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jueves, julio 16, 2009

"LOS OTROS" (I): SOLIDARIDAD EXCLUYENTE E INCLUYENTE

Decíamos que el lenguaje, o mejor, las categorías de pensamiento expresadas y reproducidas a través del lenguaje, determina -o determinan- en gran medida lo que pensamos, sentimos y hacemos. Podemos seguir manteniendo la afirmación materialista y aparentemente -aunque no necesariamente- cínica de que nuestras representaciones ideales más elaboradas están construidas sobre el esqueleto más palpable de nuestros intereses inmediatos. Pero también es verdad que "nuestros" intereses dependen de la construcción de un "Nosotros" y de un "Ellos" y, por tanto, de las categorías a través de las cuales percibimos la realidad social. Aunque podemos considerar nuestros intereses "individuales" al margen de los de las personas que nos rodean, sabemos que esto es sólo una verdad a medias porque somos animales que vivimos en sociedad y que "construimos sociedad para vivir", en continua interdependencia. Estamos genética y culturalmente programados para hacer causa común con los demás, para generar lazos de "solidaridad".

La "solidaridad" consiste en disolver las fronteras simbólicas que nos separan de los "Otros" a partir de la empatía y de la comprensión para percibir que formamos parte de una misma "totalidad" (solidum); si estas barreras no se disuelven, nuestro "altruismo" es paradójicamente "interesado", egocéntrico, aunque sea porque busca activamente la autosatisfacción. Cuando se rompe la barrera que separa de los "Otros" no hay exactamente "egoísmo" ni "altruismo", sino que nuestra experiencia de solidaridad surge espontáneamente como el cariño de los padres por los hijos; no hay ninguna finalidad o propósito, sino que simplemente es una manera de ser. Dice el libro del Tao con su peculiar mensaje de vagancia "Abandono todo deseo del bien común y el bien se torna tan común como la hierba". Tenemos experiencia ambas cosas (altruismo interesado y solidaridad espontánea) pero, por supuesto, casi siempre estamos en un confuso término medio entre ambos extremos. Esto es así, entre otras cosas, porque estamos continuamente edificando y traspasando fronteras sociales que delimitan el espacio de nuestro interés. "Yo" frente a "los demás" o hacia "los demás", "Nosotros" frente a "Los Otros" o hacia ellos, abrimos una puerta y la cerramos. Ahora bien, para construir estas categorías o identidades colectivas (con independencia de que la experiencia sea más profunda o más forzada), existen básicamente dos mecanismos : la perspectiva excluyente y la perspectiva incluyente. La segunda es como más bonita y hoy por hoy más necesaria en el contexto de la temática general de este blog, pero la primera también forma parte de la vida humana y tiene su importancia.

La perspectiva excluyente de la solidaridad es la dimensión propia del conflicto abierto, de la guerra, de la "lucha de clases", de la oposición radical de intereses, de la competencia. Construimos un "Nosotros", generamos intereses colectivos, producimos una identidad colectiva, para hacernos más fuertes y poder enfrentarnos con éxito a un "Ellos", a un "Enemigo" común, hacemos "piña" frente a la amenaza real o imaginaria de los "Otros"; la exclusión de los extraños construye y refuerza la identidad del grupo. Como reza el proverbio árabe "Yo contra mi hermano; yo y mi hermano contra mi primo; yo, mi hermano y mi primo contra el extranjero". El ejemplo más adecuado de este mecanismo es el de los soldados de una batalla: para enfrentarse adecuadamente al "Enemigo" deben maximizar la solidaridad dentro del grupo, renunciando a veces a su interés más individual. En el contexto concreto de una batalla (más allá de análisis profundos), la oposición de intereses entre los grupos contendientes es muy radical, tanto que es difícil encontrar a primera vista intereses comunes. La separación es, por tanto, muy tajante y excluyente.

Mucho cuidado, porque esto que digo no es un absoluto y la exclusión no suele ser total. Desde una perspectiva emocional y cognitiva, la capacidad para la empatía y el reconocimiento del otro puede llegar (y de hecho llega) a los más terribles enemigos. En estos casos, a pesar de la importancia del conflicto, que separa radicalmente a los diferentes grupos que organizan la conducta, se reconoce un "Nosotros" que abarca tanto a "Nosotros" como a "los Otros". Podemos decir entonces que no puede hacerse cualquier cosa para hacer daño los soldados enemigos (o con los terroristas enemigos de la sociedad), que existen unos "límites", por muy "Otros" que sean. Desde la perspectiva de los intereses, si escarbamos un poco, a menudo podemos encontrar unos ciertos intereses comunes incluso entre los enemigos más acérrimos. Esto es porque la interdependencia real tiende a rebasar la ilusión de las categorías excluyentes (apunto esta idea para ahora y para luego). Así, por ejemplo, las "reglas de la guerra" que aparecen en diversos períodos históricos no sólo se fundamentan en la empatía individual, sino también y sobre todo en la consideración de que una guerra total sin reglas ni escrúpulos de ninguna clase perjudica notablemente a los miembros de ambos bandos. Más allá de las reglas formales de la guerra, los contendientes pueden crear sus propios espacios; así, parece que en la I Guerra Mundial se creó espontáneamente entre los soldados de bandos opuestos, una cierta solidaridad, un cierto lenguaje (no verbal ni directo), unas ciertas reglas no escritas sobre los ataques y las treguas en las trincheras. No vamos a entrar en el "dilema del prisionero" ni en las complejidades del binomio cooperación/competición, basta con señalar que puede haber interdependencia e intereses comunes incluso en las situaciones de división más traumáticas.

La experiencia de la empatía, de la identificación con el otro, de hacerse solidum puede abarcar potencialmente al menos a cualquier miembro de la especie humana. Por otra parte, las relaciones de interdependencia derivadas de la producción social del trabajo pueden expandirse virtualmente a toda la Humanidad. El proceso histórico que observamos es, de hecho, expansivo. De Alejandro Magno a la "globalización" actual, pasando por la no menos importante "globalización" del siglo XVI, existe una tendencia progresiva hacia la interdependencia global. La necesidad permanente de romper las barreras prediseñadas de nuestras identidades personales y colectivas contribuye a generar mecanismos de solidaridad incluyente. En estos casos, el grupo es la razón para salir de nosotros mismos y para construir la "sociedad", la totalidad; como dice el poema de Benedetti "Quizás mi única noción de Patria/sea la urgencia de decir Nosotros". A su vez el grupo más amplio se convierte en una manera de salir de las reducidas fronteras del grupo más pequeño, de ampliar horizontes de solidaridad, y así sucesivamente, hasta alcanzar, al menos potencialmente a la totalidad de la humanidad, como un mismo solidum interdependiente. Montesquieu lo explicaba muy gráficamente:"Si supiera algo que me fuese útil, pero que fuese perjudicial a mi familia, lo desterraría de mi espíritu; si supiera algo útil para mi familia pero que no lo fuese para mi patria, intentaría olvidarlo; si supiese algo útil para mi patria pero que fuese perjudicial para Europa, o bien fuese útil para Europa y perjudicial para el género humano, lo consideraría un crimen y jamás lo revelaría, pues soy humano por naturaleza y francés sólo por casualidad".

Los "grupos imaginarios" sobre los que se articulan los intereses colectivos, por muy imaginarios que sean, no son nunca arbitrarios. Con independencia de la valoración que nos merezca o de la existencia de disfunciones, toda pauta cultural consolidada presenta una cierta racionalidad (de lo contrario no conseguiría ser compartida y reproducida). Si se ha definido un "Nosotros", aún de modo excluyente, es porque esta categoría sirve a unos intereses determinados. A menudo estos intereses tienen que ver realmente con los de los integrantes del colectivo. Para no ponernos excesivamente abstractos, pongamos un ejemplo con el tema, hoy candente, de la financiación autonómica.

En torno a las Comunidades Autónomas (igual que en torno a los Estados) pueden existir ideologías o sentimientos al menos parcialmente excluyentes. Por ejemplo, yo podría pensar -aunque no pienso-, que el bienestar de un "andaluz" es más importante que el de un "madrileño", o que el bienestar de un "español" es prioritario respecto del de un "uruguayo"; el bien de los "Otros" puede ser en cierto modo valorado, porque también hay una dinamica incluyente, pero en la práctica se olvida al subordinarse al del grupo "propio", que nunca quedará del todo satisfecho; hay que "barrer primero la propia casa"y nunca jamás la terminamos de barrer del todo. A pesar de la distorsión con la que operan estas ideologías excluyentes, existe un fondo objetivo de intereses. "Naciones" fantasmales aparte, las Comunidades Autónomas son estructuras políticas muy reales que constituyen unidades de gasto público pero que en términos generales no son unidades de ingreso; esto implica que hay un "reparto del pastel" recaudado por el Estado que me afecta a mí y presumiblemente a la gente más cercana a mí; con independencia de la intensidad de la ideología excluyente (que tiende a ser una manifestación del interés), es fácil que tienda a defender los intereses de mi "grupo". De la misma manera, "naciones" fantasmales aparte, los Estados son estructuras políticas muy reales y tiene sentido que las autoridades españolas defiendan los intereses llamados "de España" en los foros internacionales.

Sin embargo, la cristalización de las categorías cognitivas funcionales para la defensa de estos intereses puede taparnos una buena parte de la realidad. Así, por ejemplo, podemos creer ingenuamente que la "riqueza" se genera "en las Comunidades Autónomas" o en "España". Si bien es cierto que las estructuras políticas reales articulan en buena medida las relaciones sociales (por ejemplo, los mercados), también es cierto que los flujos de relaciones sociales, comunicativas, económicas, políticas trascienden ampliamente las fronteras políticas y así sucede, de hecho, con los mercados. No hace falta sucumbir a las versiones más simplistas y menos matizadas de la afirmación "la riqueza de unos implica automáticamente la pobreza de otros" para detectar que existen abundantes conexiones, vínculos, relaciones de poder y dominación, exclusiones, etc. Es decir, que la interdependencia rebasa, como ya hemos dicho, nuestras categorías y que puede ser necesario trascenderlas para construir un nuevo solidum, una nueva totalidad.

Estos dos mecanismos, solidaridad incluyente y excluyente, no son incompatibles, a pesar de que aparecen como opuestos. Incluso cuando la vida nos arrastra a construir grupos frente a otros grupos, podemos hacer al mismo tiempo el movimiento de inclusión, que despliega muchos efectos beneficiosos (mayores cuanto más auténtica sea la experiencia de ruptura de las barreras). De hecho, tanto en la guerra como en la argumentación, tienden a tener un mayor éxito los que comprenden mejor al adversario y saben ponerse en su lugar. En todo caso, para próximas entradas me interesa destacar una cosa: la solidaridad incluyente permite vencer algunas distorsiones de la percepción que provocan las categorías excluyentes.

viernes, julio 03, 2009

MIGRACIONES Y LENGUAJE POLÍTICAMENTE CORRECTO

En el mundo postmoderno no han muerto las ideologías, ni mucho menos. Si acaso se han descafeinado un poquito respecto de su alcance. Una de estas ideologías descafeinadas de nuestro tiempo es la insistencia en el "lenguaje políticamente correcto". Soy de la opinión de que esta forma de plantear las cosas puede y debe ser criticada y lo argumentaré más adelante. Pero eso no quiere decir que esté de acuerdo con las críticas más habituales y tópicas que se le hacen. De hecho, creo que otra de las ideologías descafeinadas de nuestro tiempo -igualmente superficial y poco comprometida con las tripas de la realidad- es la oposición sistemática e irreflexiva al "lenguaje políticamente correcto"; en estos casos adoptamos una pose, una máscara que suponemos que nos hace más interesantes, más inteligentes, conscientes e independientes, más alejados de los tópicos y del "pensamiento dominante". Pero se trata en muchos casos de una postura igualmente tópica y superficial, ligada al "sesgo de la mayoría oprimida" del que hablaremos en otra ocasión; no hay pensamiento más dominante que la rebeldía ideológica obligatoria de quien se cree más listo que la masa. Para no caer en este error, creo que hay que profundizar en dos reflexiones: primero ¿por qué es criticable la ideología del lenguaje políticamente correcto? Segundo ¿qué hay de verdad en ella? Porque todas las ideologías, como todos los mitos, tienen un fondo interesante de verdad que puede resultar interesante desentrañar y a veces aprovechar.

En primer lugar, podríamos criticar el lenguaje políticamente correcto por lo que tiene de eufemismo. Las categorías que designan a los grupos subordinados tienden a asumir un matiz peyorativo, pero lo cierto es que las palabras dan muchas vueltas a lo largo de la historia. Algunas palabras originariamente neutras adquieren con el tiempo un tono insultante que no les venía de serie ("moro"= natural de la provincia romana de Mauritania); otras, en cambio, nacen cargadas del más cruel de los desprecios pero son luego asumidas, subvertidas y reclicadas por los grupos minoritarios, que se apropian de la palabra para su propio uso (así ha sucedido con "gay" y últimamente con "maricón"). Algunas categorías son tan variables que uno nunca sabe cuál es la forma políticamente correcta de moda y cuál la que se ha convertido en insultante (como las múltiples maneras de denominar a los "negros" o a los "ancianos"). Otras veces, no dejamos de buscarle los tres pies al gato, porque todas las palabras parecen plantearnos problemas ("minusválido" "discapacitado" y no digamos "tarado" o "subnormal"). Lo cierto es que a veces nos comportamos como si hubiera alguna virtud mágica en las palabras mismas más que en los significados sociales que les atribuimos. En mi opinión, este es uno de los casos en los que "la intención es lo que cuenta", no la palabra utilizada (aunque siempre viene bien tener un cierto tacto para evitar malentendidos); el deseo o no de insultar, el sentimiento, el desprecio, el tono de voz, el contexto, el significado. Con eso basta, sin que sea necesario obsesionarse con la búsqueda del eufemismo menos feo; no olvidemos que los eufemismos tratan de ocultar o disfrazar una realidad que se percibe como negativa y que, por lo tanto, en estos casos suelen tener un punto de "excusatio non petita..." Cuando uno no termina de asumir la normalidad de la "negritud", pronunciar la palabra "negro" parece que produce una cierta incomodidad, que se sublima acaso con el deseo de no molestar y uno termina diciendo "de color", aunque, puestos a buscarle los tres pies al gato, sería una categoría más incorrecta, porque atribuye el "color" únicamente a la categoría marcada.

En cualquier caso, creo que puede profundizarse un poco más en la crítica a la ideología light del lenguaje políticamente correcto. En efecto, creo que a veces puede parecerse a una religión ritualista o farisaica, que recompensa a los que cumplen con una serie de preceptos exteriores y que condena a los infieles que "no cumplen la ley", aún sin preguntarse demasiado por las razones que daban sentido a estos preceptos. De esta manera, las contradicciones derivadas de las desigualdades de poder que se producen en la realidad social pueden proyectarse mágicamente a un terreno imaginario construido mediante el lenguaje. Y pueden resolverse aparentemente en estos reinos imaginarios con sólo decir unas palabras mágicas. Eso que los angloparlantes llaman tokenism y que nosotros podríamos traducir como "fachada" o más gráficamente como "blanqueo de sepulcros". "Todo tiene que cambiar" (en el mundo del lenguaje) "para que todo siga como está" (en la realidad social). No digo que esto se produzca siempre, pero sí que creo que es una tendencia inherente al purismo (puritanismo) en el examen de la "corrección" política del lenguaje.

Pero, ¿qué hay de interesante en estas exigencias de corrección política? Pues la razonable hipótesis de que, en cierta medida, estamos determinados por nuestras categorías cognitivas y por el lenguaje. Hablamos el lenguaje, pero también somos hablados por el lenguaje. La hipótesis Sapir-Whorf afirma que nuestro "mundo de la vida", nuestro universo de percepciones, está determinado por el lenguaje con el que construimos el mundo social. Esto es lo que se llama "relativismo lingüístico". Es una hipótesis razonable siempre que no se tome a la tremenda. ¿Quién nació primero, la gallina o el huevo? ¿El lenguaje construye a la sociedad o es la sociedad la que construye el lenguaje? ¿Al principio de todo fue el Verbo?

Algunas formas de materialismo vulgar desprecian el valor del mundo simbólico humano , que juzgan automáticamente como "superestructura" (se diría en términos marxistas), como si las cosas fueran en sí mismas "infraestructura" o "superestructura", nada más platónico y menos materialista. Supongo que entonces desprecian el valor del dinero o de las transacciones bursátiles, elementos puramente simbólicos e "inmateriales". Creo que desde el "materialismo razonable" se debe decir otra cosa. Efectivamente, la sociedad construye al lenguaje y el lenguaje es en gran medida un reflejo de las relaciones sociales reales. El lenguaje tiene una dimensión ideológica -en el mal sentido de la palabra- cuando se utiliza para construir mundos imaginarios donde se proyectan los problemas reales distorsionados para resolverlos mágicamente y que todo siga como está, como hemos dicho anteriormente. Esa función ideológica o superestructural , dicho sea de paso, no es ni mucho menos despreciable o baladí, sino que influye verdaderamente en la reproducción de las relaciones sociales. Pero, por otra parte, el lenguaje es el principal sustrato o instrumento a través del cual se construyen las relaciones sociales mismas, a través del cual se divide socialmente el trabajo y se configuran relaciones de dominación o de exclusión.

Así las cosas, lo importante de las palabras no es la superficie sino el fondo, y los efectos que producen. Las palabras pueden ser palabras mágicas, en la medida en que provoquen efectos sociales. En este contexto, lo importante no es la palabra que finalmente utilicemos, sino que hagamos la reflexión oportuna para que no nos afecten de manera irreflexiva los automatismos de nuestras categorías mentales. Ya he comentado alguna vez que yo prefiero hablar de "migraciones" antes que de "inmigración", como un recordatorio permanente de que los migrantes "vinieron de algún sitio" y que las migraciones internacionales deben observarse en el contexto más amplio posible. Pero luego me da igual la palabra que la gente prefiera utilizar, lo importante es haber conseguido hacer esta reflexión.

Ahora que he explicado a grandes rasgos lo que pienso del tema, tal vez nos podamos centrar en algún aspecto concreto. En la próxima entrada trataremos seguramente de cómo construimos las categorías de "ellos" y "nosotros" en el momento actual. Aquí el lenguaje es la superficie a través de la cual podemos detectar el uso de categorías mentales para reproducir una situación social de subordinación.

[La imagen es la portada de un libro de cuentos infantiles políticamente correctos en clave de parodia que, desde aquí recomiendo, así como su secuela "más cuentos infantiles políticamente correctos"]