, al principio del viaje, la primera encrucijada puede ser el umbral que separa su pequeño mundo del Otro Mundo, ese lugar extraño donde habitan los demonios extranjeros; donde se empiezan a tomar otros caminos, donde empiezan a tomarse decisiones. De ahí la conexión de las encrucijadas con los "ritos de paso" que organizan las transformaciones vitales (normalmente, al amparo de algún iniciador): y todo mito -toda historia- nos habla de una transformación, de un paso. Por eso se cree que las encrucijadas son puertas al otro mundo y al país de los muertos, al que normalmente se debe acudir guiado por algún "ayudante sobrenatural" o psicopompo, guía en el país de los muertos. No sólo el psicopompo Hermes, el Eshu griego, vive en las encrucijadas, sino también Hécate, la diosa de las brujas. Fantasmas, brujas, duendes y espíritus se dan cita en esos puntos neurálgicos de la vida, donde no se ve el final de los caminos. Suicidas y criminales eran enterrados en los cruces de caminos, en los límites de la sociedad biempensante y así los bluesmen pueden bailar sobre sus tumbas. En la encrucijada uno puede encontrarse al monstruo que hay que derrotar para pasar, o bien al guía que muestra el camino que hay más allá del umbral, pero en cierta medida, el monstruo y el guía son la misma persona. Como Robert Johnson, el héroe Edipo también había salido para buscar a su padre, con la diferencia de que Edipo no lo sabía; cuando se encuentra a su viejo en una encrucijada, no lo reconoce (como los discípulos de Emaús) discuten por el paso y tienen un duelo de sables-luz en el que finalmente Luke Skywalker mata a Darth Vader, quiero decir, a Mefistófeles, esto es, al padre de Edipo.

"Allá donde se cruzan los caminos" es donde se encuentra con lo desconocido y, en lo desconocido, con la raíz de las cosas. Salimos de nuestra pequeña aldea mental, de nuestro pequeño mundo de categorías rígidas y nos encontramos, más allá de las fronteras, "cara a cara" con el que percibíamos como radicalmente "Otro" (el gigante negro, el salvaje indígena, el judío del guetto, el buen samaritano), con el extranjero, con el adversario. La raíz de las cosas es una Caja de Pandora, que puede contener todos los bienes o todos los males de la tierra. El resultado depende en gran medida de si somos capaces de reconocer al extraño del camino, de si somos capaces de pactar con el diablo de la encrucijada, nuestras profecías nefastas pueden autocumplirse como las de los inquisidores que crearon a los satanistas, pero también podemos aprender a contemplar otros lados del sombrero de Eshu. Habiendo salido de nosotros mismos, nos encontraremos entonces con nosotros mismos, "si quieres aprender a hacer canciones por ti mismo" es necesaria la experiencia del "extrañamiento" que nos saca de la rígida letanía de sobreentendidos del automatismo perceptivo. No es la "fusión" de "culturas" sino más bien la apertura del portal entre los mundos culturales. Nos abrimos al mundo y después de bailar con los duendes y las brujas sobre las lápidas de los ancestros, opera entonces una transformación, podemos volver a casa sin las orejeras del burro, con el don de los héroes, eso que nos permite hacer aquello de lo que no nos sentíamos capaces.