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viernes, julio 03, 2009

MIGRACIONES Y LENGUAJE POLÍTICAMENTE CORRECTO

En el mundo postmoderno no han muerto las ideologías, ni mucho menos. Si acaso se han descafeinado un poquito respecto de su alcance. Una de estas ideologías descafeinadas de nuestro tiempo es la insistencia en el "lenguaje políticamente correcto". Soy de la opinión de que esta forma de plantear las cosas puede y debe ser criticada y lo argumentaré más adelante. Pero eso no quiere decir que esté de acuerdo con las críticas más habituales y tópicas que se le hacen. De hecho, creo que otra de las ideologías descafeinadas de nuestro tiempo -igualmente superficial y poco comprometida con las tripas de la realidad- es la oposición sistemática e irreflexiva al "lenguaje políticamente correcto"; en estos casos adoptamos una pose, una máscara que suponemos que nos hace más interesantes, más inteligentes, conscientes e independientes, más alejados de los tópicos y del "pensamiento dominante". Pero se trata en muchos casos de una postura igualmente tópica y superficial, ligada al "sesgo de la mayoría oprimida" del que hablaremos en otra ocasión; no hay pensamiento más dominante que la rebeldía ideológica obligatoria de quien se cree más listo que la masa. Para no caer en este error, creo que hay que profundizar en dos reflexiones: primero ¿por qué es criticable la ideología del lenguaje políticamente correcto? Segundo ¿qué hay de verdad en ella? Porque todas las ideologías, como todos los mitos, tienen un fondo interesante de verdad que puede resultar interesante desentrañar y a veces aprovechar.

En primer lugar, podríamos criticar el lenguaje políticamente correcto por lo que tiene de eufemismo. Las categorías que designan a los grupos subordinados tienden a asumir un matiz peyorativo, pero lo cierto es que las palabras dan muchas vueltas a lo largo de la historia. Algunas palabras originariamente neutras adquieren con el tiempo un tono insultante que no les venía de serie ("moro"= natural de la provincia romana de Mauritania); otras, en cambio, nacen cargadas del más cruel de los desprecios pero son luego asumidas, subvertidas y reclicadas por los grupos minoritarios, que se apropian de la palabra para su propio uso (así ha sucedido con "gay" y últimamente con "maricón"). Algunas categorías son tan variables que uno nunca sabe cuál es la forma políticamente correcta de moda y cuál la que se ha convertido en insultante (como las múltiples maneras de denominar a los "negros" o a los "ancianos"). Otras veces, no dejamos de buscarle los tres pies al gato, porque todas las palabras parecen plantearnos problemas ("minusválido" "discapacitado" y no digamos "tarado" o "subnormal"). Lo cierto es que a veces nos comportamos como si hubiera alguna virtud mágica en las palabras mismas más que en los significados sociales que les atribuimos. En mi opinión, este es uno de los casos en los que "la intención es lo que cuenta", no la palabra utilizada (aunque siempre viene bien tener un cierto tacto para evitar malentendidos); el deseo o no de insultar, el sentimiento, el desprecio, el tono de voz, el contexto, el significado. Con eso basta, sin que sea necesario obsesionarse con la búsqueda del eufemismo menos feo; no olvidemos que los eufemismos tratan de ocultar o disfrazar una realidad que se percibe como negativa y que, por lo tanto, en estos casos suelen tener un punto de "excusatio non petita..." Cuando uno no termina de asumir la normalidad de la "negritud", pronunciar la palabra "negro" parece que produce una cierta incomodidad, que se sublima acaso con el deseo de no molestar y uno termina diciendo "de color", aunque, puestos a buscarle los tres pies al gato, sería una categoría más incorrecta, porque atribuye el "color" únicamente a la categoría marcada.

En cualquier caso, creo que puede profundizarse un poco más en la crítica a la ideología light del lenguaje políticamente correcto. En efecto, creo que a veces puede parecerse a una religión ritualista o farisaica, que recompensa a los que cumplen con una serie de preceptos exteriores y que condena a los infieles que "no cumplen la ley", aún sin preguntarse demasiado por las razones que daban sentido a estos preceptos. De esta manera, las contradicciones derivadas de las desigualdades de poder que se producen en la realidad social pueden proyectarse mágicamente a un terreno imaginario construido mediante el lenguaje. Y pueden resolverse aparentemente en estos reinos imaginarios con sólo decir unas palabras mágicas. Eso que los angloparlantes llaman tokenism y que nosotros podríamos traducir como "fachada" o más gráficamente como "blanqueo de sepulcros". "Todo tiene que cambiar" (en el mundo del lenguaje) "para que todo siga como está" (en la realidad social). No digo que esto se produzca siempre, pero sí que creo que es una tendencia inherente al purismo (puritanismo) en el examen de la "corrección" política del lenguaje.

Pero, ¿qué hay de interesante en estas exigencias de corrección política? Pues la razonable hipótesis de que, en cierta medida, estamos determinados por nuestras categorías cognitivas y por el lenguaje. Hablamos el lenguaje, pero también somos hablados por el lenguaje. La hipótesis Sapir-Whorf afirma que nuestro "mundo de la vida", nuestro universo de percepciones, está determinado por el lenguaje con el que construimos el mundo social. Esto es lo que se llama "relativismo lingüístico". Es una hipótesis razonable siempre que no se tome a la tremenda. ¿Quién nació primero, la gallina o el huevo? ¿El lenguaje construye a la sociedad o es la sociedad la que construye el lenguaje? ¿Al principio de todo fue el Verbo?

Algunas formas de materialismo vulgar desprecian el valor del mundo simbólico humano , que juzgan automáticamente como "superestructura" (se diría en términos marxistas), como si las cosas fueran en sí mismas "infraestructura" o "superestructura", nada más platónico y menos materialista. Supongo que entonces desprecian el valor del dinero o de las transacciones bursátiles, elementos puramente simbólicos e "inmateriales". Creo que desde el "materialismo razonable" se debe decir otra cosa. Efectivamente, la sociedad construye al lenguaje y el lenguaje es en gran medida un reflejo de las relaciones sociales reales. El lenguaje tiene una dimensión ideológica -en el mal sentido de la palabra- cuando se utiliza para construir mundos imaginarios donde se proyectan los problemas reales distorsionados para resolverlos mágicamente y que todo siga como está, como hemos dicho anteriormente. Esa función ideológica o superestructural , dicho sea de paso, no es ni mucho menos despreciable o baladí, sino que influye verdaderamente en la reproducción de las relaciones sociales. Pero, por otra parte, el lenguaje es el principal sustrato o instrumento a través del cual se construyen las relaciones sociales mismas, a través del cual se divide socialmente el trabajo y se configuran relaciones de dominación o de exclusión.

Así las cosas, lo importante de las palabras no es la superficie sino el fondo, y los efectos que producen. Las palabras pueden ser palabras mágicas, en la medida en que provoquen efectos sociales. En este contexto, lo importante no es la palabra que finalmente utilicemos, sino que hagamos la reflexión oportuna para que no nos afecten de manera irreflexiva los automatismos de nuestras categorías mentales. Ya he comentado alguna vez que yo prefiero hablar de "migraciones" antes que de "inmigración", como un recordatorio permanente de que los migrantes "vinieron de algún sitio" y que las migraciones internacionales deben observarse en el contexto más amplio posible. Pero luego me da igual la palabra que la gente prefiera utilizar, lo importante es haber conseguido hacer esta reflexión.

Ahora que he explicado a grandes rasgos lo que pienso del tema, tal vez nos podamos centrar en algún aspecto concreto. En la próxima entrada trataremos seguramente de cómo construimos las categorías de "ellos" y "nosotros" en el momento actual. Aquí el lenguaje es la superficie a través de la cual podemos detectar el uso de categorías mentales para reproducir una situación social de subordinación.

[La imagen es la portada de un libro de cuentos infantiles políticamente correctos en clave de parodia que, desde aquí recomiendo, así como su secuela "más cuentos infantiles políticamente correctos"]

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