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viernes, abril 06, 2007

IDENTIDADES NACIONALES (II) NACIONES

Hablábamos en la entrada anterior de la diversidad de las identidades étnicas o territoriales que existía en el mundo premoderno. Esta diversidad no desaparece, pero sí se atenúa con el surgimiento de los Estados-nación. El desarrollo del capitalismo va multiplicando poco a poco el ámbito de las interacciones materiales y simbólicas más habituales (e incluso Europa se encuentra con el resto del mundo en la era de los descubrimientos) y este proceso alcanza su madurez con la industrialización, que progresivamente cambia de manera irreversible los modos de vida tradicionales.

Se producen grandes desplazamientos de población, del campo a la ciudad y también entre regiones muy alejadas: los proletarios van apareciendo donde la industria los llama. Seguramente es el desarrollo del capitalismo industrial lo que determina el surgimiento y el reforzamiento de determinadas unidades políticas de alcance más amplio que las anteriores: los Estados. Aunque existen abundantes intercambios "internacionales", el grueso de la actividad económica se realiza en el seno del estado, la industrialización se organiza alrededor de centros determinados.

Esta nueva unidad política necesita inmediatamente un sustrato legitimador, una especie de "alma" del Estado que sostenga la estructura política y económica: la nación. Por eso, el siglo XIX es también la época de los nacionalismos, que terminan por triunfar en aglutinar a los ciudadanos que habitan en un determinado territorio. La nación es, como decía Hobsbawm, una "tradición inventada", muchas veces de manera consciente y estratégica, a través de la homogeneización lingüística y cultural que opera en determinados aspectos de la vida de las personas, que son precisamente los vinculados con la "modernidad" y por tanto los que se convierten de manera implacable en el espacio público preponderante. El dialecto que utilizaban las élites políticas, económicas e intelectuales del núcleo del Estado, convenientemente reinventado y "normalizado" se va enseñando en las escuelas, a las que cada vez tiene más acceso el grueso de la población y se propaga a través de los textos escritos; se va convirtiendo, primero en la lengua que es necesaria o conveniente para operar en los terrenos de la modernidad y luego en la "lengua nacional" que define el Volkgeist, el espíritu de cada "pueblo". Las demás formas lingüísticas o culturales o bien desaparecen, absorbidas por la modernidad, o bien se reducen al ámbito privado y local, apartándose del discurso dominante. Ciertamente, para inventar la nación se toman materiales preexistentes, pero éstos se adaptan de tal manera al nuevo contexto, que se trasforman completamente, por más que necesiten apuntar hacia un pasado mitológico.

El éxito de la ideología de la "nación" es mayor allí donde la industrialización es más avanzada, y es más limitado en los países como España, de industrialización tardía, con amplias masas campesinas y grandes desigualdades sociales en este período (en España además la cosa se complica por el carácter policéntrico y desigual del desarrollo industrial, que genera burguesías alejadas del discurso "centralista"). Tiempo después, la descolonización del mundo "no industrializado" exporta el modelo de Estado-nación a toda la Humanidad; aunque lógicamente en muchos de estos países el proceso no quedó tampoco completo, lo cierto es que también se han llegado a configurar, a inventar, a reinventar "identidades nacionales". La lógica de la ideología nacional es tal que el resto de identidades étnicas o territoriales no desaparecen, pero se difuminan en el campo de juego de la modernidad, que es el terreno del poder, terminan siendo absorbidas por la que se refiere al Estado, que es la comunidad política dominante.

La cuestión es si a estas alturas de la partida la "nación", el "nacionalismo", la "nacionalidad" se han visto superados por la globalización económica y cultural y el transnacionalismo, las nuevas consecuencias de la racionalidad moderna y el progreso de los transportes y las comunicaciones. No cabe duda de que, por más que griten los profetas de la globalización, los Estados siguen siendo, hoy por hoy, las principales estructuras políticas, aunque por supuesto están empezando a ser revisados. En mi opinión, es la otra parte del binomio, la nación, el "espíritu" de los Estados, la que empieza, lenta y plácidamente a morir (ya insistiremos más adelante en algunas consecuencias); en estos tiempos interesantes, los Estados pierden progresivamente legitimación en tanto que las estructuras políticas transnacionales son aún débiles y carecen casi por completo de formas ideológicas que las estabilicen.