En una entrada anterior hablábamos de tres nociones del vocablo "interculturalidad", como alternativa a la posible carga esencialista y extremadamente relativista del llamado "multiculturalismo". Así, nos referíamos a la interculturalidad como realidad, como valor y como mito. A ese potaje se me olvidó echar un ingrediente importantísimo: la interculturalidad como estrategia (tanto desde un punto de vista personal como político y social). Desde esta perspectiva, la "interculturalidad" va más allá de las diferencias culturales y de hecho las traspasa con su implacable aguijón; atraviesa las artificiosas fronteras de los grupos étnicos, la letanía de las pautas estereotipadas de relación "entre culturas", la jaula de las etiquetas éticas étnicas. No es un punto de partida ni un punto de llegada, sino un proceso; el proceso por el cual nos vamos encontrando con los Otros más allá de su "otredad". Su fundamento no es otro que la dignidad humana, que es el valor que hemos querido utilizar como criterio último de orientación en el torrente de la diversidad.
Por supuesto, esta estrategia implica interesarse por las diferencias culturales, aprender sobre ellas, conocerlas; pero también supone descubrir las prácticas y representaciones culturales que nos unen. Siempre hay muchas; primero, porque en el fondo las personas estamos hechas de la misma pasta (lo que los antropólogos llaman la "unidad psíquica de la humanidad"), "la gente es igual en todas partes", decía con seguridad el anciano de la "tribu" Tiv a la antropóloga Bonhannan; segundo, porque es irreal la noción esencialista de las "culturas" como entidades coherentes y estables, compartimentos estancos: la realidad sociocultural es heterogénea, no tiene fronteras objetivas y es cambiante. Pero este proceso no sólo consiste es descubrir que no somos "tan" distintos; en el fondo, se trata de rebasar los estrechos límites autodefinidos de lo cultural, lo religioso, lo ideológico o lo étnico para encontrarnos simplemente con personas.
Por supuesto, esta estrategia implica interesarse por las diferencias culturales, aprender sobre ellas, conocerlas; pero también supone descubrir las prácticas y representaciones culturales que nos unen. Siempre hay muchas; primero, porque en el fondo las personas estamos hechas de la misma pasta (lo que los antropólogos llaman la "unidad psíquica de la humanidad"), "la gente es igual en todas partes", decía con seguridad el anciano de la "tribu" Tiv a la antropóloga Bonhannan; segundo, porque es irreal la noción esencialista de las "culturas" como entidades coherentes y estables, compartimentos estancos: la realidad sociocultural es heterogénea, no tiene fronteras objetivas y es cambiante. Pero este proceso no sólo consiste es descubrir que no somos "tan" distintos; en el fondo, se trata de rebasar los estrechos límites autodefinidos de lo cultural, lo religioso, lo ideológico o lo étnico para encontrarnos simplemente con personas.
Hoy en día, en España y con carácter general, nuestros definitivos "Otros" son todas esas personas que con simpleza etiquetamos como "moros" o "musulmanes", de ahí que muchos ejemplos míos vayan por ahí (aunque sea mucho más rica nuestra diversidad cultural, que, además, no sólo implica a los migrantes). Estoy convencido de que muchos (no todos, claro) de los "españoles" que vociferan consignas islamófobas y otras escatologías de la invasión jamás se han encontrado con uno de ellos "cara a cara". Quizás, más allá de las noticias de las 3, se hayan tropezado con ellos por las esquinas, los hayan visto subir al metro o paseando por las calles, o hayan intercambiando algunas palabras para que te vendan una caja de leche en el "chino" o un CD pirata en el "top manta". Quizás los hayan tratado un poco más, pero es posible que su relación haya sido excesivamente estandarizada, haya estado mediatizada por los roles, por los estereotipos, por las fronteras étnicas que unos y otros fraguamos; relaciones en las que somos únicamente la careta que nos tocó en suerte en el drama.
El que suscribe en cambio, ni mejor ni peor que estas personas, ha tenido la oportunidad y la suerte (no es un mérito, claro) de estar cerca de algunos de esos "Otros" más allá de su "otredad" y de ver como a otros "españoles" les pasaba lo mismo: tener conversaciones en las que te hablan de su país, de sus costumbres, de sus tradiciones, de su fe (que no es lo mismo), pero también de sus sueños, de sus preocupaciones, de sus aspiraciones, de sus miedos; convivir diariamente; fraguar "incluso" amistad de la buena. Los esqueletos del estereotipo (demonizado o idealizado) se cubren entonces de carne y cobran vida; descubrimos a personas con virtudes y defectos, ni santos ni demonios, como tú y como yo, como todos. Esa experiencia no necesariamente cambia radicalmente nuestra perspectiva ideológica, nuestra visión global de las migraciones, del Islam o de lo que sea; de hecho, en la actualidad todo el mundo afirma en teoría la humanidad de aquellos Otros. Pero, en la práctica, esta experiencia nos hace menos dogmáticos, menos vociferantes, más escépticos, menos soberbios o simplistas, y, sobre todo, mucho más capaces de que la próxima vez nuestra relación personal sea normal desde el principio, sea cuál sea el contenido de nuestros estereotipos, porque sabremos que estamos delante de una persona de carne y hueso, no de un monigote. Por tanto es una experiencia que hay que promover activamente, que no tiene que dejarse en manos de la casualidad o el destino.
El que suscribe en cambio, ni mejor ni peor que estas personas, ha tenido la oportunidad y la suerte (no es un mérito, claro) de estar cerca de algunos de esos "Otros" más allá de su "otredad" y de ver como a otros "españoles" les pasaba lo mismo: tener conversaciones en las que te hablan de su país, de sus costumbres, de sus tradiciones, de su fe (que no es lo mismo), pero también de sus sueños, de sus preocupaciones, de sus aspiraciones, de sus miedos; convivir diariamente; fraguar "incluso" amistad de la buena. Los esqueletos del estereotipo (demonizado o idealizado) se cubren entonces de carne y cobran vida; descubrimos a personas con virtudes y defectos, ni santos ni demonios, como tú y como yo, como todos. Esa experiencia no necesariamente cambia radicalmente nuestra perspectiva ideológica, nuestra visión global de las migraciones, del Islam o de lo que sea; de hecho, en la actualidad todo el mundo afirma en teoría la humanidad de aquellos Otros. Pero, en la práctica, esta experiencia nos hace menos dogmáticos, menos vociferantes, más escépticos, menos soberbios o simplistas, y, sobre todo, mucho más capaces de que la próxima vez nuestra relación personal sea normal desde el principio, sea cuál sea el contenido de nuestros estereotipos, porque sabremos que estamos delante de una persona de carne y hueso, no de un monigote. Por tanto es una experiencia que hay que promover activamente, que no tiene que dejarse en manos de la casualidad o el destino.
Me he acordado de todo esto porque el otro día pude disfrutar en el Festival Alcances de un corto documental llamado "Face to Face" (cara a cara, de Adriá Fernández y Thomas Aubry) que nos narra una manifestación concreta de esta estrategia y nos trae un rayito de esperanza en una situación en la que lo más realista es ser pesimista (pero claro, la esperanza no es lo mismo que el optimismo). En el Estado de Israel y en los territorios ocupados, el círculo vicioso del miedo y el odio parece no tener fin y las fronteras entre judíos y palestinos a veces parecen impermeables; las relaciones están fuertemente determinadas por los roles étnicos y por las máscaras mediáticas. La iniciativa es algo muy sencillo, muy modesto, pero a mi juicio muy significativo: "mezclar" adolescentes palestinos e israelíes en unos días de convivencia. Uno de los encargados del proyecto describía el shock inicial del derrumbamiento de las diferencias imaginarias y estereotipadas: "¡Visten como nosotros!", "¡Piensan como nosotros!", "¡Se pelean entre ellos como nosotros!". Decía que era fácil que, por ejemplo, los "judíos" que tratara en toda su vida un palestino de los territorios ocupados fueran los soldados y los colonos, que, lo quieran o no, están cumpliendo en su trato con ellos con el rol de "judíos" que marca las diferencias. Por eso son importantes estas experiencias: no cambian necesariamente de manera radical tu concepción del mundo, tu ideología, tu identidad étnica, tus opiniones, pero infunden todo eso del inconfundible olor de la humanidad, más allá de las elaboraciones teóricas de los Derechos Humanos que nadie discute en voz alta. En Israel y en todas partes es urgente y necesario tender este tipo de puentes que nos hacen -aunque sea por un momento- tratar con las personas con la careta algo más difuminada.
La imagen de arriba se refiere a una iniciativa artística del mismo nombre (Face 2 Face) y similar filosofía, también en conexión con las relaciones entre judíos y palestinos. Se trata de exponer por todas partes fotos hechas "de cerca", con el objetivo casi en la cara, de judíos y palestinos que desempeñan exactamente la misma profesión (supongo que por partir de una semejanza), haciendo inevitablemente muecas. El vídeo que os pongo no es el corto del que hablaba antes, sino el trailer de esta experiencia fotográfica. "Aunque son vecinos, judíos y palestinos no se ven más que a través de los medios", se dice al principio. No es que estas fotos vayan a cambiar el mundo, pero encarnan esta necesidad: mirarnos de cerca, "cara a cara" y descubrir quizás que el "monstruo" provocado por el espejismo se muestra ahora como un reflejo especular que nos dice como somos nosotros mismos.
La imagen de arriba se refiere a una iniciativa artística del mismo nombre (Face 2 Face) y similar filosofía, también en conexión con las relaciones entre judíos y palestinos. Se trata de exponer por todas partes fotos hechas "de cerca", con el objetivo casi en la cara, de judíos y palestinos que desempeñan exactamente la misma profesión (supongo que por partir de una semejanza), haciendo inevitablemente muecas. El vídeo que os pongo no es el corto del que hablaba antes, sino el trailer de esta experiencia fotográfica. "Aunque son vecinos, judíos y palestinos no se ven más que a través de los medios", se dice al principio. No es que estas fotos vayan a cambiar el mundo, pero encarnan esta necesidad: mirarnos de cerca, "cara a cara" y descubrir quizás que el "monstruo" provocado por el espejismo se muestra ahora como un reflejo especular que nos dice como somos nosotros mismos.
5 comentarios:
Hola Antonio,
Soy Adrià Fernández, el director del documental "Face to Face". Cual ha sido mi sorpresa cuando he visto en internet que alguién hablaba de mi documental!!! Muchas gracias por dedicarle unas líneas. Me alegra que por lo menos haya una persona que lo haya visto y haya sacado algo positivo de este trabajo. Por cierto, si quieres que te envíe una copia solo tienes que facilitarme tu dirección (me la envías a mi mail, adrikatoa@hotmail.com).
Pues eso, que muchas gracias otra vez y hasta pronto,
Adrià
Gracias, Adrià; de hecho, como decía, fue tu documental la chispa que encendió el humus de la experiencia y revolvió viejas ideas que no tenían forma, animándome a escribir el resto de la entrada. Y mientras escribo voy aprendiendo lo que pienso de las cosas, por eso lo hago. Por eso y porque confío en que algún día también yo pueda encender alguna chispa. Y así poquito a poco la gente corriente vamos tejiendo la red que sostiene nuestra esperanza.
Aún a riesgo de "mojarme", y de mostrar esos fantasmas que no nos gusta enseñar, porque no son políticamente correctos, me encuentro muchos días con la tentación de que, desde algún sitio, alguien (el malo del gobierno, alguien que no sea yo, por supuesto) estableciera la obligatoriedad de aprender español a todos aquellos que van a residir en España.
Por un lado, me parece ese sentimiento irracional mío, algo reprobable por generalista y simplificador.
Pero por otro lado , en el día a día de la integración y del trabajo con inmigrantes, veo que , para conseguir ese conocimiento mutuo, que creo que es el cauce mejor para construir la sociedad del futuro, evitando xenofobias y guetos, la condición previa e indispensable es la comunicación.
No quiero que entendamos esta duda mía como mi opinión o como una verdad incontestable. Estoy pidiendo ayuda para resolver un problema que se nos da todos los días.
Hablando con una compañera , trabajadora social en Lérida, me comentaba el caso de varios colectivos de extranjeros que nos plantean retos de integración social y laboral muy importantes.
Se trataba de un grupo de mujeres pakistaníes , que no hablaban español, vestían conforme a su cultura y carecían de habilidades de trabajo "típicas" de nuestra sociedad "productiva y capitalista", en la que quien no produce no tiene derecho a vivir.
Otra compañera de Córdoba me comentaba que tenía graves problemas para hacer trabajar a las gitanas rumanas en "trabajos normales" , con cotización a la Seguridad Social, porque ¿cómo explicar que por 40 horas semanales de trabajo al mes ganarás lo que dos sábados en una feria vendiendo mecheros?
Otros colectivos que presentan retos importantes son el colectivo saharaui, especialmente las mujeres de mediana edad, o muchos subsaharianos , sobre todo en zonas donde carecen de redes sociales fuertes (no tienen papeles ni los pueden conseguir en muchas ocasiones); además hablan español con dificultad (más complicado aprender el idioma cuando nadie te quiere hablar por considerarte diferente) .
El otro día navegando por Internet , encontré un artículo donde se hablaba del programa ACCEDER , no sé si es de la iniciativa Equal o algún proyecto de Secretariado Gitano, en que se reconocían los logros de dicho programa.
Sentí muchas ganas de que de repente funcionaran las transferencias de buenas prácticas, y que esa noticia en internet no fuera una publicidad gratuita al servicio de algún interés.
Hay veces, que ante situaciones, que son retos, son válidas las acciones exitosas y creo que es importante que las compartamos.
En lo que respecta a este blog, es muy importante tener una base teórica sólida, claridad de ideas, objetivos claros...Entiendo las dificultades de tomar posturas claras en una realidad tan diversa y tan compleja . Por ejemplo, apostar decididamente por la interculturalidad y dejar la multiculturalidad.
¿Cómo exigir a una persona que ha venido a España , simplemente a trabajar para mantener a su familia, que pase el calvario de tener que convencer a la sociedad receptora de "lo bueno que es", lo "normal" que es , lo "parecido" que en el fondo es a nosotros. Por mi experiencia, eso lo hacen algunos...pero otros, en la primera dificultad, prefieren encerrarse entre los muros de sus compatriotas y demonizar España y los españoles...y , en una postura muy humana, decir que lo que quieren es volverse a su país, que Europa es una porquería (aunque probablemente en muchos años no tendrán la oportunidad de regresar).
Es tan importante tomar partido por una postura filosófica u otra, porque de ello depende cómo se implementen los programas de actuación en uno o en otro sentido.
De ahí , que la formación de quienes son responsables en temas de inmigración sea crucial para el diseño de las sociedades del futuro.
Al menos este blog, hace que reflexionemos todos un poco. Y de la reflexión, si se hace de forma honesta , seria y en defensa de la dignidad de todos , pueden surgir acciones que den respuesta a los retos de estos "tiempos interesantes". Sin traumas y con trabajo , una nueva sociedad es posible.
Pues gracias por el nuevo comentario. Yo creo que los mecanismos mentales que conforman las barreras étnicas no son sustancialmente distintos entre nosotros y los extranjeros; lo que varía es la posición social y por tanto el contexto y las consecuencias del aislamiento étnico. Tanto ellos como nosotros construimos representaciones imaginarias que "esencializan" las diferencias culturales y pretendemos a menudo aislarnos o mantener una separación formal. Así, nosotros pretendemos quedarnos "al margen" y ellos consiguen quedarse en los márgenes; ambos procesos se retroalimentan en una especie de círculo vicioso.
Para mejorar la comunicación, el dominio técnico por parte de los extranjeros de los códigos lingüísticos dominantes, así como otros códigos culturales más sutiles es muy adecuado. Es además una herramienta que amplía el espectro de posibilidades de una persona y siempre le va a resultar beneficiosa. No es, eso sí, el problema esencial de la comunicación: aquellos que entre sí no quieren entenderse no lo hacen por muy grande que sea el dominio del idioma. Pero es importante, muy importante.
Lo que pasa es que yo tengo un poco de miedo de las "obligatoriedades" si no son estrictamente necesarias, porque pueden ser contraproducentes y porque pueden utilizarse en realidad desde perspectivas demasiado unilaterales de la "integración". Creo que primero hay que poner los medios para este aprendizaje del idioma, analizar los contextos que lo dificultan (pensemos, por ejemplo, en determinados tipos de trabajo agrícola) y también plantear algún elemento de reciprocidad. La obligatoriedad, de momento me la guardo para temas como la escolarización obligatoria de los menores y, si acaso una vez se descubran problemas específicos que no pueden ser abordados de otra manera.
Yo también odio las obligatoriedades
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