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sábado, septiembre 12, 2009

LOS OTROS (II): CATEGORÍAS DEL DESPRECIO

Ya era hora de que escribiera algo por aquí, que estoy un poco vago últimamente. Estábamos hablando de cómo las categorías del lenguaje y el pensamiento contribuyen a reproducir las relaciones sociales de poder y dominación. Partíamos de una reflexión general buscando lo que había de verdadero y auténtico en la ideología del "lenguaje políticamente correcto" para encontrarnos con este efecto real de las categorías sobre la vida de la gente. Después hemos visto cómo las categorías de los "Otros" sirven para configurar intereses colectivos hacia dentro o hacia fuera de un determinado grupo; puesto que estos intereses son muy variables, las categorías son también muy elásticas y flexibles (a pesar de nuestra tendencia a tomarlas como ideas platónicas de contenido inmutable).

El hecho de que sean flexibles no impide que estén firmamente asentadas en nuestra manera de hablar y de pensar, reproduciéndose continuamente a través del lenguaje y la acción y haciendo más y más verdaderas y materiales las diferencias entre las personas por razón de su (nuestra) pertenencia a "grupos imaginarios". Pero la flexibilidad hace que la carga emocional vinculada a cada categoría sea variable, desde el más absoluto desprecio hasta las formas más sutiles de distinción.

He cogido la costumbre excéntrica de leer en los parques en lugar de encerrado en casa. Creo que es una sana costumbre por diferentes razones y una de ellas es la posibilidad de acceder a material antropológico inédito, dado que alguna gente grita tanto que es imposible no escuchar sus conversaciones, que no hemos de considerar "intimidad "debido al volumen de voz empleado. Hace unas semanas, una chica joven se acercó con su sobrina preferida, de 6 años, al banco donde estaban sentados unos amigos suyos. En un momento dado, la niña debió coger una colilla o algo así y su tía la reprendió: "Eh. ¡No toques eso! ¡Eso es mierda! Como los moros. ¿Qué son los moros? Mierda. Pues lo mismo el tabaco. Moros mierda. Tabaco mierda. Como los moros". La frase se planteó con total y absoluta espontaneidad y sin la conciencia de culpa que acompaña a las manifestaciones "políticamente incorrectas" en otros contextos sociales. Es sólo un ejemplo. Todos escuchamos diariamente muchas cosas como esta a veces en broma, a veces en serio, a veces medio en broma medio en serio y en boca de gente normal y corriente, no necesariamente de cabezas rapadas embrutecidos. Así es como se reproducen, tranquila y cotidianamente, sin sobresaltos y entre chistes, las categorías del desprecio. Creemos que el desprecio se circunscribe a las manifestaciones más extremas del racismo y se nos puede escapar su funcionamiento real.

Esta niña de 6 años ya ha sido socializada en una equivalencia moros = mierda = tabaco. Es posible que esto influya sobre ella de manera directa y palpable. Pero también puede que no. Puede que termine fumando dos paquetes de tabaco negro al día y casándose con un "moro." Pero, aún así, su espacio de significados estará colonizado por esta equivalencia, no sé si me explico. El sistema de categorías que conforma el pensamiento mantendrá la conciencia de la categoría denigrada. Es como una especie de gen, que se expresa o no se expresa en función de un contexto determinado y, si se expresa, puede hacerlo también de diversos modos en función de las circunstancias y en cualquier caso, se sigue reproduciendo.

Las expresiones más destacadas de las categorías del desprecio son las manifestaciones de racismo radical, abiertamente rechazadas por el conjunto de la sociedad; pero estas manifestaciones especialmente violentas y socialmente disfuncionales no pueden analizarse de manera separada del sistema de dominación étnica del que forman parte como resultado patológico (de la misma manera que la violencia de género es una manifestación patológica de un sistema mucho más cotidiano de dominación de la mujer). Los participantes en los sucesos racistas de "El Ejido" no eran monstruos inhumanos, sino personas perfectamente normales que, en un contexto estructural determinado -posiblemente, la integración de los marroquíes a la pauta "nacional" de acceso a la propiedad de la tierra- reaccionaron de una manera patológica. Pero las categorías del desprecio operan de manera mucho más cotidiana, lo que sucede es que para entenderlo nos tenemos que quitar esa visión platónica y discreta de las categorías.

Uno puede gritar en el apogeo de cualquier banquete familiar que los moros son una mierda y llevarse muy bien con el moro X, que le suministra el hachís, le pasa bien y además es güena gente. En la práctica humana es perfectamente compatible. Pero el "gen" sigue allí y se activa en un momento determinado (pongamos la dificultad para encontrar plaza en el colegio para sus niños o sufriendo una cola de urgencias), para indicar al cerebro cuál es (y cuál debe ser) el grupo subordinado. Las "categorías del desprecio", cargadas de emotividad negativa, se activan en determinados momentos para producir solidaridad excluyente o simplemente, para excluir, total o parcialmente, de la solidaridad.

Ahora bien, ¿cómo reaccionar ante esta dinámica? A mi juicio, no resulta demasiado útil que nos convirtamos en censores del lenguaje y perseguidores del chiste o el comentario racista. Y no es útil porque estas categorías son, como he intentado explicar, producto de unas relaciones reales de dominación; mientras estas relaciones se mantengan, estas expresiones van a seguir aflorando, de un modo u otro. Como contaba hace ya tiempo, la "demonización del racista" sólo provoca que el racismo se nos cuele en el salón principal por la puerta de atrás. De lo que se trata es de evitar el efecto de reproducción de la desigualdad que generan las categorías del desprecio. Para ello, en primer lugar, es necesario que nos hagamos muy conscientes del funcionamiento del proceso. En segundo lugar, es preciso plantear discursos alternativos y categorías alternativas que puedan contrarrestar este efecto reproductor, que puedan cuestionar las categorías del desprecio y abrir un espacio más amplio para la percepción del otro que nos permita producir mecanismos de solidaridad incluyente. Es decir, no se trata de escandalizarse ante todas las manifestaciones de desprecio (aunque a veces el escándalo es muy oportuno), sino más bien de lanzarnos a esta batalla en el mundo de los símbolos, tanto en broma como en serio.

En cualquier caso, más allá del efecto emotivo de las categorías del desprecio (aunque con ayuda de éste) la distinción Nosotros/Otros opera también cuando se utiliza de manera aparentemente más neutra para excluir artificialmente a muchas personas de la solidaridad. Especialmente en contextos como el de la crisis económica. Este efecto es quizás más sutil. Intentaré explicarlo en las próximas entradas.

8 comentarios:

Doppelgänger dijo...

Oye, Dioni, ¿conoces las teorías de Basil Bernstein sobre los códigos elaborado y restringido?
Personalmente considero que se otorga demasiada importancia a los usos del lenguaje en la formación de estereotipos a través de los procesos de aprendizaje. Si los prejuicios no vienen acompañados de algún tipo de experiencia negativa, o a mediante un condicionamiento activo que predisponga a la hostilidad, no creo que las coletillas sobre un colectivo tengan demasiado efecto. Un individuo criado en un ambiente saludable, de buena familia y consciente de las implicaciones de un uso del lenguaje coloreado por el prejuicio, que se adapta y amolda al código neutro y "desprejuiciado" que llamamos corrección política puede presentar actitudes de desconfianzao miedo hacia la etnia X (los "moromierda" en este caso). Otro de clase baja y acostumbrado al contacto directo con los miembros de esa etnia puede haber tenido muchas más oportunidades para entablar relaciones con sus integrantes, desarrollado amistades, colaborado en el ámbito laboral, etc...
En el fondo todo esto depende de la experienca como casi todo en esta vida: si la ha habido y de qué tipo ha sido (no es lo mismo trabajar en estrecho contacto con compañeros marroquíes que haber pasado la primaria en un colegio con un alto porcentaje de alumnos marroquíes, porque en los colegios siempre se pasan malos tragos, y si hay una etnia X presente para dar tonalidad específica a esos recuerdos pasarán de ser recuerdos frustrantes a ser recuerdos frustrantes por culpa del moro). Aquí se impondría un gráfico muy potito con una serie de relaciones presididas por los signos + y -, en el que entran en juego (como siempre) la riqueza y la posición de sus participantes.

Antonio Álvarez del Cuvillo dijo...

Ahora que me lo mencionas y lo busco me sonaba de algo lo de Bernstein, pero creo que lo había olvidado. Me alegra mucho que hagas ese comentario, Doppelgänger, porque me quedo con una cierta culpabilidad de que lo que pienso sobre el tema quede desvirtuado a ojos de alguien que no siga la línea argumental del blog y de su autor, que no es tu caso. En esta entrada me ocupo del "campo de batalla simbólico", pero en términos generales me irrita bastante que las cuestiones de "interculturalidad" o "integración" se remitan a mundos estratosféricos en lugar de a la realidad de las relaciones sociales (véas el punto 5 de esta entrada. Por eso digo que, mientras se reproduzcan estas relaciones de dominación, las categorías de este tipo van a seguir apareciendo sí o sí. Lo esencial es dónde vives, cómo vives, a qué colegio vas, dónde trabajas, en qué puesto y con quién, etc. Por eso las estrategias eficaces de interculturalidad son las que trabajan, como dices, el contacto "cara a cara". Este es el nudo gordiano del asunto.

Peeero. Hay un papel reproductor del lenguaje que hay que controlar. He intentado plantear el tema "aquí". Hay mucha gente que sigue exponiendo abiertamente sus perjuicios y colaborando en esta dominación, aunque su amigo Mohammed sea "diferente" a los demás "moromierdas" (esto se plantea muchísimo). Por supuesto, esto se debe a que las relaciones individuales no coinciden con las étnicas, pero hay otro elemento.

Creo que todavía no me he conseguido explicar del todo al respecto, pero te adelanto que creo que el papel "emotivo" del elemento emocional del perjuicio en la mayoría de la gente lo que hace es cumplir un papel de marca para la categoría cognitiva, que es lo que importa. La emoción (no es necesario que sea una emoción intensa y ni siquiera aparentemente reconocida por el sujeto) es una marca que hace SIGNIFICATIVA la categoría y la almacena en la memoria (se ha dicho mucho sobre el papel de la significatividad y de la emoción en la memoria). Uno no puede creer realmente que los extranjeros son unos mierdas, pero la significación derivada del elemento emotivo hace muy significativa la categoría de "extranjero". Y luego vienen los efectos cognitivos, que son los cotidianos. Esto es, una persona perfectamente normal, sin aparentes atisbos de racismo, e incluso con cierta conciencia social, se plantea que los "extranjeros colapsan la asistencia sanitaria". La conclusión no necesariamente es que hay que echarlos a todos, pero esta afirmación contiene una trampa cognitiva, alimentada por la "significatividad" emocional de la categoría "extranjero". Me explico como un libro cerrado, pero intentaré seguir con ello.

En este contexto, lo relevante es cambiar las interacciones sociales reales, y no el lenguaje que deriva de ellas, que es un epifenómeno. Pero, para ello, uno tiene que ser CONSCIENTE de la "trampa cognitiva" y construir un código simbólico o ideología adecuada para llevar a cabo esa transformación. Para que nos entendamos, en el contexto del siglo XIX, fíjate todo lo materialista que era Marx y la importancia que dio, "sin embargo" a la "conciencia de clase". Uno puede cobrar conciencia de las trampas cognitivas y seguir utilizando exactamente las mismas palabras, pero ahora sabe de dónde vienen y se amplifica la visión de la realidad para poder transformarla.

Antonio Álvarez del Cuvillo dijo...

Jandemor, el primer enlace no sale, a ver si poniéndolo a lo bruto:

http://tiempos-interesantes.blogspot.com/2008/11/siete-cuestiones-sobre-integracin.html

Doppelgänger dijo...

Estoy de acuerdo contigo en que los códigos lingüísticos afectan en cierta medida a la percepción que nos hacemos de las situaciones de inter-etnicidad, y que en muchas ocasiones contribuyen a la generación de conflictos. Aunque ya sabes de mi monomanía materialista, y de cómo desconfío de esos encontronazos "conceptuales" o de tipo cognitivo-simbólico si hay a mano una explicación de tipo económico o ambiental. Realmente voy por ahí, ya que muchas veces esta clase de debates en torno a lo puramente nominal distrae la atención de los verdaderos problemas, que suelen requerir esfuerzos de otro tipo. Por ejemplo, personalmente no dudo de que la lengua castellana ha sido pergueñada atendiendo a criterios "hombriles" en ciertos tramos, o directamente machistas, lo que hace que muchas de las expresiones contenidas en ellas y de uso frecuente denoten un sesgo ideológico. Ya sabes, zorro-zorra, perro-perra, coñazo, afeminado...pero me indigna que esta cuestión esté siempre presente en los foros de opinión, en los debates públicos y en la vida política (siendo además algo que no se puede regular directamente sin caer en el esperpento-esperpenta) soslayando factores determinantes para la aparición de un marco laboral verdaderamente paritario, regulando la contratación diferencial o persiguiendo las medidas discriminatorias como las relativas a las bajas por embarazo y lactancia.

Antonio Álvarez del Cuvillo dijo...

Gracias de nuevo. El matiz que te puedo hacer es que sólo el materialismo más vulgar rechaza el valor de lo cognitivo o simbólico, que es bien corporal (o, al revés, nada hay más imaginario que el dinero o las acciones de la bolsa). Lo relevante no es el campo tratado, sino el modo de mirarlo. Tengo por aquí una entrada sobre el materialismo razonable ("y la cultura se hizo carne") donde explico mi opinión con más detalle.

En este caso, lo importante no es el lenguaje en su expresión formal, sino los esquemas y categorías de pensamiento que arrastra; esto es lo profundo. Lo que a grandes rasgos pide la ideología descafeinada de lo políticamente correcto es la modificación superficial de la expresión. El riesgo de esto es que la transformación se convierta en una especie de truco mágico que sólo altera la superficie de las cosas, permitiendo que lo de abajo permanezca y mejor escondido. Lo relevante no es esta transformación superficial, sino independizarse de las estructuras de pensamiento que venían arrastradas por el lenguaje. Como resultado (menor) de esta independencia puede venir un cambio en el lenguaje utilizado, pero esto no es estrictamente necesario. Puede seguir todo como está, e incluso pueden subvertirse las viejas categorías (como sucede con "gay" (originariamente chapero), "homosexual" (originariamente enfermo) o como intentaron hacer algunos movimientos feministas con "puta" (la categoría marginal que se utiliza en sentido extenso para castigar a las mujeres que se salen del tiesto).

Lo cognitivo y lo simbólico es fundamental en la producción social del trabajo. Otra cosa muy distinta es que las representaciones simbólicas no coincidan punto por punto con la realidad que subyace a ellas, entre otras cosas, porque en ellas se proyectan, distorsionadas, las contradicciones de la realidad.

Anónimo dijo...

Bueno, desde un nivel cero de erudición, he de decir, que no encontrarías a nadie menos intercultural que yo, por educación, por tradición, por mentalidad...

y sin embargo, de la relación directa con las personas de otras nacionalidades , otras razas, países que ni ubicaría en el mapa...la mentalidad, la mirada y el corazón cambian.

así empieza a nacer en una un respeto por las diferencias, pero lo mejor, un interés hacia sus culturas...y puede que la noche mejor de este verano para mí, haya sido compartir un té en la trastienda de un puesto de los hippies de un senegalés que vende artesanía en el segundo día de Ramadán. Sentarse y escuchar las historias de senegal o qué bonitas son sus playas, en un clima de interés mutuo y de simpatía y bienestar.

Es curioso, porque a algunos compañeros míos de trabajo, que no son musulmanes, dedican un día de ayuno en este mes de Ramadán,y un día lo festejan como si esa religión fuese propia , porque surge el deseo de compartir un día la espiritualidad que viven los musulmanes en este tiempo..y os aseguro que no hay nada estrambótico o raro en este deseo. Puede ser gente de lo más convencional quien lo hace.


en mi caso , estas actitudes partiendo de una formación muy cerrada han surgido espontáneamente del trato y el conocimiento mutuo. Sin saberlo he sido sometida a lecciones de interculturalidad de forma inconsciente, conociendo personas por mi trabajo y aun desde una actitud de lejanía. Despues poco a poco las diferencias se vuelven atractivas, generan interés, te hacen sonreir , te aportan, y te proporcionan los elementos más interesantes del día. Lo enriquecen . Por lo tanto, receta: contaminémonos. ;)

Antonio Álvarez del Cuvillo dijo...

Muchas gracias a ti también. Cuando el trato personal real no existe o sólo existe mediatizado por las fronteras étnicas (es decir, si cuando has hablado con un chino ha sido siempre para pedir arroz tres delicias), es fácil que todo eso de la "integración" o la "interculturalidad" se plantee como el enfrentamiento de mundos imaginarios "las culturas", convertidos en esencias. En cambio, cuando uno se ha cruzado un poco con esos Otros más allá de las barreras del reparto de papeles, se encuentra con personas de carne y hueso. Entonces tal vez puede interesarse por la "cultura", pero ahora como las ropas que viste una persona real que conoces. Que te pueden gustar más o menos, pero que vinculas a esa persona.

Al final, la "interculturalidad" como estrategia viene a ser el proceso a través del cual nos encontramos con los Otros más allá de su otredad. O, desde el punto de vista colectivo, la creación de las condiciones sociales para que la gente pueda encontrarse más allá de los papeles que le han tocado.

Pepe Luis López Bulla dijo...

Con tu permiso, Antonio, lo pongo en fasebú. Saludos aparapandesados.