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viernes, septiembre 14, 2007

RAZAS: (II) El "impuro" pedigrí del racismo biológico

En la actualidad, no es infrecuente creer que las "razas" son algo distinto de las "etnias"; las primeras, se referirían a características físicas, biológicas, genéticamente heredadas, rígidas e inmutables; las segundas, a las más nebulosas e informes características "culturales", "nacionales" o "religiosas", contingentes y derivadas en último término de la "libertad humana". Según este discurso, el "racismo" sería algo profundamente irracional, repugnante, deleznable (algo en lo que el que suscribe nunca caería, por supuesto); el "etnicismo" en cambio, hay que valorarlo en cada caso, pues sólo los ingenuos multiculturales creen que "todas las culturas son iguales". Todo este discurso está equivocado de cabo a rabo, radicalmente, por más que pueda haber fragmentos deformados de verdad en él. Hoy nos ocuparemos sólo de uno de sus problemas, el hecho de que parte de una identificación miope. Las "razas" y el "racismo" se vinculan automáticamente con las concretas construcciones racistas de una serie de "científicos" en un brevísimo período de la historia (y aún así, contempladas de manera simplista). Vamos a verlo poco a poco, en dos entradas.

Las ciencias naturales tomaron la palabra "raza" del vocabulario común, y más concretamente del vocabulario social (como sucede con tantos otros términos científicos: "herencia", "ley", "híbrido", etc.). No obstante, es cierto que los discursos científicos e intelectuales en torno a la "raza" de los siglos XIX y XX reforzaron enormemente los usos sociales del término (que, como tal, era relativamente "nuevo" y se aplicaba también a seres inanimados). Ahora bien, se llamaran de uno u otro modo, es evidente que tanto las "razas" como el "racismo" son infinitamente más viejos que la Biología moderna, seguramente tan viejos como el ser humano. Por supuesto, el racismo folk de la era premoderna incluía también ambiguas referencias genealógicas, a la "sangre", a los antepasados comunes y a la descendencia aunque nuestros ancestros no supieran nada de los genes. Eso sí, como muestran los datos históricos y etnográficos, la metáfora de la "sangre" es -nunca mejor dicho- bastante fluida, se adapta a la realidad social y se combina alegremente con referencias culturales y lingüísticas (aún hoy se dice, por ejemplo, que los "gitanos", "llevan el flamenco en la 'sangre'").

El esclavismo y, sobre todo, la explotación colonial como elemento clave para el desarrollo del capitalismo industrial, tuvieron que contar con el prestigio ideológico de la "ciencia" para construir un discurso que legitimara y reprodujera las relaciones de dominación. Ello era "necesario", en primer lugar, porque los argumentos religiosos perdían fuelle en el mundo moderno y era preciso buscar nuevos profetas que dijeran lo que había que decir (era preciso algo más que la evangelización para legitimar la colonización); en segundo lugar, porque las élites ilustradas no podían ignorar en sus metáforas sanguíneas los revolucionarios descubrimientos de las ciencias naturales; Darwin había formulado la Teoría de la Evolución, influido curiosamente por el "darwinismo social" que lo precedió; por un camino separado, Mendel había empezado a descubrir lo que hoy llamamos Genética trasteando con "razas puras" de guisantes, aunque la verdad es que hasta el siglo XX no se le hizo ningún caso. Los científicos sociales, por su parte, construían también teorías apropiadas para su momento histórico. Marvin Harris explica mejor que yo todos estos condicionamientos: "El racismo folk, un sistema popular de prejuicios y discriminaciones dirigido contra un grupo endógamo, probablemente es tan viejo como la humanidad misma [...] Antes del siglo XIX, ninguna nación había recompensado nunca a sus sabios por probar que la supremacía de un pueblo sobre otro pueblo era el resultado inevitable de las leyes biológicas del universo".

Ya contábamos en otra ocasión que antes de Boas, casi todos los académicos (sea cual fuere su ideología) eran "racistas" en el sentido de que creían que había "razas inferiores"; en esas concepciones académicas, al igual que en el racismo popular de toda la vida, los factores culturales, físicos y lingüísticos se mezclaban de manera confusa. El centro de la discusión no estaba en el debate entre racismo y antirracismo (aunque muchas personas que creían en la existencia de razas inferiores se oponían a la esclavitud por razones "humanitarias"), sino más bien entre los deterministas raciales y los que, siguiendo la tradición de la Ilustración, daban preeminencia a la Cultura (como un proceso acumulativo universal derivado de la única Razón humana que, por supuesto, culminaba en ellos mismos) y creían que las "razas inferiores" -e incluso los orangutanes, para el ilustrado Lord Monboddo- podían ser encumbradas a través de la Educación, panacea que resuelve todos los males. Las teorías de Darwin, no hicieron más que dar "carta de naturaleza" (nunca mejor dicho) al evolucionismo social que lo había precedido, manteniéndose estos dos grandes planteamientos. En cambio, el descubrimiento de la Genética, impulsó durante algunas décadas del siglo XX un cierto énfasis en el determinismo entre ciertos científicos: los genes daban forma y estabilidad a la vieja metáfora de la "sangre"; las inflexibles leyes de la naturaleza legitimaban la dominación y la explotación. Los trabajos "científicos" sacaban las conclusiones más convenientes: "[...] el negro es la columna vertebral de la colonización africana; sin él, no sería posible la explotación de este continente salvaje y preñado de riquezas. No podemos, pues, prescindir del negro. Su brazo es sustantivo para el logro de los fines colonizadores en los tiempos presentes [...] Demostrado -como estimamos- que la capacidad mental del negro no llega nunca a adquirir el desarrollo suficiente para la comprensión de conceptos abstractos que rigen la convivencia del europeo medio, es indudable que para bien de la Colonia y de España convendría dar a la enseñanza una orientación más objetiva, enseñando al hombre de color aquello que es capaz de comprender [...] Al ambiente general de la Colonia ha trascendido también la facilidad con que el negro aprende trabajos de tipo imitativo [...] el producto obtenido por el negro es, cualitativa y cuantitativamente, peor que el del blanco, bien entendido que en el primer caso es cultivado directamente por el hombre de color, mientras que en el segundo lo cultiva, pero bajo la dirección del blanco, ya que éste no trabaja en estas latitudes por impedirlo el clima". (BEATO GONZÁLEZ Y VILLARINO ULLOA, 1943).

En la segunda mitad del siglo XX cambia el panorama: en primer lugar, comienza la descolonización (seguramente porque el colonialismo político ya no era útil para la expansión del capitalismo); en segundo lugar, los avances de las ciencias naturales (y también de las sociales) dificultaban cada vez más un uso instrumentalizado del conocimiento científico en favor del determinismo racial; en tercer lugar, el mundo estaba horrorizado y conmovido con las monstruosidades cometidas en los campos de exterminio nazis (convenientemente publicitadas por los vencedores de la guerra), que se habían legitimado en una forma sumamente "cientificista" de racismo; poco a poco, las diferencias de poder entre diversas "etnias" empiezan a legitimarse en otras justificaciones, que a veces incluso se sostienen precisamente sobre declaraciones formales de igualdad en el discurso público de las élites: "separados pero iguales", era el eslogan jurídico que permitía mantener la segregación en EEUU.

Se construye entonces por oposición un modelo demonizado de "racista", irracional, pseudocientífico, determinista, biologicista, malo maloso, empeñado en subrayar absurdas conexiones entre los rasgos físicos y lo "verdaderamente importante", que es el espíritu en versión laica, esto es, se llame así o no, la "cultura" (la belleza está en el interior, amigos). Esta imagen del racista es muy conveniente, porque nos permite conjurar nuestros demonios interiores, sin enfrentarnos a ellos. El "racismo" es un nuevo sanbenito, una nueva etiqueta, que ya sólo se atribuyen conscientemente algunos inadaptados o personas especialmente alejadas del discurso institucional de las élites; ciertamente, esta representación del racismo nos previene frente a algunas correlaciones ilusorias muy comunes (pero cada vez menos comunes) entre rasgos físicos visibiles y aptitudes o comportamiento, pero luego nos oculta todo lo demás. Esta imagen distorsionada del racismo en su totalidad se basa fundamentalmente ¡en el discurso determinista que algunos científicos mantuvieron durante unas pocas décadas de la historia de la Humanidad condicionados por las relaciones de poder de su época! O más bien en algunas reminiscencias de la derrota de estos científicos en el campo académico y en la subsistencia de algunos tropos sobre la inmutabilidad de lo genético, porque en realidad, ni siquiera durante el siglo XX, el racismo fue fundamentalmente biológico, como veremos en la próxima entrada.

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