Se producen grandes desplazamientos de población, del campo a la ciudad y también entre regiones muy alejadas: los proletarios van apareciendo donde la industria los llama. Seguramente es el desarrollo del capitalismo industrial lo que determina el surgimiento y el reforzamiento de determinadas unidades políticas de alcance más amplio que las anteriores: los Estados. Aunque existen abundantes intercambios "internacionales", el grueso de la actividad económica se realiza en el seno del estado, la industrialización se organiza alrededor de centros determinados.
El éxito de la ideología de la "nación" es mayor allí donde la industrialización es más avanzada, y es más limitado en los países como España, de industrialización tardía, con amplias masas campesinas y grandes desigualdades sociales en este período (en España además la cosa se complica por el carácter policéntrico y desigual del desarrollo industrial, que genera burguesías alejadas del discurso "centralista"). Tiempo después, la descolonización del mundo "no industrializado" exporta el modelo de Estado-nación a toda la Humanidad; aunque lógicamente en muchos de estos países el proceso no quedó tampoco completo, lo cierto es que también se han llegado a configurar, a inventar, a reinventar "identidades nacionales". La lógica de la ideología nacional es tal que el resto de identidades étnicas o territoriales no desaparecen, pero se difuminan en el campo de juego de la modernidad, que es el terreno del poder, terminan siendo absorbidas por la que se refiere al Estado, que es la comunidad política dominante.
La cuestión es si a estas alturas de la partida la "nación", el "nacionalismo", la "nacionalidad" se han visto superados por la globalización económica y cultural y el transnacionalismo, las nuevas consecuencias de la racionalidad moderna y el progreso de los transportes y las comunicaciones. No cabe duda de que, por más que griten los profetas de la globalización, los Estados siguen siendo, hoy por hoy, las principales estructuras políticas, aunque por supuesto están empezando a ser revisados. En mi opinión, es la otra parte del binomio, la nación, el "espíritu" de los Estados, la que empieza, lenta y plácidamente a morir (ya insistiremos más adelante en algunas consecuencias); en estos tiempos interesantes, los Estados pierden progresivamente legitimación en tanto que las estructuras políticas transnacionales son aún débiles y carecen casi por completo de formas ideológicas que las estabilicen.