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martes, mayo 06, 2008

LA IDENTIDAD: UNA VERDAD A MEDIAS (II): ASIMILACIONISMO MODERNO

En la entrada anterior hemos intentado razonar que la "identidad" se sustenta sobre tres ilusiones útiles o verdades a medias: la ilusión del yo separado del mundo (disociado de las relaciones sociales que nos unen a otras personas y del resto de la naturaleza), la ilusión del yo ahistórico (que mantiene la unidad a pesar de las distintas experiencias que atraviesa) y la ilusión del yo-etiquetado (equivalente a las categorías o grupos sociales con las que se "identifica"). También nos hemos preocupado de las contradicciones y los conflictos que implica la búsqueda de la identidad personal y social en estos tiempos interesantes. Pues bien, ya adelantábamos, que la integración de nuestras sociedades (no sólo "de los migrantes"), es decir, su transformación al hilo de sus contradicciones para superar las disfunciones que nos ha tocado vivir, pasa por tomar conciencia de que estas "verdades a medias", siendo relativamente útiles, no conforman toda la realidad. De hecho, los modelos tradicionales de "integración de los migrantes" están fuertemente influidos por estas tres ilusiones.

A primera vista, el soporte ideológico del modelo "asimilacionista" no es otro que el tradicional y atávico pánico a los extraños y extranjeros y esto no es del todo erróneo, pero puede ocultarnos algo bastante significativo: la xenofobia es tan vieja como el ser humano, pero el asimilacionismo tal y como lo conocemos, aunque tome retazos del pasado, es un modelo completamente "moderno", que tiene que ver con las formas más sofisticadas de alienación. Se parte de una concepción del "individuo" como átomo aislado, (un "yo" formalmente separado de sus relaciones sociales y de la naturaleza) que, en la ideología moderna se concibe hasta cierto punto como una entidad autónoma que interviene en el mercado tomando decisiones racionales y en el plano material, vende su fuerza de trabajo en ese mercado, disociándose personalmente de lo que hace. El juego completo es más complejo, pero el "primer" movimiento tiende a considerar a las personas como tabula rasa, materia prima despersonalizada, energía que hace funcionar la máquina y eso es lo que hay en el fondo del paradigma de la asimilación del "inmigrante" desde una perspectiva macroestructural. O, como señalaba Max Frisch en una frase recurrente que se refería, entre otros, a los españoles en Suiza, "Queríamos trabajadores y vinieron personas". El origen del modelo "asimilacionista" podría encontrarse seguramente en la ideología del melting pot estadounidense, que no insistía expresamente en los aspectos identitarios. Estados Unidos necesitaba en aquel momento millones de personas que hicieran funcionar la máquina y la olla en la que estos trabajadores fundieron pretendidamente sus identidades anteriores en un producto común fue el caldero del capitalismo. En la España actual creo apreciar un fenómeno similar, aunque mucho más velado: la conciencia de la necesidad de mano de obra inmigrante entra en contradicción con el anhelo visceral (y modelado de maneras más políticamente correctas) de que ésta sea sólo fuerza de trabajo abstracta. Este poso suele estar por debajo de nuestros discursos formales sobre el inmigrante malo/inmigrante bueno, aunque aprovechando otros materiales psicológicos.

Por supuesto, esta conversión del ser humano en capital humano nunca funciona del todo. Desde el punto de vista personal, cuanto más caemos en la ilusión del yo-aislado, más nos negamos a nosotros mismos y eso duele; desde el punto de vista social, la gente sigue siendo bastante más que el trabajo que vende. En este juego contradictorio, el "segundo" movimiento es el de la construcción de la "identidad nacional"; la nación, el "alma" imaginaria del Estado, configura una identidad común en torno a la estructura de poder del Estado, proporcionándole una cierta legitimación. En parte, este proceso supone una aniquilación de diversidad cultural preexistente, pero, por otra parte, esta aniquilación tampoco es nunca completa. No lo es en gran medida porque en realidad las personas no somos tabula rasa, no somos entidades ahistóricas donde se puede inscribir lo que se quiera; a veces, presa de esta ilusión del yo-ahistórico concebimos la cultura como una especie de software perfectamente intercambiable dentro de una materia supuestamente inmutable y determinada genéticamente que es el cuerpo. Lo cierto es que somos nuestro cuerpo y que en gran medida éste es un producto de su historia, de sus experiencias en un entorno social y natural que no está radicalmente separado de nosotros mismos. Nunca sabemos lo que "vamos a ser de mayores", no sabemos hasta qué punto terminaremos siendo otra persona, pero jamás podremos renunciar a lo que fuimos, a nuestra historia y a nuestra memoria o terminamos viviendo una vida que no es la nuestra. Esa es otra forma de alienación, de disociación de la propia identidad: vivir una vida que no es la nuestra. Cuenta la leyenda que en las colonias de la asimilacionista Francia, los escolares recitaban a menudo el verso "nuestros antepasados los Galos"; ¿importa en realidad quienes eran los "verdaderos antepasados" del recitador hace milenios? Cualquiera sabe si fueron realmente galos los ancestros del francés más francés. Lo que importa es que en la vida uno puede terminarse encontrando recitando un verso que contrasta con su propia experiencia, con su cuerpo, con sus vísceras, con su historia personal y social, con su familia, con sus tradiciones, con sus recuerdos. Separado, una vez más, de uno mismo. Esa es la trampa del "segundo" movimiento.

Pero esa no es la única razón por la que la que el proceso de configuración de la "identidad nacional" no aniquiló realmente la diversidad existente. En el "mundo de las ideas", la sociedad moderna se centra en individuos aislados, libres e iguales, pero en la práctica, "algunos son más libres e iguales que otros". No sólo sucede que muchas de las distinciones "étnicas" son también, como la nación, "tradiciones inventadas" en el marco del mundo moderno y que algunas de las "culturas" supuestamente aisladas que encontraron los antropólogos se habían formado en interacción con Europa (todo esto exige más argumentación en otra ocasión), sino que, además, como indica Wolf, "[...] es el proceso de movilización del trabajo dentro del capitalismo lo que comunica a estas distinciones sus valores efectivos". Y lo hace en dos sentidos diferentes: en primer lugar, jerarquiza a los trabajadores en todo tipo de categorías diversas, segmentando los mercados de trabajo y reproduciendo las diferencias (generando mayorías/minorías y distintos tipos de minorías), trabajando sobre material cultural preexistente; en segundo lugar, reorganiza a los migrantes, que trabajan también material cultural existente para articular redes sociales que funcionen como asideros en un mundo demasiado complicadol. A través de diversas formas de adaptación, todo el material socio-cultural previo se procesa, se moldea para reproducir, recrear, reconfigurar categorías sociales, grupos étnicos, identidades, separaciones abstractas entre las personas. Las etiquetas resultantes son la racionalización final de lo que la gente hace (no sólo de su papel en el mercado, sino de todo lo que hace en todos los mercados y fuera de ellos, de cuáles son sus interacciones efectivas con la naturaleza y la gente). Estas etiquetas a veces proporcionan a la gente determinadas estrategias de adaptación, pero al mismo tiempo también reproducen la diversidad de relación de poder entre grupos humanos, desde distintos ángulos (todo esto puede parecer muy "simplista", pero se entiende mejor cuando se analizan con todo detalle y complejidad supuestos concretos). Uno de estos ángulos fue advertido de manera muy temprana por K. Von Baer, un tipo que murió en 1876: "Baste imaginar la experiencia de todos los países y épocas de que cuando un pueblo tiene poderío sobre otro y se porta injustamente con él, no dejará de imaginárselo como malo e incapaz y repetirá con mucha frecuencia y en voz alta esta afirmación". Tiene mérito decir esto en el siglo XIX.

Es aquí donde aparece el tercer movimiento: el de la distinción étnica basada en las relaciones de poder desiguales. Por eso el "asimilacionismo", a pesar de su matriz individualista y de su énfasis secundario en una hipotética identidad nacional puede terminar creyendo en las "culturas" como si fueran entidades empíricas. El anhelo imposible de aniquilar la diferencia termina conviviendo en extraño matrimonio con la conciencia de la diferencia y de la superioridad de los más fuertes. Por un lado nos quejamos de que "no se asimilan" y por otro lado estamos encantados de que no lo hagan (de la misma manera que se prohibían los matrimonios mixtos en Sudáfrica o en los EEUU en la época de la segregación). Es entonces cuando se vocean las guerras entre culturas, las incompatibilidades entre culturas y los choques de civilizaciones. Es el momento de caer en la tercera ilusión, la del yo-etiquetado y proyectar las contradicciones de las relaciones de poder reales entre los grupos humanos hacia el mundo imaginario de las "culturas". Para poder hacer el camino de vuelta y proyectar el contenido de las etiquetas sobre las personas concretas que las llevan puestas, reforzando las relaciones de dominio y subordinación (las mayorías) o configurando un espacio de poder imaginario (las minorías). Porque por supuesto las minorías también son suceptibles de terminar creyendo en las "culturas", configurando etiquetas y planteando batallas épicas entre conceptos místicos, e incluso a veces se permiten soñar en asimilar al pez gordo (aunque quizás menos, porque la realidad es muy tozuda). Su espacio de poder imaginario a veces sirve como armadura pero a menudo no es más que una pantalla luminosa donde convertir en ficción deformada los problemas del mundo real.

Por supuesto, estos tres movimientos del mismo "asimilacionismo" son contradictorios entre sí. Pero es que son precisamente los pasos de una danza titubeante que refleja nuestras propias contradicciones personales y sociales. Porque, además, las migraciones no constituyen un fenómeno separado, desconectado de las sociedades en las que se ubican, sino que son más bien el espejo en el que nos sentamos a contemplar las contradicciones básicas de nuestro tiempo (otros tiempos y lugares tuvieron otras, siempre vivimos tiempos interesantes). Por supuesto, de estas tres ilusiones no se libra el modelo de integración supuestamente "opuesto" al de la asimilación, esto es, el llamado "multiculturalismo". Pero esta es otra historia y será contada en el siguiente post.

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