Contador web

viernes, septiembre 28, 2007

LA CAJA DE PANDORA

Los buenos mitos suelen tener al menos dos versiones, a menudo contradictorias entre sí. El mito de Pandora, como otras historias del "Paraíso Perdido", trata de expresar por qué no somos tan felices como nos gustaría, pero la historia cambia según quién nos la cuente. Según la versión más conocida, el ánfora de Pandora contenía todos los "males" de la tierra; cuando la insensata Pandora "metió la pata" y la abrió, todos estos males se esparcieron por el mundo; sólo quedó la esperanza, que habrá de ser vana ilusión, ya que de "males" iba el cuento. Sin embargo, a través del poeta Theognis nos llegó otra versión, según la cual Pandora (que ciertamente significa algo así como, "la portadora de todos los dones") no custodiaba más que "bienes", que al abrirse la jarra se esfumaron, exceptuando a la esperanza, que al menos nos recuerda (y acaso nos promete) todo aquello que se marchó.

Las dos versiones pueden ser "verdaderas" al mismo tiempo, porque las dos nos hablan de lo profundo de nuestra experiencia. Pero luego, como decía Oscar Wilde en boca de Vivian, la vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita la vida; nos pasamos la vida encarnando nuestros mitos más cercanos, nuestra experiencia se parece bastante a nuestros sueños, nuestras profecías se ven a menudo autocumplidas. ¿Cuántas personas viven de manera radicalmente distinta la misma situación objetiva? Nuestra felicidad depende de que la "esperanza" sea el "mal" que se quedó en la caja de Pandora para machacarnos con ensañamiento o el "bien" que se mantuvo junto a nosotros, aún con la melancolía que proporciona la nostalgia de futuro. Ahora bien, esto no sólo afecta a nuestra experiencia, a nuestras emociones, a nuestras vísceras, sino también a nuestras estrategias racionales. La manera frente a la que nos situemos ante un fenómeno nos permitirá un mayor o menor margen de actuación.

Sostengo que las migraciones masivas son un fenómeno estructural de nuestro tiempo. Con esto quiero decir que, como su "madre" más abstracta, la llamada "globalización", forman parte indisoluble de nuestro paisaje social, de las "reglas del juego" de los tiempos interesantes que nos ha tocado vivir; si algún día no hay migraciones masivas, la sociedad habrá cambiado tan radicalmente que no la reconoceríamos (y de hecho, el cambio llevaría tanto tiempo que probablemente estaríamos ya muertos). En su manifestación actual, las migraciones vienen determinadas por el progreso de los transportes y las comunicaciones, por los radicales desequilibrios a nivel mundial en el desarrollo económico, que lamentablemente no van a cambiar de hoy para mañana, y -eso ya siempre- por la propia naturaleza de los seres humanos (que fueron migrantes antes que sapiens). Levantar el dedo airados y quejarnos de las migraciones es como lamentar la existencia de los árboles, los coches, las casas, los relámpagos, el día y la noche.

Pero con las migraciones nos puede pasar como con la caja de Pandora, que no nos aclaremos en si contienen males o bienes. ¿Es "bueno" o es "malo"?, nos preguntamos continuamente y a veces la realidad se burla de nosotros como en el cuento taoísta del campesino y el caballo. Nos empeñamos en esas cosas, en poner etiquetas blancas o negras a las grandes palabrejas con las que intentamos entender la realidad. Nos engañamos. Las migraciones son un "macrofenómeno"; o sea, que en ese saco echamos miles y millones de historias, de procesos, de dramas, de situaciones reales, de experiencias, de problemas. La "industrialización", por ejemplo, ¿es "buena" o es "mala"? Como hijo de una sociedad configurada por ella no puedo menos que decir "globalmente buena" (sin ella, no puedo imaginarme honestamente), pero de esta manera corro el riesgo de insultar al aire envenenado, a las aguas contaminadas, al sudor y la sangre de aquellos que la hicieron posible y la hacen hoy rentable en la eterna periferia. La cuestión más bien es cómo nos situamos ante este fenómeno, que forma parte indisoluble de nuestras vidas. Los obreros ludistas perdieron mucho tiempo y esfuerzo quemando las máquinas y tratando de parar el reloj del tiempo en lugar de pensar de qué modo iban a replantearse sus estrategias en el mundo industrializado.

Merece la pena contemplar las migraciones como una oportunidad. Desde el punto de vista económico, pueden producir muchos efectos beneficiosos tanto en los países de origen como en los de acogida (todo lo que es romper fronteras puede tener un efecto positivo si se gestionan los efectos secundarios). Desde un punto de vista cultural, nos aportan la experiencia del extrañamiento, que nos descoloca a unos y a otros del automatismo perceptivo y nos hace comprendernos mejor a nosotros mismos; amplía nuestras posibilidades de acción gracias a la diversidad y nos enseña -si lo hacemos bien- a superar las barreras "culturales" que separan a las personas. Desde el punto de vista personal, es la historia en la que muchas personas tratan de hacer realidad sus sueños. Pero también hay consecuencias "negativas": consecuencias económicas perniciosas sobre los países de origen y los de destino, conflictos interculturales, explotación laboral, etnicismos y discriminación, segregación. Nuestra acción no puede cambiar radicalmente el argumento del cuento, que depende de mucha más gente, de una estructura social, pero nos puede acercar más a uno u a otro polo. Nuestro posicionamiento puede abrirnos o cerrarnos posibilidades de acción.

Tenemos que aprender a no hacer caso de don Pésimo, para no convertirnos en vendedores de tormentas, o, para no quedarnos paralizados por el terror e incapaces de hacer nada que no sea rezongar y quejarnos de lo malos que los los extranjeros y de que todo se va a ir a la mierda. Pero no está de más tener también algún cuidado con don Óptimo, para no evadirnos de los problemas de la gente, para no construir castillos de arena que se nos disuelvan a la primera de cambio y nos dejen solos con don Pésimo. No confundamos a don Óptimo con el último de los bienes de la caja de Pandora, con el último que se pierde. La esperanza, esa convicción de que lo que hacemos de corazón tiene sentido pase lo que pase, si la sabemos cuidar, permanece incluso cuando don Óptimo se ha marchado a comprar tabaco para no volver nunca.

3 comentarios:

JLuis dijo...

Que se puede decir... Amén

Comparto todo cuanto planteas, aún cuando me cueste menos esfuerzo reconocer en los demás la tendencia a los extremos, que controlar mi propia deriva.

Es ciertamente crucial para entender y llevar a buen puerto un fenómeno de la magnitud que tiene y va a tener la inmigración ser capaz de sortear desvíos emocionales e ideológicos, evitar sentimientos de pertenencia y afinidades.

Por eso entradas como estas tienen un valor especialmente relevante.

Lo dicho... amén.

Anónimo dijo...

Como ha dicho José Luis, me parece que has dado en el clavo.

Pienso mucho en los pros y contras de las migraciones, y este análisis me parece de lo más acertado.

Reconociendo las sombras del fenómeno, tu discurso no deja de ser muy positivo, y muy útil en la sociedad de hoy.

Trasladar a la sociedad un discurso así de claro, aunque parezca una obviedad es hoy por hoy muy necesario.

Porque nos estamos perdiendo en lo que sentimos, si bueno, si malo, si rechazo ,...y hay veces que no queda otra que ver que es parte de la realidad de nuestro tiempo y que es , como dices, como plantearse si un árbol tiene que dejar de ser un árbol.

Puede que las migraciones haya que pensarlas en clave de sentido común : sacar el máximo provecho de lo inevitable, de lo que "es así" y no va a cambiar.

Intentar parar a quien se monta tres veces en un cayuco seguidas , arriesgando su vida, es intentar poner vallas al mar. No es posible. Porque hay gente que no tiene nada que perder. Lo que deja atrás es peor que la amenaza de perecer en el intento.


Tu reflexión es estupenda y ojalá a ella nos vayamos uniendo muchos. Así un nuevo horizonte es posible.


Qué buen rincón, estos tiempos interesantes...

Antonio Álvarez del Cuvillo dijo...

Pues buchas gracias por vuestros comentarios.