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viernes, diciembre 22, 2006

EL SUEÑO DE LA IGUALDAD

Históricamente, los Derechos Humanos en su configuración moderna, derivan del pensamiento liberal, a su vez heredero en sus patrones simbólicos de la Ilustración y del iusnaturalismo moderno. Los ideales más "espirituales" de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad, siguen resonando fuertemente en nosotros y configurando nuestras ideologías; sus significados varían pero la experiencia es común. El iusnaturalismo se basaba fundamentalmente en un mito del Paraíso Perdido, el status naturae de personas libres e iguales que, de uno u otro modo, la sociedad humana alteraba. Como todos los mitos, es inexacto desde un punto de vista empírico (los seres humanos han vivido en sociedad desde antes de serlo), pero como todos los mitos, es verdadero porque expresa nuestras experiencias y se encarna continuamente en ellas. Las utopías comunistas (anarquistas o socialistas) narraban una historia parecida, pero proyectando el mito hacia un futuro escatológico, también irrealizable en su plenitud pero que al mismo tiempo se experimenta encarnado en la realidad. El liberalismo, el anarquismo, el comunismo, el cristianismo, son capaces o fueron capaces de mover montañas porque sus mitos conectaban con anhelos profundos e innominados de las personas.

¿Esta experiencia sólo existe en el mundo occidental? Se me ocurre que hay una conexión de las ideas ilustradas con los planteamientos del antropólogo Victor Turner sobre la communitas y la estructura, aunque él no la enuncia expresamente. Al principio se dedicó a examinar ritos de paso (sobre todo de iniciación) africanos, con apoyo de materiales europeos y descubrió cosas interesantes de esas personas en tránsito. Para convertirse en alguien, era preciso morir y nacer de nuevo; uno tenía que desprenderse previamente de todo lo que tenía, de todas sus posesiones y de su posicion social y acabar desnudo, como la diosa Inanna, que se iba desprendiendo de sus regalia mientras descendía a los infiernos. Inmersos los "iniciandos" en esta pobreza "evangélica", se diluían las diferencias estructurales entre ellos, que en ese momento eran todos iguales, pura materia prima humana o tabula rasa que transformar en una "persona" futura. Cuando los seres humanos se reducían a pura materia prima, cuando estaban "de paso", se atisbaba que eran todos iguales en lo más profundo. Terminados los ritos, se creaban profundos lazos de solidaridad entre ellos, que Turner comparaba con instituciones "occidentales". En otro trabajo posterior, se zambulle en otro tipo de ritos; primero los que llama de "inversión de status": no sólo las personas se renuevan y vuelven a nacer sino que cada cierto tiempo (normalmente, cíclicamente, al terminar el año), la sociedad entera (y con ella el universo) vuelve a renovarse, está de "paso" y todo se pone patas arriba: los hombres y las mujeres intercambian papeles, los ricos son pobres y los pobres son ricos; los poderosos son ultrajados por los débiles; esto sucede de una manera u otra en África, en la India, en todas partes; así son idealmente las Saturnales, el año sabático judío y el jubileo: los esclavos son liberados, las deudas se perdonan, las tierras vuelven a sus antiguos poseedores (o los cojos andan, los ciegos ven...) Yo diría que algo de esto subsiste en nuestros excesos navideños, un poco "esclerotizados" por la estructura: nuestros banquetes "gargantuescos" nos retrotraen a la Edad de Oro; quizás, nos acordamos por un momento de que somos humanos, fingimos que nos quitamos la careta que llevamos en sociedad y miramos a los que están más abajo a los ojos (y tal vez a algún pobre le toque el Gordo); eso nos permite un contacto, siquiera superficial con nuestras raíces, que nos permite mantener la cordura en el día a día. Turner también nos hablaba de los ritos de "entronización", también presentes por doquier en las más variadas culturas: cuando alguien va a convertirse en Rey, a menudo el Pueblo lo vilipendia y lo agrede, haciéndole recordar que su poder proviene en último término de Ellos, del pueblo amorfo e indefinido de seres iguales, otorgándole fuerzas para gobernar; yo diría que coincide con el cuento del rey mendigo, ese homeless que algún día regresará de las Cruzadas, de Ítaca o de los páramos de Arnor para derrocar al tirano. Por último, Turner recuerda a todos esas personas y grupos que aparecen en sociedades más complejas y que pretenden vivir permanentemente en el estado de los iniciandos, en un "paso" perpetuo hacia un más allá: los milenaristas, los movimientos de renovación religiosa en oriente y occidente, que frecuentemente cuestionan las bases mismas de estas estructuras sociales: la familia y la propiedad, mediante dos extremos que se tocan: el ascetismo y el desenfreno; grupos que pretenden en cierta medida que su movimiento se extienda a la Humanidad entera...

Con todo este material, Turner elabora una sugerente teoría: la sociedad humana es una continua dicotomía entre communitas y estructura. La communitas es esa experiencia de una humanidad amorfa de seres iguales en dignidad, al margen del reparto de papeles de la vida: ahí está la experiencia universal de la dignidad humana, que aparece sobre todo para la comunidad propia, pero que tendencialmente abarca a todas las personas; en ella se basa y se legitima toda sociedad: de ella viene el cambio social y también su mantenimiento. La estructura viene en cambio constituida por las formas de organización social, normalmente derivadas de necesidades adaptativas, que organizan la propiedad, el parentesco, los status y que muestra una realidad empírica de personas desiguales, pero que en sus discursos legitimadores se remite siempre a la comunidad. Cuando la estructura se vuelve esclerótica y pierde el contacto con esta experiencia, el Rey se convierte en el Tirano y surgen los profetas, los héroes, los milenaristas, los revolucionarios, que ponen el mundo patas arriba en pos de esa igualdad soñada; pero sin estructura no hay sociedad y pronto vuelven a apuntalarse nuevas estructuras sobre estas raíces depuradas. La communitas es el cuerpo de Ymir, el cadáver de Tiamat: pura materia prima sobre la que los dioses construyen el mundo.

Estamos condenados a vivir en una permanente contradicción entre esos anhelos de libertad, igualdad, fraternidad, que nos remiten a sociedades míticas, primigenias o futuras y la realidad empírica de nuestras sociedades. Ya sucedía con san Pablo, que alterna sus discursos favorables al sometimiento de las mujeres y los esclavos con el "ya no hay hombre ni mujer, esclavo ni dueño.. todos somos uno..." Esta misma contradicción la vivimos en cierto modo con los Derechos Humanos, el discurso profundo que legitima las sociedades modernas: en concreto y por ejemplo, la estructura de nuestra realidad social está condenada a enfrentarse con el derecho humano a emigrar.

Pero ya nos ocuparemos de eso en la próxima entrada. De momento me limito a desearles una feliz inmersión en el caos primordial. Con Navidad o sin ella, nunca está de más buscar cualquier excusa -festiva o no- para adentrarnos en la communitas y acordarnos que, además de todo lo demás, somos humanos y todo eso.

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