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miércoles, febrero 17, 2010

UN NUEVO MARCO PARA LOS DERECHOS DE LOS EXTRANJEROS (II): EN OCASIONES VEO MUERTOS

Estábamos hablando de la famosa teoría "tripartita" de los derechos de los extranjeros que en su momento construyó el Tribunal Constitucional y ahora se repite como un lugar común indiscutible en todas las sentencias judiciales y en los artículos de la doctrina científica: 1) derechos inherentes a la dignidad humana que disfrutan "por igual" españoles y extranjeros; 2) derechos que no pertenecen de ningún modo a los extranjeros y 3) derechos que pertenecen a los extranjeros en la medida en que sean reconocidos por los tratados y las leyes. Decía que, con independencia de la opinión que tengamos sobre las soluciones concretas aportadas por el Tribunal, este esquema teórico es muy débil y no se ha aplicado nunca de manera mínimamente coherente. Esta clasificación sirve para crear una apariencia de motivación a las decisiones casuísticas con las que el tribunal trata de buscar un punto de equilibrio entre el ideal de la comunidad de iguales y los requerimientos de la estructura social. Y luego se repite una y otra vez por pura inercia. Pero no ha ayudado realmente a conformar estas decisiones. Por supuesto, no estoy afirmando que los magistrados propaguen esta ilusión de modo consciente. Los juristas estamos entrenados para construir eficazmente mundos ilusorios disociados de la realidad práctica y lo hacemos sin pestañear y de modo espontáneo si es necesario. La clasificación tripartita está muerta, pero no lo sabe. Trataré de argumentar a continuación todo esto.

Por un momento vamos a olvidarnos del bloque 2), que se refiere únicamente a derechos de participación política, materia que merece un tratamiento específico en este blog, pero donde la Constitución, en principio, es bastante clara. Los problemas graves de la distinción se plantean en la diferencia entre 1) y 3) y son básicamente dos: de un lado, se confunde la titularidad de los derechos con la igualdad de trato (fingiendo que en el primer grupo no puede admitirse ninguna gradación y que en el tercero es válida cualquier arbitrariedad del legislador); de otro lado, no se establece ni el más mínimo parámetro orientativo para situar un derecho en en el primer grupo o en el tercero, lo que queda totalmente al arbitrio del Tribunal. Ambos defectos teóricos impiden enfocar la contemplación del problema jurídico a resolver y, unidos, producen un resultado incoherente.

¿Qué derechos constitucionales son inherentes a la dignidad humana? Pues, como está bastante claro en la doctrina constitucionalista y reconoce expresamente el Tribunal Constitucional, TODOS los derechos constitucionales derivan de la dignidad humana. En este contexto, cuando el Tribunal quiere situar determinados derechos en el primer grupo utiliza como argumento su inclusión en la Declaración Universal de los Derechos Humanos; sin embargo, cuando quiere situarlos en el tercer grupo (como sucede con el derecho al trabajo, la asistencia sanitaria y otros derechos de protección social), olvida mencionar que también están incluidos en dicha Declaración, a la que no se hace la más mínima referencia. Así pues, la inclusión en la Declaración no es un argumento válido para determinar el grado de protección, sino que simplemente es una cortina de humo que permite justificar una cosa cuando resulta conveniente y que se olvida cuando no lo es.

En la primera sentencia en la que el TC estableció la clasificación tripartita, puso una serie de ejemplos de los que podríamos deducir unos parámetros más coherentes. Los derechos inherentes a la dignidad humana coincidirían con una serie de intereses humanos universales, comunes a todos los lugares, épocas y contextos culturales y hasta cierto punto independientes de la estructura de cada sociedad. Así, por ejemplo, en términos generales "todo el mundo" tiene un cierto interés en que se respete su vida, su integridad física o su libertad ideológica. Sin embargo, no puede decirse que los cazadores-recolectores de las sociedades prehistóricas hayan tenido particular interés en las "vacaciones pagadas", las prestaciones de seguridad social o el juez ordinario predeterminado por la ley, derechos que sólo tienen sentido en determinadas sociedades y que, en último término, operan como instrumentos de aquellos otros intereses más básicos y más inmediatamente unidos al ser humano sin la mediación de la sociedad.

Aunque éste hubiera sido un criterio de distinción más o menos sólido en abstracto, habría resultado completamente inoperante en su conexión con la realidad práctica. De un lado, porque también estos intereses básicos, al convertirse en "derechos" exigibles, implican toda una serie de limitaciones (ningún derecho es ilimitado) y éstas podrían tener que ver con la condición de extranjero; de otro lado, porque el ser humano no puede concebirse al margen de la mediación de la sociedad en la que vive, de manera que, en el mundo real, los intereses más básicos carecen de sentido sin los derechos instrumentales que los garantizan.

Un ejemplo de lo primero. Pocos derechos son más inmediatos o básicos que la libertad ambulatoria, el interés que tenemos de ir por donde nos da la gana. Sin embargo, las estructuras de poder estatales impiden la circulación libre de personas a través de las "fronteras" y, si alguien accede ilegítimamente al territorio, puede ser "detenido" y encerrado por un tiempo determinado hasta que -idealmente- se le "expulsa" materialmente del territorio. Hoy por hoy, estos límites parecen exigencias "irrenunciables", necesarias por razones estructurales y por ello, el TC las admite, con algún que otro baile argumental. Así que cuando el TC dice que los derechos del primer grupo "deben otorgarse por igual a españoles y extranjeros" no está diciendo exactamente la verdad.

Un ejemplo de lo segundo. Pocos derechos son más instrumentales y dependientes de la configuración social que la "tutela judicial efectiva"; en otras sociedades puede haber equivalentes funcionales, pero, como tal, la tutela judicial efectiva sólo puede predicarse de sociedades en las que existe algún tipo de poder judicial. Pero si no se reconoce la tutela judicial efectiva, entonces, en términos generales no existe ningún otro "derecho", incluyendo los que supuestamente eran inherentes a la dignidad humana, dado que no pueden ejercerse. Otro ejemplo: supongamos que, en el contexto de una sociedad capitalista un legislador prohibiera radicalmente a todos los extranjeros el derecho al trabajo, la libertad de empresa, el acceso a las prestaciones de seguridad social y a la asistencia sanitaria. ¿De qué modo iban a subsistir entonces? ¿Cómo se garantizaría su derecho a la vida y a la integridad física, supuestamente inherentes a la dignidad humana? Ponemos aquí el caso extremo para dar a entender que, efectivamente, el margen de maniobra del legislador con los derechos situados -sin exponer ningún motivo- en el "tercer grupo", no puede ser absoluto. Así pues, el TC ha tenido que reconocer que pertenecen al primer grupo un puñado de derechos que en realidad no se corresponden estrictamente con intereses humanos básicos: educación, tutela judicial efectiva, asistencia jurídica gratuíta, asociación...

Una vez se constata, por tanto, la inutilidad de este criterio de distinción, el TC se aferra veces a la lectura literal de la Constitución para examinar si el artículo se refiere a los "españoles" o si, por el contrario, habla de "todos" o utiliza alguna expresión impersonal. Esta puede ser una pista más clara, aunque no parece concluyente; así, el derecho de circulación se predica literalmente de los españoles, pero en la jurisprudencia se considera inherente a la dignidad humana de los extranjeros siempre que estén autorizados a residir en España (nótese el matiz, cuando se había fingido que los derechos del primer grupo no admitían matices); o, aunque el derecho de igualdad se refiere a los españoles, se considera que la prohibición de discriminación afecta también a los extranjeros, como no podía ser menos. No queda nada claro cuál es la relación de esta interpretación literal con la clasificación tripartita, porque, a veces se utiliza como argumento para incluir un derecho entre los inherentes a la dignidad humana (junto con el argumento, ya criticado como tal, de la inclusión en la Declaración Universal de Derechos Humanos y otros tratados multilaterales). Otras veces, sin embargo, se concede la titularidad del derecho, pero se prefiere no mencionar siquiera la dignidad humana: así sucede con los derechos de sindicación y huelga. ¿El derecho de asociación es inherente a la dignidad humana pero el de sindicación no? ¿por qué?

Por otra parte, aunque la clasificación tripartita implicaba de manera explícita que en los derechos inherentes a la dignidad humana no había matizaciones para los extranjeros, esta doctrina se modifica. Ya hemos visto las peculiaridades en materia de libertad ambulatoria. Pero también se considera que admiten matizaciones los derechos de reunión, manifestación, y asociación (que se vinculan a la dignidad humana) y sindicación (que no parece vincularse). En cambio, no admiten matizaciones el derecho a la tutela judicial efectiva, la educación o la huelga. No se establecen cuáles son los parámetros por los que se decide que unos derechos admiten matizaciones y otros no. El caos del aparato teórico utilizado ha llegado a sus últimas consecuencias con la sentencia 236/2007, en la que se declaran algunos preceptos de la Ley de Extranjería "inconstitucionales, pero no nulos" en un singular ejercicio de trapecismo cuya única finalidad aparente era indicar que en algunos derechos el legislador podía introducir matizaciones para los extranjeros, pero provocando una enorme contradicción, felizmente superada por la última reforma legislativa. En cualquier caso, no se sabe muy bien por qué la sindicación necesitaba tales matizaciones y la huelga no.

La única tónica que podríamos deducir vagamente de lo que el Tribunal Constitucional hace, que no de lo que dice, es que los derechos fundamentales de la zona de máxima protección son siempre inherentes a la dignidad humana, mientras que los derechos y libertades de la zona de menor protección o los principios rectores de la política social y económica están en el tercer grupo. ¿La educación como prestación es más importante que la sanidad como prestación? Pero esto sigue sin resolver los problemas reales ¿cuáles son las matizaciones posibles en el primer grupo? ¿Tiene el legislador plena libertad para hacer lo que quiera con los derechos de los extranjeros del tercer grupo? A la segunda pregunta hay que responder que no. Es evidente que una ley racista que negara radicalmente a los extranjeros el derecho a la propiedad, el derecho al trabajo o el derecho a toda protección social sería inconstitucional. De hecho, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha declarado contrario al Convenio Europeo de Derechos Humanos una medida mucho más light: la exigencia de nacionalidad austríaca para disfrutar del adelanto de una prestación contributiva para un ciudadano turco que había residido y trabajado legalmente en Austria.

Así pues, hay que tirar a la basura la clasificación tripartita de los derechos, absolutamente inoperante, que no resuelve ningún problema y que impide ver las cosas apropiadamente para resolver los problemas que pudieran plantearse. Eso no implica que haya que tirar a la basura el contenido de la jurisprudencia del Tribunal Constitucional. Ésta es, a grandes rasgos, adecuada en sus soluciones, que siempre han sido afortunadamente infieles a los términos de su propia clasificación. Simplemente, hay que ponerse unas nuevas gafas teóricas para contemplar el asunto de los derechos constitucionales de los extranjeros. Para entender las resoluciones del pasado y para construir las resoluciones del futuro. Intentaré proponer algo más constructivo, por tanto, en la próxima entrada.

miércoles, enero 20, 2010

UN NUEVO MARCO PARA LOS DERECHOS DE LOS "EXTRANJEROS" (I)

El principio del cuento ya lo he contado por aquí otras veces. En el año 1978, cuando se promulgó la Constitución, a nadie se le ocurría que este país de emigrantes iba a tener millones de nacionales extranjeros residiendo en el territorio del Estado con vocación de permanencia (sin contar con los extranjeros "nacionalizados"). Tampoco había llegado la nueva ola de globalización de los 90, ni se había profundizado teóricamente en el transnacionalismo, ni se había ampliado la noción de ciudadanía. En aquel momento, se contaba únicamente con las categorías clásicas del nacionalismo decimonónico, según las cuales el conjunto de los habitantes del territorio sometido al poder del Estado -real o reivindicado- constituía una Nación. Esto tenía un reflejo inmediato en la categoría jurídica de la "nacionalidad", vínculo entre el sujeto y el Estado al que pertenece que despliega efectos de derecho público y privado. En el siglo XIX no había barreras jurídicas en los países industrializados para el paso de las personas de un país a otro, pero, en la práctica, el interés estaba en la unificación de regiones dispersas para construir una "nación" donde no la había. En las naciones construidas sobre los viejos Estados tributarios ,la apropiación de la fuerza de trabajo "extranjera" se llevaba a cabo básicamente a través de la dominación colonial; en cambio, en los Estados relativamente jóvenes construidos sobre la migración europea, particularmente, en Estados Unidos, el énfasis estaba en la "asimilación" de los migrantes a las condiciones impuestas por los grupos étnicos dominantes para construir la nación.

Así pues, las categorías sociales y jurídicas no daban para muchos matices los miembros de la sociedad eran "nacionales" y los "extranjeros" se contemplaban como sujetos que sólo interaccionaban con el poder del Estado de modo marginal accesorio u ocasional. En este esquema básico, no caben medias tintas: o eres "nacional", o no lo eres y si no lo eres, entonces se supone que te relacionas básicamente con un Estado distinto.

Aunque en 1978 estas categorías se habían quedado ya viejas, eran las únicas que estaban en el imaginario colectivo a disposición del constituyente español. Ciertamente, la ideología nacionalista y la vieja categoría de la nacionalidad seguían y siguen teniendo un peso muy importante en otros países de Europa del norte, pero estos países habían tenido ocasión de ir asimilando en su ordenamiento jurídico una tradición migratoria que se remontaba al fin de la II Guerra Mundial con los trabajadores procedentes de las antiguas colonias o de la Europa Mediterránea. En 1978, los españoles estaban preocupados por los emigrantes, no por los inmigrantes. Hay que apuntar que para nosotros, un "extranjero" es alguien que no tiene la "nacionalidad" española, mientras que un "inmigrante" es alguien que se desplaza desde otro país con la intención de trabajar y residir en España. Me imagino que aquel momento a nadie se le ocurría que la relación de los "extranjeros" con el Estado español o con la sociedad española fuera a trascender de manera significativa el contacto ocasional, marginal, esporádico o excepcional. El "extranjero" no era propiamente un "miembro de la sociedad", sino más bien ese turista que venía en verano a buscar sol y playa y que escandalizaba a la vieja guardia con sus costumbres liberales, tal vez algún excéntrico señor de negocios que venía temporalmente por razones de trabajo para luego volverse a su país o, como mucho, el típico artista bohemio europeo al más puro estilo Robert Graves, que al fin y al cabo lo que quería era vivir su vida jipi tranquila, a su aire y encontrar inspiración en ese qué sé yo que yo que sé que tiene la piel de toro para los guiris. ¿Quién iba a pensar que este país prácticamente subdesarrollado en aquella época fuera a tener un mercado de trabajo que ejerciera una atracción tan poderosa sobre los extranjeros?

En este contexto, el artículo 13 de la Constitución se limita a decir que los extranjeros tendrán los derechos constitucionales que digan los tratados y las leyes y "punto pelota". Bueno, eso y que como regla general no pueden votar en las elecciones ni presentarse como candidatos. Una primera lectura de este artículo nos podría llevar a pensar que la concesión de derechos constitucionales a los "extranjeros" es una cuestión puramente arbitraria, que las leyes y los tratados tienen un margen ilimitado para determinar el elenco de derechos de quienes no tienen la nacionalidad española. Por otra parte, tanta es la despreocupación de la Constitución Española por la cuestión de la nacionalidad (en aquel momento su determinación no parecía una cuestión particularmente problemática), que, al contrario de lo que hacen otras constituciones, no establece la más mínima definición o regulación de esta institución; de este modo, también en una primera lectura podría parecer que las leyes son libres para establecer quiénes son españoles y quiénes no lo son. El resultado de la combinación de estas dos lecturas apresuradas es, por supuesto, absurdo, dado que bastaría con que el legislador definiera la nacionalidad a su arbitrio para restringir o eliminar los derechos constitucionales (lo que no es tan extraño a la práctica real de la construcción de la "nación", históricamente representada por los varones blancos y propietarios). ¿Y si se dice que sólo son españoles los que desciendan de cuatro generaciones de nacidos en España o que los son sólo los de piel blanca? Pues en ese caso nos encontraríamos con definiciones discriminatorias de nacionalidad; pero esa calificación como discriminatoria no tiene ningún efecto si hemos entendido que la prohibición de discriminación sólo afecta a los españoles, salvo que la ley diga otra cosa: "Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión, o por cualquier otra condición o circunstancia personal o social". O, por ejemplo, podría llegarse a la extraña conclusión de que las extranjeras pueden ser discriminadas por razón de sexo en España si la ley no lo impide expresamente.

La primera lectura era, por tanto, inapropiada desde el principio. Además, aunque nadie se lo podía esperar, lo cierto es que, lentamente, España sí estaba empezando a atraer extranjeros "inmigrantes". Esta contradicción tuvo que ser abordada por el Tribunal Constitucional en fechas muy tempranas. En sus sentencias establece la famosa clasificación tripartita de los derechos constitucionales, que ha llegado hasta nuestros días gracias a la clásica inercia jurisprudencial: existen derechos inherentes a la dignidad humana que pertenecen por igual a españoles y extranjeros, derechos que en ningún caso se pueden conceder a los extranjeros (exclusivamente se refiere al sufragio en los términos previstos en el art. 23 CE) y derechos que podrán corresponder o no a los extranjeros en los términos previstos en los tratados y en las leyes.

Si analizamos esta jurisprudencia desde un punto de vista más sociológico que jurídico, podemos llegar a la conclusión de que la doctrina del TC cumple en este caso, dos funciones. En primer lugar, afronta la contradicción anteriormente señalada: aunque el legislador español tiene el cometido de definir la nacionalidad y de desarrollar el contenido de los derechos de los "extranjeros", esta tarea tiene límites, por cuanto algunos de los derechos constitucionales "son inherentes a la dignidad humana". En segundo lugar, aporta soluciones (aparentes) a la contradicción que existe en este caso entre el "ideal" y las "exigencias estructurales"; aunque desde una valoración universal de la dignidad humana podríamos soñar en un mundo de iguales, sin fronteras ni diferenciaciones jurídicas de base nacional en el ejercicio de los derechos, existen presiones estructurales del sistema social que impiden la realización absoluta de esta utopía; de este modo, cuando el TC considera que un derecho es muy importante y es asumible por la sociedad, determinará que inherente a la dignidad humana, mientras que si se encuentra un derecho que considera menos imprescindible cuya limitación es exigida por las necesidades sociales, establecerá que no lo es y que su concesión a los extranjeros dependerá de la decisión del legislador.

Desde esta perspectiva, la clasificación es muy inteligente, en la medida en que cumple apropiadamente estas funciones sociales. Sin embargo, desde un punto de vista teórico es una clasificación muy débil. Por este motivo, es imposible aplicarla coherentemente y el TC no lo ha hecho nunca. Si miramos con atención, descubrimos enseguida que esta clasificación nunca ha servido verdaderamente para estructurar, articular o configurar la decisión casuística del Tribunal. En este contexto, ha servido más bien (seguro que inconscientemente) como una cortina de humo que proporciona una apariencia de motivación a la decisión que se toma en cada caso. Debido a la inercia jurisprudencial y a la funcionalidad social de esta cortina de humo, la clasificación tripartita de derechos se repite una y otra vez en las sentencias, pero en realidad no se aplica. Afortunadamente, porque, debido a su debilidad teórica, no permite construir soluciones apropiadas. Trataré de demostrar estos extremos en la siguiente entrada.

miércoles, enero 06, 2010

LA MEJOR DEFENSA ES UN BUEN ATAQUE

Cambiamos de año e inevitablemente, en medio de los excesos pantagruélicos, vuelven a aparecer los buenos propósitos ¿retomar un blog temático cubierto de pereza? Y uno se pregunta, así de pronto, si es que tenemos buenos propósitos en el campo de las migraciones. Si tenemos ideas que compartir y llevar a la práctica. Todo el que intenta participar -siquiera modestamente- en el proceso continuo por el que la sociedad se va transformado a si misma, tiene que detenerse de vez en cuando para buscar espacios de análisis y reflexión si quiere que su intervención sea realmente efectiva. De lo contrario, el día a día nos devora y nos encontramos realizando una serie de actividades mecánicas cuyo sentido no descubrimos o esquivando los golpes de la vida cotidiana sin saber muy bien de dónde vienen.

Nos acaban de colar una nueva reforma de la Ley de Extranjería y, la verdad, creo que a pesar de los goles, hemos hecho una buena defensa, en la medida de nuestras posibilidades. No sólo se han criticado determinados aspectos de la reforma, lo que en sí ya está muy bien. También hemos planteado nuevas cuestiones, que surgían de los problemas aplicativos concretos que nos habíamos ido encontrando y que pretendíamos que se resolviesen al hilo de las modificaciones legislativas. No obstante, todas estas interesantes ideas se han dibujado sobre un modelo general de gestión de las migraciones que nunca tenemos tiempo de poner en duda o de cuestionar seriamente.

¿Y cuál es ese modelo? A mi juicio, a estas alturas de la película ya está claro que el modelo es que no hay ningún modelo legal. Durante estos años en los que un número muy importante de extranjeros se ha ido asentando en España, la ley de extranjería y la normativa reglamentaria de desarrollo se han modificado continua e incesantemente; algunos de sus preceptos han sido declarados inconstitucionales o ilegales; la práctica administrativa ha sido errática, incoherente, sumamente variable y dependiente de la coyuntura del momento y del lugar. La sensación que todo esto nos produce es de caos y de movimiento perpetuo. Cuando empecé a estudiar estos temas, atribuí esta indefinición a la velocidad con la que nuestro país se había transformado de emisor de emigrantes en receptor de inmigrantes. Al contrario que otros países desarrollados, que tienen un modelo más claro y sólido, España "no sabía todavía lo que quería". En pleno año 2010, esta excusa ya no parece creíble. Ahora creo que podemos atisbar el esquema general que ha permanecido estable en el fondo del aparente movimiento caótico ("si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie").

Desde una perspectiva estructural, las migraciones hacia España no son un fenómeno causado por decisiones individuales de acuerdo con el esquema liberal clásico, sino un proceso global de movilización de la fuerza de trabajo (no puedo detenerme ahora en argumentar este punto). El esquema general por el que se produce esta movilización de la fuerza de trabajo puede ya percibirse con cierta claridad y no tiene nada que ver con el planteamiento idealizado que poéticamente expresan nuestras leyes y discursos públicos. Tampoco puedo detenerme hoy en este tema, pero, a modo de síntesis podría decirse que el modelo real se sustenta sobre la inaplicación de las normas y que, insertas en este sistema, las propias normas dejan de ser "inocentes" y terminan por volverse funcionales para su propio incumplimiento. En este contexto, los poderes públicos no tienen apenas ningún control de lo que sucede en la práctica y las sucesivas reformas de la legislación de extranjería se mantienen sobre tres objetivos básicos: a) tratar de influir indirectamente en un proceso que no pueden controlar (así, tratar de influir en el mercado de trabajo a través de la reagrupación), b) lanzar mensajes simbólicos al electorado (siempre compuesto de españoles) y c) tratar de poner parches para afrontar las consecuencias sociales más desastrosas del proceso real. Las disfunciones sociales y económicas de este modelo son muy grandes, de modo que merece la pena preguntarse en qué medida podemos ir transformando esta manera de hacer las cosas.

A primera vista, podría plantearse que la coyuntura económica actual es muy poco apropiada para reflexionar sobre los eventuales nuevos métodos de reclutamiento de la fuerza de trabajo extranjera. Nada más lejos de la realidad. Aunque parece que por fin hemos cobrado conciencia plena de que el modelo de crecimiento económico español es "pan para hoy y hambre para mañana", no parece posible que este modelo cambie sustancialmente a medio plazo, por más que los esfuerzos en este sentido sean necesarios. Así pues, cuando vuelva a remitir la crisis, es muy probable que nuestro mercado de trabajo vuelva a ejercer una poderosa atracción sobre la fuerza de trabajo extranjera. Si para entonces no hemos pensado en como canalizar esa fuerza atractiva de un modo apropiado y humano, volveremos a encontrarnos otra vez con el mismo problema. Así que las "vacas flacas" son un buen momento para trazar planes o estrategias de futuro Otro tema importante -sin duda el que será el "tema estrella" en el futuro- es el de la integración de la fuerza de trabajo atraída en términos segregados (la "gestión de la diversidad de origen").

Para diseñar estas estrategias, no hay que tener miedo a las utopías. Como dijo Carl Shurz, "Los ideales son como las estrellas. No puedes tocarlas con las manos, pero, como el marinero en el desierto océano de las aguas, puedes escogerlas como guía y, siguiéndolas, alcanzar tu destino". Soñar es gratis y los sueños de hoy son la semilla de las realidades del mañana. Eso sí, las utopías nunca se realizan del modo exacto en el que se habían imaginado; más bien impulsan la transformación de la sociedad hacia un punto que planteará nuevos problemas y necesitará de nuevos proyectos. En todo caso, es bueno que nuestra mente sea abierta, que nuestra imaginación no tenga límites y que no demos nada de nada por supuesto o inamovible, porque el mundo puede cambiar más allá de las orejeras del momento (así, por ejemplo, Aristóteles pensaba que el sometimiento de las mujeres y la esclavitud eran instituciones de derecho natural que no podían ni debían cambiarse).

Pero quedarse sólo en las utopías es manifiestamente insuficiente. Cuando vivimos en las ideas y no en la realidad, éstas se convierten en "ideología" en el mal sentido de la palabra, esto es, en mundos imaginarios o reinos celestiales sobre los que proyectamos nuestras ansiedades para que el mundo real siga en el mismo estado que nos torturaba. Los que pretenden ser fieles a la pureza de los ideales preconcebidos terminan por no hacer nada útil para la gente real, es la misma pureza del anacoreta que rechaza el mundo (hoy diríamos, "el sistema") y finge vivir en un mundo imaginario en el que no se mancha con el barro del Demonio que es la vida real En cambio, quien vive en el mundo y participa de él, comprometido en su transformación, inevitablemente se pringa y se mancha con sus "imperfecciones". Porque la realidad no está en los ideales que nos guían, sino en el mundo mismo. En el campo de las migraciones, como en otros campos, existe una realidad estructural que provoca, por sí misma, un cierto daño a la dignidad humana; en este contexto, cualquier propuesta realista que se haga será imperfecta y podrá ser criticada por los apóstoles hieráticos de la utopía. Sin embargo, si no llevamos a cabo acciones imperfectas y contaminadas de imperfección, jamás podremos seguir el camino marcado por la estrella de nuestros ideales.

Para poder incidir sobre la realidad social tenemos que ser lo suficientemente humildes como para admitir su complejidad. Nos encontramos ante un sistema muy complejo, en el que ninguno de los actores tiene un control total sobre la situación. Hay personas, grupos y redes más poderosos e influyentes que otros, por supuesto, pero no hay ninguna Conspiración judeo-masónica que marque certeramente los pasos de la historia. Y si ni siquiera los más poderosos tienen un control total del asunto, qué puede decirse de los débiles. Así pues, nuestra particular persecución de la estrella no puede ser ningún plan quinquenal infalible, condenado al fracaso. Edgar Morin, filósofo de la complejidad, distingue entre plan y estrategia. Un plan es un futuro trazado de modo inamovible, que se cumple o no se cumple; en cambio, una estrategia es un esquema mucho más flexible, que tiene en cuenta los movimientos de los demás actores y se sitúa en un contexto concreto algo así como las indicaciones que da el entrenador de fútbol a su equipo. "El ser humano es protagonista de la historia, pero no lo es en unas condiciones por él elegidas, sino en otras que le fueron legadas por el pasado". Estamos en un momento privilegiado para pensar estrategias nuevas de integración de un proceso a veces brutal y descarnado de movilización de la fuerza de trabajo.

Participar muy muy modestamente en el diseño de estas estrategias podría ser el principal propósito de año nuevo de este blog, que no está muerto, por más que le guste pegarse unas buenas siestas. Eso sí, para eso puede que tenga que volver un poco atrás en el análisis de la situación presente. Tal vez a mí no se me vayan a ocurrir buenas propuestas de futuro pero tengo la esperanza de que lo que escribo, o las críticas que se hagan a lo que escribo puedan inspirar a otras personas más imaginativas.

Eso sí, de momento en las próximas entradas voy a introducirme en una materia que es accesoria al problema principal, aunque quizás pueda servir de algo. Se trata de la propuesta de un planteamiento teórico nuevo para contemplar los derechos de los migrantes. Estoy trabajando últimamente en ello, pero intentaré redactarlo aquí en un lenguaje menos técnico. Hasta entonces, feliz año a los pacientes lectores que siguen rebuscando en este blog después de meses de inactividad.

sábado, noviembre 07, 2009

LOS OTROS (IV) LOS MECANISMOS DE EXCLUSIÓN COGNITIVA

En tanto que los "grupos étnicos" ocupan posiciones diferenciadas en la división social del trabajo (aunque, por supuesto, las fronteras de las posiciones sociales no son completamente herméticas), es realista -hasta cierto punto- suponer que existen intereses diferenciados. O sea, que el "nosotros" y el "ellos" puede tener un cierto sentido en términos materialistas, más allá de las fantasmagóricas ilusiones de las representaciones de "culturas" y "civilizaciones". Por eso podemos decir en la entrada anterior y en otras entradas de esta bitácora, que los extranjeros han soportado la parte más ingrata de nuestro modelo de acumulación de capital en tiempos de bonanza económica y que el saldo de la movilización de la fuerza de trabajo ha sido, en general, favorable para los autóctonos (a costa de los alóctonos).

Sin embargo, una vez generadas estas categorías o etiquetas que clasifican a la gente en grupos imaginarios, éstas cobran vida propia como representaciones culturales que tienden a reproducir y perpetuar un determinado estado de las cosas y, generalmente, las relaciones desiguales de poder. En nuestro universo de significados, estas categorías se sacralizan y se cosifican, sustituyendo a la realidad misma. El "alma" que anima la vida de estas etiquetas está formada por una serie de experiencias emocionales -de mayor o menor intensidad-, que les otorgan relevancia. Se sabe que las emociones desempeñan una función muy importante en la memoria y en la construcción de las categorías cognitivas con las cuales contemplamos el mundo. Esta experiencia emocional se consigue a través de expresiones compartidas de desprecio, burlas más profundas o más superficiales o, en una versión más "políticamente correcta", en el planteamiento idealizado de conflictos "de culturas" o de "civilizaciones" o en el continuo sesgo "culturalista" en materia de "integración". En realidad y de manera subsconsciente, se trata de un proceso de afirmación de identidad colectiva (generalmente en términos positivos por comparación) y, por tanto de construcción de una identidad colectiva ajena, contemplada generalmente en términos peyorativos. Las distorsiones que se pueden observar en el clásico debate de la prohibición del pañuelito en la cabeza por las calles -de este tema también tenemos que ocuparnos con más detalle- son un ejemplo de cómo el verdadero fondo del asunto no es la afirmación de la dignidad femenina sino la afirmación de la superioridad "cultural" (y a través de esta mitología la superioridad del grupo que ejerce el dominio). De este modo se subraya la existencia de un "nosotros" y la de un "ellos" que no está incluido en el tal nosotros y que, por tanto, puede ser excluido de la solidaridad, ya que no forma parte de un mismo solidum.

Una vez convertidas en cosas, estas categorías de exclusión generan efectos disfuncionales para los miembros del grupo étnico dominante que no pertenecen a los estamentos privilegiados de la sociedad. Porque, como he intentado explicar anteriormente, las categorías de exclusión pueden ocultar las relaciones reales de interdependencia e impedir la configuración de intereses comunes. Esto es muy claro en el caso de los trabajadores asalariados; el discurso de que los "extranjeros", "nos quitan nuestros puestos de trabajo" o "hacen que disminuyan nuestros salarios", incluso aunque no culpabilice explícitamente a los inmigrantes, sino a los capitalistas malos con puro y chistera, termina participando en el proceso de fragmentación de la clase trabajadora y en su consiguiente impotencia. Tiene un cierto sentido plantearse cuál es el efecto de la movilización de la fuerza de trabajo, pero el caso es que el discurso termina afectando a los extranjeros que ya están aquí y que participan de hecho en nuestra sociedad, componiendo la clase trabajadora nacional (y, en el fondo afecta incluso a aquellos que tienen nacionalidad española pero que aún son percibidos como foráneos). En este caso, las categorías de la exclusión sirven para anular el poder colectivo de los trabajadores.

Pero esto no sucede sólo en el mundo laboral. Las categorías de exclusión ocultan también los intereses comunes de autóctonos y alóctonos como usuarios de servicios públicos, ciudadanos, e incluso consumidores, dificultando el control del poder. Los déficits en sanidad o educación, por ejemplo, se atribuyen apresuradamente a un exceso de población derivado de la molesta presencia de inmigrantes, que se perciben como "sobrantes". Como si los migrantes no tuvieran suficiente dignidad como para ser igualmente merecedores de estos servicios públicos (es algo equivalente a decir la burrada de que la sanidad no funciona porque hay demasiadas mujeres) o como si los migrantes no formaran realmente parte de la sociedad. Su calificación como "inmigrantes" los envía imaginariamente a una posición "externa", escondiendo el hecho de que realmente forman parte de nuestra sociedad y están envueltos en relaciones de interdependencia con nosotros. Los "inmigrantes" trabajan y consumen, (compran bienes y servicios en el mercado con las rentas de su trabajo), generan con ambas actividades beneficios para el capital y por tanto beneficios para el Estado, pagan además sus propios impuestos y cotizaciones; permiten la subsistencia de determinados sectores, el mantenimiento de determinados precios y la integración de mujeres autóctonas en el mercado de trabajo sustituyéndolas en tareas de cuidado; su malestar puede ser nuestro malestar, su falta de integración real afecta a nuestras vidas. Viven con nosotros, trabajan con nosotros, sufren con nosotros. Y sin embargo, son percibidos como eternos "otros" que sólo tendrían derecho a comer del pastel cuando los autóctonos se hayan saciado (aunque hablemos de servicios,sociales que, por su propia naturaleza, siempre son insuficientes). Gente que, de pronto resulta que "sobra", sobre todo en contexto de crisis.

Este efecto es en gran medida emocional y se relaciona con los vínculos que conectan las categorías de exclusión con nuestras emociones. Por eso, el efecto puede producirse incluso aunque sostengamos formalmente el derecho de los extranjeros a acceder en condiciones de igualdad a estos servicios (lo que, obviamente, no mantiene todo el mundo). Afirmamos este derecho pero, paradójicamente, podemos permitirnos el lujo de decir que "sobran" o que "colapsan la seguridad social" o que "sobrecargan el sistema educativo". Podemos afirmar la igualdad, pero, cuando nos encontramos con un trato igualitario real, lo percibiremos como un "privilegio" de los extranjeros que aparentemente los pone por encima del grupo étnico dominante (este sesgo cognitivo de la "mayoría discriminada" es muy muy típico y seguramente merece una entrada aparte). No necesariamente se trata de un discurso coherente y explícito, sino que basta con una sensación informe y ambigua que convive con discursos más igualitarios.

De esta manera, los poderes públicos pueden canalizar hacia los inmigrantes sus responsabilidades en el mantenimiento de los servicios públicos para la ciudadanía social. El desmantelamiento del Estado del Bienestar puede sostenerse sobre el discurso de los inmigrantes que sobran. A título de ejemplo pueden servir las declaraciones de Arias Cañete del año pasado "Tenemos unas tensiones en el sistema de sanidad de las comunidades autónomas espectaculares, con las urgencias colapsadas porque los inmigrantes han descubierto la grandeza del sistema nacional de salud. Claro, alguien que para hacerse una mamografía en Ecuador tiene que pagar el salario de nueve meses llega aquí, a urgencias, y se la hacen en un cuarto de hora". Habría que preguntarse si, por ejemplo, los problemas de la sanidad en la comunidad de Madrid se deben a esos excesos de los migrantes que han descubierto nuestra grandeza y al parecer, la parasitan. En realidad, los inmigrantes utilizan los servicios sanitarios con menos frecuencia que los españoles, seguramente porque se trata de una población más joven y también porque tienen un menor conocimiento de las instituciones. Sin embargo, emocionalmente, su presencia resulta más llamativa y más molesta; especialmente si están antes que uno en la cola de urgencias. Ciertamente, la población de mayor edad hace un mayor uso de los servicios sanitarios, pero eso no implica que tengan un menor derecho que los jóvenes a la atención médica; decir eso sería percibido como una burrada, pero es que los mayores sí que votan y por tanto no son sólo objetos del discurso, sino también interlocutores.

Ser conscientes de este efecto es condición necesaria para sobreponernos a él y descubrir cómo el solidum trasciende las categorías con las que hemos construido solidaridad excluyente.

martes, septiembre 22, 2009

LOS OTROS (III): CUENTOS DE AYER, DE HOY Y DE SIEMPRE

Donde no hay harina, todo es mohína. Si durante la época de crecimiento económico desbocado, los migrantes han estado cargando sobre sus espaldas la parte más desagradecida de la producción , toca en tiempos de crisis señararlos con el dedo como chivos expiatorios.

Pero antes de eso durante las "vacas gordas", ¿Cuál ha sido el discurso dominante sobre los migrantes ? Pues, básicamente el "que vengan, pero con papeles". Propósito muy loable y compartible en abstracto, pero que contrastaba vivamente con el modo real de movilización de la fuerza de trabajo extranjera que nuestra sociedad ha generado. Paradójicamente, y aunque nos cueste reconocerlo, el "que vengan, pero sin papeles" se llegó a convertir en una pieza más de ese sistema de explotación del trabajo de los extranjeros en condiciones de irregularidad. Un "Reino de los Cielos" imaginario que, en muchos aspectos permitía y reproducía lo contrario de lo que predicaba. Cualquiera pensaría al leer esto que soy un loko radikal y que se me ha ido la olla. No puedo desarrollar mucho esta idea aquí, pero voy a poner un ejemplo en el campo jurídico. La imposibilidad de convertir los visados de turista en visados de trabajo, aún contando con una oferta de trabajo válida está aparentemente al servicio de una regulación ordenada de las migraciones laborales, evitando la perversión de la figura del visado de turista. En la práctica, esta imposibilidad es esencial para garantizar que los inmigrantes trabajan irregularmente durante al menos 3 años en condiciones de enorme explotación. Esto, desde luego, beneficia a los empresarios que operan en la economía sumergida, pero también al sector formal de la economía en virtud de la división del trabajo entre empresas y a los propios trabajadores españoles a través, por ejemplo, del la disponibilidad de servicio doméstico barato en condiciones de pseudo-servidumbre.

Este discurso general se completa o completaba con una visión de la "integración" excesivamente enfocada en la perspectiva de la "diferencia cultural," real o imaginada en lugar de en la realidad de las relaciones sociales. Digo "imaginada", porque a veces se dedican importantes esfuerzos dialécticos a imaginar y resolver problemas que realmente no se plantean en la práctica, con objeto de subrayar la diferencia "cultural" entre "civilizaciones".

Por supuesto que las diferencias culturales existen y por supuesto que pueden provocar problemas de convivencia, pero el caso es que este tema se convierte en el centro absoluto de la "integración", disociándose de las relaciones sociales en las que las diferencias culturales se reproducen, tanto en los debates académicos como en las conversaciones "de la calle". Este sesgo "culturalista" cumple la misma función que lo que hemos llamado las "categorías del desprecio": a través de la emotividad, proporciona relevancia y significación a la categoría mental que distingue entre "Nosotros " y "los Otros", reforzando las fronteras simbólicas y cognitivas que separan a unos de otros, distinción que se recuerda y se activa cuando llega el momento. De esta manera, se percibe al otro como diferente y se normalizan o incluso se justifican las relaciones sociales de dominación o exclusión. Ya he citado por aquí otras veces las palabras de Karl Ernst Von Baer -escritas en pleno siglo XIX, cuando todo el mundo era abiertamente racista y el colonialismo estaba en su apogeo- "Baste imaginar la experiencia de todos los países y épocas de que cuando un pueblo tiene poderío sobre otro y se porta injustamente con él, no dejará de imaginárselo como malo e incapaz y repetirá con mucha frecuencia y en voz alta esta afirmación".

Todas estas ideas siguen reproduciéndose en el debate público, pero en estos momentos del ciclo parece que cobra una mayor urgencia la problemática de la "crisis económica". Así, se abre camino un discurso diferente, que ya existía anteriormente, pero que contrastaba con la "necesidad" de movilizar fuerza de trabajo extranjera y que, por tanto, era minoritario (propio de grupos xenófobos, del lumpenproletariado y de algunos trabajadores de baja posición que realmente podían entrar en competencia con los recién llegados). Actualmente, me parece, esta forma de pensar se está extendiendo a otros sectores de clase media y baja, incluyendo a personas que se identifican ideológicamente con la "izquierda". Este "nuevo" discurso viene a ser más o menos así: "Durante estos años, los empresarios han estado forrándose trayendo mano de obra barata del extranjero; en connivencia con ellos, los poderes públicos y la legislación han sido extraordinariamente permisivos con la migración; como consecuencia de la entrada de mano de obra barata, los trabajadores españoles hemos empeorado nuestro poder adquisitivo y nuestras condiciones de trabajo o hemos perdido nuestros empleos; ahora que llega la crisis, encima nos tenemos que comer a los migrantes con papas y tenemos la sanidad, la educación y los servicios sociales colapsados por su causa."

Este discurso no necesariamente "culpabiliza" directamente a los migrantes del lo sucedido (aunque siguen estando ahí de fondo como la causa de los problemas). La "culpa" de todo la tienen los socorridos malvados capitalistas con chistera, dado que "nosotros" tratábamos muy bien a la ecuatoriana que cuidaba de la abuelita. Pero sí que se "cosifica" a estos migrantes, que se convierten en radicalmente "Otros" por obra y gracia de las categorías mentales que reproducen las diferencias sociales. Los (in)migrantes son un "objeto" del que se habla, movilizado por los malvados "sujetos" capitalistas, pero no son "interlocutores" y mucho menos son "nosotros". Podríamos incluso llegar a denunciar, con la boca chica, su explotación, sin que por ello dejen de ser ese objeto cosificado (con la boca chica si nos parece que es cuestión más urgente la explotación de los españoles). Al margen de esta complicada cuestión de las categorías, que intentaré explicar en la próxima entrada, y que es lo verdaderamente importante del asunto, este discurso está plagado de inexactitudes.

Es cierto que la movilización masiva de fuerza de trabajo extranjera se ha producido en relación con unas determinadas "necesidades" de acumulación de capital (y de reproducción doméstica). Pero no es cierto que la legislación haya sido "demasiado" permisiva. Muy al contrario, la legislación (y, en términos muy generales, la práctica administrativa) ha sido extraordinariamente restrictiva. Ciertamente, en comparación con otros países europeos, la movilización de trabajadores extranjeros ha sido enorme, pero esta diferencia en las cifras de inmigración no se debe a que existan diferencias muy significativas en el derecho migratorio de unos y otros países sino a toda una serie de factores estructurales propios de la economía española. Porque tenemos la idea-fuerza grabada en la cabeza de que los "inmigrantes" vienen a España porque los "pobrecitos" no tienen más remedio que salir de su país. Esto es, como mucho una verdad a medias, que sería el equivalente a decir que las migraciones masivas del campo a la ciudad durante la Revolución Industrial se debían a que en el campo se estaba muy mal. Hay un "efecto salida" y hay un "efecto llamada" y ambos presentan, además, notable interdependencia. Además, el mercado de trabajo irregular ha llamado a la inmigración irregular y el resultado ha retroalimentado la causa. La regulación restrictiva no ha impedido la migración, sino que ha proporcionado carne de cañón para este mercado irregular.

En segundo lugar, el efecto global de este proceso de movilización no ha perjudicado globalmente a los trabajadores españoles. Pero el caso es que no ha sucedido así, como se muestra en este estudio de Miguel Pajares (pp. 95-129). Durante el período de incorporación masiva de inmigrantes, la economía española ha crecido muchísimo y en gran medida a causa de la movilización del factor trabajo; el número de empleos netos ha aumentado tanto para los españoles como los extranjeros; el aumento de los empleos ocupados por extranjeros ha permitido crear puestos de trabajo superiores, que han ocupado los españoles (por tanto, se ha producido una movilidad ascendente de los autóctonos); los salarios han crecido por encima del IPC (pero los empleos se han generado sobre todo en puestos de bajo poder adquisitivo, lo que afecta a la distribución del pastel de la economía entre capital y trabajo); los salarios han crecido más en sectores de elevada inmigración y donde han subido menos ha sido en sectores donde el efecto de la migración es escaso; los sectores donde ha habido más inmigrantes han sido los más dinámicos y pujantes y, por tanto, donde ha crecido más la afiliación sindical, etc. Todo esto no quiere decir, ojo, que la lectura de este proceso masivo de movilización del trabajo tenga que ser globalmente positiva. Primero, porque desde un punto de vista macroeconómico ha servido para retroalimentar un modelo basado en el uso intensivo de fuerza de trabajo de escaso valor añadido, dicho en román paladino, en el cutrerío. Segundo, pero no menos importante, porque toda esta abundancia se ha producido a través de la explotación laboral de los extranjeros y de la precariedad multiplicada por su situación jurídica. Pero no es verdad que globalmente la llegada de los inmigrantes haya disminuido el empleo de los españoles o afectado negativamente a sus salarios. Ello podría haber sucedido en términos teóricos (la saturación de la oferta de mano de obra implica una bajada del salario) y se puede haber producido en casos concretos.

Ahora bien, aunque hubiese sucedido así, o en los casos en que esto suceda, ello no convierte en adecuado el discurso que estoy criticando. No sin plantearnos previamente cómo hemos construido ese "nosotros", los trabajadores españoles, que supuestamente "sufren" la llegada de los inmigrantes en sus empleos o niveles de ingreso, que supuestamente "sufren" ese "colapso" de la sanidad y la educación "debido a la llegada de los inmigrantes" y que teóricamente "sufren" -y ya "sufrían" cuando había bonanza- esa hipotética divergencia cultural que tanto duele en el imaginario colectivo. Pero eso es materia para otro capítulo.

sábado, septiembre 12, 2009

LOS OTROS (II): CATEGORÍAS DEL DESPRECIO

Ya era hora de que escribiera algo por aquí, que estoy un poco vago últimamente. Estábamos hablando de cómo las categorías del lenguaje y el pensamiento contribuyen a reproducir las relaciones sociales de poder y dominación. Partíamos de una reflexión general buscando lo que había de verdadero y auténtico en la ideología del "lenguaje políticamente correcto" para encontrarnos con este efecto real de las categorías sobre la vida de la gente. Después hemos visto cómo las categorías de los "Otros" sirven para configurar intereses colectivos hacia dentro o hacia fuera de un determinado grupo; puesto que estos intereses son muy variables, las categorías son también muy elásticas y flexibles (a pesar de nuestra tendencia a tomarlas como ideas platónicas de contenido inmutable).

El hecho de que sean flexibles no impide que estén firmamente asentadas en nuestra manera de hablar y de pensar, reproduciéndose continuamente a través del lenguaje y la acción y haciendo más y más verdaderas y materiales las diferencias entre las personas por razón de su (nuestra) pertenencia a "grupos imaginarios". Pero la flexibilidad hace que la carga emocional vinculada a cada categoría sea variable, desde el más absoluto desprecio hasta las formas más sutiles de distinción.

He cogido la costumbre excéntrica de leer en los parques en lugar de encerrado en casa. Creo que es una sana costumbre por diferentes razones y una de ellas es la posibilidad de acceder a material antropológico inédito, dado que alguna gente grita tanto que es imposible no escuchar sus conversaciones, que no hemos de considerar "intimidad "debido al volumen de voz empleado. Hace unas semanas, una chica joven se acercó con su sobrina preferida, de 6 años, al banco donde estaban sentados unos amigos suyos. En un momento dado, la niña debió coger una colilla o algo así y su tía la reprendió: "Eh. ¡No toques eso! ¡Eso es mierda! Como los moros. ¿Qué son los moros? Mierda. Pues lo mismo el tabaco. Moros mierda. Tabaco mierda. Como los moros". La frase se planteó con total y absoluta espontaneidad y sin la conciencia de culpa que acompaña a las manifestaciones "políticamente incorrectas" en otros contextos sociales. Es sólo un ejemplo. Todos escuchamos diariamente muchas cosas como esta a veces en broma, a veces en serio, a veces medio en broma medio en serio y en boca de gente normal y corriente, no necesariamente de cabezas rapadas embrutecidos. Así es como se reproducen, tranquila y cotidianamente, sin sobresaltos y entre chistes, las categorías del desprecio. Creemos que el desprecio se circunscribe a las manifestaciones más extremas del racismo y se nos puede escapar su funcionamiento real.

Esta niña de 6 años ya ha sido socializada en una equivalencia moros = mierda = tabaco. Es posible que esto influya sobre ella de manera directa y palpable. Pero también puede que no. Puede que termine fumando dos paquetes de tabaco negro al día y casándose con un "moro." Pero, aún así, su espacio de significados estará colonizado por esta equivalencia, no sé si me explico. El sistema de categorías que conforma el pensamiento mantendrá la conciencia de la categoría denigrada. Es como una especie de gen, que se expresa o no se expresa en función de un contexto determinado y, si se expresa, puede hacerlo también de diversos modos en función de las circunstancias y en cualquier caso, se sigue reproduciendo.

Las expresiones más destacadas de las categorías del desprecio son las manifestaciones de racismo radical, abiertamente rechazadas por el conjunto de la sociedad; pero estas manifestaciones especialmente violentas y socialmente disfuncionales no pueden analizarse de manera separada del sistema de dominación étnica del que forman parte como resultado patológico (de la misma manera que la violencia de género es una manifestación patológica de un sistema mucho más cotidiano de dominación de la mujer). Los participantes en los sucesos racistas de "El Ejido" no eran monstruos inhumanos, sino personas perfectamente normales que, en un contexto estructural determinado -posiblemente, la integración de los marroquíes a la pauta "nacional" de acceso a la propiedad de la tierra- reaccionaron de una manera patológica. Pero las categorías del desprecio operan de manera mucho más cotidiana, lo que sucede es que para entenderlo nos tenemos que quitar esa visión platónica y discreta de las categorías.

Uno puede gritar en el apogeo de cualquier banquete familiar que los moros son una mierda y llevarse muy bien con el moro X, que le suministra el hachís, le pasa bien y además es güena gente. En la práctica humana es perfectamente compatible. Pero el "gen" sigue allí y se activa en un momento determinado (pongamos la dificultad para encontrar plaza en el colegio para sus niños o sufriendo una cola de urgencias), para indicar al cerebro cuál es (y cuál debe ser) el grupo subordinado. Las "categorías del desprecio", cargadas de emotividad negativa, se activan en determinados momentos para producir solidaridad excluyente o simplemente, para excluir, total o parcialmente, de la solidaridad.

Ahora bien, ¿cómo reaccionar ante esta dinámica? A mi juicio, no resulta demasiado útil que nos convirtamos en censores del lenguaje y perseguidores del chiste o el comentario racista. Y no es útil porque estas categorías son, como he intentado explicar, producto de unas relaciones reales de dominación; mientras estas relaciones se mantengan, estas expresiones van a seguir aflorando, de un modo u otro. Como contaba hace ya tiempo, la "demonización del racista" sólo provoca que el racismo se nos cuele en el salón principal por la puerta de atrás. De lo que se trata es de evitar el efecto de reproducción de la desigualdad que generan las categorías del desprecio. Para ello, en primer lugar, es necesario que nos hagamos muy conscientes del funcionamiento del proceso. En segundo lugar, es preciso plantear discursos alternativos y categorías alternativas que puedan contrarrestar este efecto reproductor, que puedan cuestionar las categorías del desprecio y abrir un espacio más amplio para la percepción del otro que nos permita producir mecanismos de solidaridad incluyente. Es decir, no se trata de escandalizarse ante todas las manifestaciones de desprecio (aunque a veces el escándalo es muy oportuno), sino más bien de lanzarnos a esta batalla en el mundo de los símbolos, tanto en broma como en serio.

En cualquier caso, más allá del efecto emotivo de las categorías del desprecio (aunque con ayuda de éste) la distinción Nosotros/Otros opera también cuando se utiliza de manera aparentemente más neutra para excluir artificialmente a muchas personas de la solidaridad. Especialmente en contextos como el de la crisis económica. Este efecto es quizás más sutil. Intentaré explicarlo en las próximas entradas.

jueves, julio 16, 2009

"LOS OTROS" (I): SOLIDARIDAD EXCLUYENTE E INCLUYENTE

Decíamos que el lenguaje, o mejor, las categorías de pensamiento expresadas y reproducidas a través del lenguaje, determina -o determinan- en gran medida lo que pensamos, sentimos y hacemos. Podemos seguir manteniendo la afirmación materialista y aparentemente -aunque no necesariamente- cínica de que nuestras representaciones ideales más elaboradas están construidas sobre el esqueleto más palpable de nuestros intereses inmediatos. Pero también es verdad que "nuestros" intereses dependen de la construcción de un "Nosotros" y de un "Ellos" y, por tanto, de las categorías a través de las cuales percibimos la realidad social. Aunque podemos considerar nuestros intereses "individuales" al margen de los de las personas que nos rodean, sabemos que esto es sólo una verdad a medias porque somos animales que vivimos en sociedad y que "construimos sociedad para vivir", en continua interdependencia. Estamos genética y culturalmente programados para hacer causa común con los demás, para generar lazos de "solidaridad".

La "solidaridad" consiste en disolver las fronteras simbólicas que nos separan de los "Otros" a partir de la empatía y de la comprensión para percibir que formamos parte de una misma "totalidad" (solidum); si estas barreras no se disuelven, nuestro "altruismo" es paradójicamente "interesado", egocéntrico, aunque sea porque busca activamente la autosatisfacción. Cuando se rompe la barrera que separa de los "Otros" no hay exactamente "egoísmo" ni "altruismo", sino que nuestra experiencia de solidaridad surge espontáneamente como el cariño de los padres por los hijos; no hay ninguna finalidad o propósito, sino que simplemente es una manera de ser. Dice el libro del Tao con su peculiar mensaje de vagancia "Abandono todo deseo del bien común y el bien se torna tan común como la hierba". Tenemos experiencia ambas cosas (altruismo interesado y solidaridad espontánea) pero, por supuesto, casi siempre estamos en un confuso término medio entre ambos extremos. Esto es así, entre otras cosas, porque estamos continuamente edificando y traspasando fronteras sociales que delimitan el espacio de nuestro interés. "Yo" frente a "los demás" o hacia "los demás", "Nosotros" frente a "Los Otros" o hacia ellos, abrimos una puerta y la cerramos. Ahora bien, para construir estas categorías o identidades colectivas (con independencia de que la experiencia sea más profunda o más forzada), existen básicamente dos mecanismos : la perspectiva excluyente y la perspectiva incluyente. La segunda es como más bonita y hoy por hoy más necesaria en el contexto de la temática general de este blog, pero la primera también forma parte de la vida humana y tiene su importancia.

La perspectiva excluyente de la solidaridad es la dimensión propia del conflicto abierto, de la guerra, de la "lucha de clases", de la oposición radical de intereses, de la competencia. Construimos un "Nosotros", generamos intereses colectivos, producimos una identidad colectiva, para hacernos más fuertes y poder enfrentarnos con éxito a un "Ellos", a un "Enemigo" común, hacemos "piña" frente a la amenaza real o imaginaria de los "Otros"; la exclusión de los extraños construye y refuerza la identidad del grupo. Como reza el proverbio árabe "Yo contra mi hermano; yo y mi hermano contra mi primo; yo, mi hermano y mi primo contra el extranjero". El ejemplo más adecuado de este mecanismo es el de los soldados de una batalla: para enfrentarse adecuadamente al "Enemigo" deben maximizar la solidaridad dentro del grupo, renunciando a veces a su interés más individual. En el contexto concreto de una batalla (más allá de análisis profundos), la oposición de intereses entre los grupos contendientes es muy radical, tanto que es difícil encontrar a primera vista intereses comunes. La separación es, por tanto, muy tajante y excluyente.

Mucho cuidado, porque esto que digo no es un absoluto y la exclusión no suele ser total. Desde una perspectiva emocional y cognitiva, la capacidad para la empatía y el reconocimiento del otro puede llegar (y de hecho llega) a los más terribles enemigos. En estos casos, a pesar de la importancia del conflicto, que separa radicalmente a los diferentes grupos que organizan la conducta, se reconoce un "Nosotros" que abarca tanto a "Nosotros" como a "los Otros". Podemos decir entonces que no puede hacerse cualquier cosa para hacer daño los soldados enemigos (o con los terroristas enemigos de la sociedad), que existen unos "límites", por muy "Otros" que sean. Desde la perspectiva de los intereses, si escarbamos un poco, a menudo podemos encontrar unos ciertos intereses comunes incluso entre los enemigos más acérrimos. Esto es porque la interdependencia real tiende a rebasar la ilusión de las categorías excluyentes (apunto esta idea para ahora y para luego). Así, por ejemplo, las "reglas de la guerra" que aparecen en diversos períodos históricos no sólo se fundamentan en la empatía individual, sino también y sobre todo en la consideración de que una guerra total sin reglas ni escrúpulos de ninguna clase perjudica notablemente a los miembros de ambos bandos. Más allá de las reglas formales de la guerra, los contendientes pueden crear sus propios espacios; así, parece que en la I Guerra Mundial se creó espontáneamente entre los soldados de bandos opuestos, una cierta solidaridad, un cierto lenguaje (no verbal ni directo), unas ciertas reglas no escritas sobre los ataques y las treguas en las trincheras. No vamos a entrar en el "dilema del prisionero" ni en las complejidades del binomio cooperación/competición, basta con señalar que puede haber interdependencia e intereses comunes incluso en las situaciones de división más traumáticas.

La experiencia de la empatía, de la identificación con el otro, de hacerse solidum puede abarcar potencialmente al menos a cualquier miembro de la especie humana. Por otra parte, las relaciones de interdependencia derivadas de la producción social del trabajo pueden expandirse virtualmente a toda la Humanidad. El proceso histórico que observamos es, de hecho, expansivo. De Alejandro Magno a la "globalización" actual, pasando por la no menos importante "globalización" del siglo XVI, existe una tendencia progresiva hacia la interdependencia global. La necesidad permanente de romper las barreras prediseñadas de nuestras identidades personales y colectivas contribuye a generar mecanismos de solidaridad incluyente. En estos casos, el grupo es la razón para salir de nosotros mismos y para construir la "sociedad", la totalidad; como dice el poema de Benedetti "Quizás mi única noción de Patria/sea la urgencia de decir Nosotros". A su vez el grupo más amplio se convierte en una manera de salir de las reducidas fronteras del grupo más pequeño, de ampliar horizontes de solidaridad, y así sucesivamente, hasta alcanzar, al menos potencialmente a la totalidad de la humanidad, como un mismo solidum interdependiente. Montesquieu lo explicaba muy gráficamente:"Si supiera algo que me fuese útil, pero que fuese perjudicial a mi familia, lo desterraría de mi espíritu; si supiera algo útil para mi familia pero que no lo fuese para mi patria, intentaría olvidarlo; si supiese algo útil para mi patria pero que fuese perjudicial para Europa, o bien fuese útil para Europa y perjudicial para el género humano, lo consideraría un crimen y jamás lo revelaría, pues soy humano por naturaleza y francés sólo por casualidad".

Los "grupos imaginarios" sobre los que se articulan los intereses colectivos, por muy imaginarios que sean, no son nunca arbitrarios. Con independencia de la valoración que nos merezca o de la existencia de disfunciones, toda pauta cultural consolidada presenta una cierta racionalidad (de lo contrario no conseguiría ser compartida y reproducida). Si se ha definido un "Nosotros", aún de modo excluyente, es porque esta categoría sirve a unos intereses determinados. A menudo estos intereses tienen que ver realmente con los de los integrantes del colectivo. Para no ponernos excesivamente abstractos, pongamos un ejemplo con el tema, hoy candente, de la financiación autonómica.

En torno a las Comunidades Autónomas (igual que en torno a los Estados) pueden existir ideologías o sentimientos al menos parcialmente excluyentes. Por ejemplo, yo podría pensar -aunque no pienso-, que el bienestar de un "andaluz" es más importante que el de un "madrileño", o que el bienestar de un "español" es prioritario respecto del de un "uruguayo"; el bien de los "Otros" puede ser en cierto modo valorado, porque también hay una dinamica incluyente, pero en la práctica se olvida al subordinarse al del grupo "propio", que nunca quedará del todo satisfecho; hay que "barrer primero la propia casa"y nunca jamás la terminamos de barrer del todo. A pesar de la distorsión con la que operan estas ideologías excluyentes, existe un fondo objetivo de intereses. "Naciones" fantasmales aparte, las Comunidades Autónomas son estructuras políticas muy reales que constituyen unidades de gasto público pero que en términos generales no son unidades de ingreso; esto implica que hay un "reparto del pastel" recaudado por el Estado que me afecta a mí y presumiblemente a la gente más cercana a mí; con independencia de la intensidad de la ideología excluyente (que tiende a ser una manifestación del interés), es fácil que tienda a defender los intereses de mi "grupo". De la misma manera, "naciones" fantasmales aparte, los Estados son estructuras políticas muy reales y tiene sentido que las autoridades españolas defiendan los intereses llamados "de España" en los foros internacionales.

Sin embargo, la cristalización de las categorías cognitivas funcionales para la defensa de estos intereses puede taparnos una buena parte de la realidad. Así, por ejemplo, podemos creer ingenuamente que la "riqueza" se genera "en las Comunidades Autónomas" o en "España". Si bien es cierto que las estructuras políticas reales articulan en buena medida las relaciones sociales (por ejemplo, los mercados), también es cierto que los flujos de relaciones sociales, comunicativas, económicas, políticas trascienden ampliamente las fronteras políticas y así sucede, de hecho, con los mercados. No hace falta sucumbir a las versiones más simplistas y menos matizadas de la afirmación "la riqueza de unos implica automáticamente la pobreza de otros" para detectar que existen abundantes conexiones, vínculos, relaciones de poder y dominación, exclusiones, etc. Es decir, que la interdependencia rebasa, como ya hemos dicho, nuestras categorías y que puede ser necesario trascenderlas para construir un nuevo solidum, una nueva totalidad.

Estos dos mecanismos, solidaridad incluyente y excluyente, no son incompatibles, a pesar de que aparecen como opuestos. Incluso cuando la vida nos arrastra a construir grupos frente a otros grupos, podemos hacer al mismo tiempo el movimiento de inclusión, que despliega muchos efectos beneficiosos (mayores cuanto más auténtica sea la experiencia de ruptura de las barreras). De hecho, tanto en la guerra como en la argumentación, tienden a tener un mayor éxito los que comprenden mejor al adversario y saben ponerse en su lugar. En todo caso, para próximas entradas me interesa destacar una cosa: la solidaridad incluyente permite vencer algunas distorsiones de la percepción que provocan las categorías excluyentes.

viernes, julio 03, 2009

MIGRACIONES Y LENGUAJE POLÍTICAMENTE CORRECTO

En el mundo postmoderno no han muerto las ideologías, ni mucho menos. Si acaso se han descafeinado un poquito respecto de su alcance. Una de estas ideologías descafeinadas de nuestro tiempo es la insistencia en el "lenguaje políticamente correcto". Soy de la opinión de que esta forma de plantear las cosas puede y debe ser criticada y lo argumentaré más adelante. Pero eso no quiere decir que esté de acuerdo con las críticas más habituales y tópicas que se le hacen. De hecho, creo que otra de las ideologías descafeinadas de nuestro tiempo -igualmente superficial y poco comprometida con las tripas de la realidad- es la oposición sistemática e irreflexiva al "lenguaje políticamente correcto"; en estos casos adoptamos una pose, una máscara que suponemos que nos hace más interesantes, más inteligentes, conscientes e independientes, más alejados de los tópicos y del "pensamiento dominante". Pero se trata en muchos casos de una postura igualmente tópica y superficial, ligada al "sesgo de la mayoría oprimida" del que hablaremos en otra ocasión; no hay pensamiento más dominante que la rebeldía ideológica obligatoria de quien se cree más listo que la masa. Para no caer en este error, creo que hay que profundizar en dos reflexiones: primero ¿por qué es criticable la ideología del lenguaje políticamente correcto? Segundo ¿qué hay de verdad en ella? Porque todas las ideologías, como todos los mitos, tienen un fondo interesante de verdad que puede resultar interesante desentrañar y a veces aprovechar.

En primer lugar, podríamos criticar el lenguaje políticamente correcto por lo que tiene de eufemismo. Las categorías que designan a los grupos subordinados tienden a asumir un matiz peyorativo, pero lo cierto es que las palabras dan muchas vueltas a lo largo de la historia. Algunas palabras originariamente neutras adquieren con el tiempo un tono insultante que no les venía de serie ("moro"= natural de la provincia romana de Mauritania); otras, en cambio, nacen cargadas del más cruel de los desprecios pero son luego asumidas, subvertidas y reclicadas por los grupos minoritarios, que se apropian de la palabra para su propio uso (así ha sucedido con "gay" y últimamente con "maricón"). Algunas categorías son tan variables que uno nunca sabe cuál es la forma políticamente correcta de moda y cuál la que se ha convertido en insultante (como las múltiples maneras de denominar a los "negros" o a los "ancianos"). Otras veces, no dejamos de buscarle los tres pies al gato, porque todas las palabras parecen plantearnos problemas ("minusválido" "discapacitado" y no digamos "tarado" o "subnormal"). Lo cierto es que a veces nos comportamos como si hubiera alguna virtud mágica en las palabras mismas más que en los significados sociales que les atribuimos. En mi opinión, este es uno de los casos en los que "la intención es lo que cuenta", no la palabra utilizada (aunque siempre viene bien tener un cierto tacto para evitar malentendidos); el deseo o no de insultar, el sentimiento, el desprecio, el tono de voz, el contexto, el significado. Con eso basta, sin que sea necesario obsesionarse con la búsqueda del eufemismo menos feo; no olvidemos que los eufemismos tratan de ocultar o disfrazar una realidad que se percibe como negativa y que, por lo tanto, en estos casos suelen tener un punto de "excusatio non petita..." Cuando uno no termina de asumir la normalidad de la "negritud", pronunciar la palabra "negro" parece que produce una cierta incomodidad, que se sublima acaso con el deseo de no molestar y uno termina diciendo "de color", aunque, puestos a buscarle los tres pies al gato, sería una categoría más incorrecta, porque atribuye el "color" únicamente a la categoría marcada.

En cualquier caso, creo que puede profundizarse un poco más en la crítica a la ideología light del lenguaje políticamente correcto. En efecto, creo que a veces puede parecerse a una religión ritualista o farisaica, que recompensa a los que cumplen con una serie de preceptos exteriores y que condena a los infieles que "no cumplen la ley", aún sin preguntarse demasiado por las razones que daban sentido a estos preceptos. De esta manera, las contradicciones derivadas de las desigualdades de poder que se producen en la realidad social pueden proyectarse mágicamente a un terreno imaginario construido mediante el lenguaje. Y pueden resolverse aparentemente en estos reinos imaginarios con sólo decir unas palabras mágicas. Eso que los angloparlantes llaman tokenism y que nosotros podríamos traducir como "fachada" o más gráficamente como "blanqueo de sepulcros". "Todo tiene que cambiar" (en el mundo del lenguaje) "para que todo siga como está" (en la realidad social). No digo que esto se produzca siempre, pero sí que creo que es una tendencia inherente al purismo (puritanismo) en el examen de la "corrección" política del lenguaje.

Pero, ¿qué hay de interesante en estas exigencias de corrección política? Pues la razonable hipótesis de que, en cierta medida, estamos determinados por nuestras categorías cognitivas y por el lenguaje. Hablamos el lenguaje, pero también somos hablados por el lenguaje. La hipótesis Sapir-Whorf afirma que nuestro "mundo de la vida", nuestro universo de percepciones, está determinado por el lenguaje con el que construimos el mundo social. Esto es lo que se llama "relativismo lingüístico". Es una hipótesis razonable siempre que no se tome a la tremenda. ¿Quién nació primero, la gallina o el huevo? ¿El lenguaje construye a la sociedad o es la sociedad la que construye el lenguaje? ¿Al principio de todo fue el Verbo?

Algunas formas de materialismo vulgar desprecian el valor del mundo simbólico humano , que juzgan automáticamente como "superestructura" (se diría en términos marxistas), como si las cosas fueran en sí mismas "infraestructura" o "superestructura", nada más platónico y menos materialista. Supongo que entonces desprecian el valor del dinero o de las transacciones bursátiles, elementos puramente simbólicos e "inmateriales". Creo que desde el "materialismo razonable" se debe decir otra cosa. Efectivamente, la sociedad construye al lenguaje y el lenguaje es en gran medida un reflejo de las relaciones sociales reales. El lenguaje tiene una dimensión ideológica -en el mal sentido de la palabra- cuando se utiliza para construir mundos imaginarios donde se proyectan los problemas reales distorsionados para resolverlos mágicamente y que todo siga como está, como hemos dicho anteriormente. Esa función ideológica o superestructural , dicho sea de paso, no es ni mucho menos despreciable o baladí, sino que influye verdaderamente en la reproducción de las relaciones sociales. Pero, por otra parte, el lenguaje es el principal sustrato o instrumento a través del cual se construyen las relaciones sociales mismas, a través del cual se divide socialmente el trabajo y se configuran relaciones de dominación o de exclusión.

Así las cosas, lo importante de las palabras no es la superficie sino el fondo, y los efectos que producen. Las palabras pueden ser palabras mágicas, en la medida en que provoquen efectos sociales. En este contexto, lo importante no es la palabra que finalmente utilicemos, sino que hagamos la reflexión oportuna para que no nos afecten de manera irreflexiva los automatismos de nuestras categorías mentales. Ya he comentado alguna vez que yo prefiero hablar de "migraciones" antes que de "inmigración", como un recordatorio permanente de que los migrantes "vinieron de algún sitio" y que las migraciones internacionales deben observarse en el contexto más amplio posible. Pero luego me da igual la palabra que la gente prefiera utilizar, lo importante es haber conseguido hacer esta reflexión.

Ahora que he explicado a grandes rasgos lo que pienso del tema, tal vez nos podamos centrar en algún aspecto concreto. En la próxima entrada trataremos seguramente de cómo construimos las categorías de "ellos" y "nosotros" en el momento actual. Aquí el lenguaje es la superficie a través de la cual podemos detectar el uso de categorías mentales para reproducir una situación social de subordinación.

[La imagen es la portada de un libro de cuentos infantiles políticamente correctos en clave de parodia que, desde aquí recomiendo, así como su secuela "más cuentos infantiles políticamente correctos"]

lunes, junio 15, 2009

INMIGRACIÓN Y SINDICATO

En el discurso público sobre las migraciones, la palabra mágica "integración" se suele remitir a los mundos estratoféricos de las "culturas" o de las "civilizaciones", reinos imaginarios donde proyectamos, distorsionadas, las contradicciones de nuestras relaciones sociales. Y son las "culturas", así, cosificadas, las que en nuestro imaginario se "integran" o no se "integran", se alían perrofláuticamente o luchan en batallas épicas por el dominio del Universo. Ya les he dicho otras veces que, para mí, la batalla de la integración -de toda nuestra sociedad, y no sólo de los migrantes- debe librarse en la vida real y no tanto en sus proyeccones. ¿Dónde trabajan los migrantes, con quién y en qué posición? ¿a qué colegios van? ¿en qué barrios y en casas viven? ¿cuál es su acceso al consumo de bienes y servicios? ¿qué posición ocupan en los mercados? Esa es la integración real. La "cultura" no es más que el conjunto de espacios de significación y de comunicación que construimos para articular y reproducir nuestro mundo de relaciones sociales. En la medida en que sea posible construir relaciones "cara a cara", superando las barreras de exclusión y subordinación de las fronteras étnicas, podrá generarse un verdadero espacio de "interculturalidad".

Y resulta que nuestros migrantes han venido a España básicamente para trabajar, en medio de un proceso global de movilización de la fuerza de trabajo. Y que, como sucede con los españoles, los migrantes pasan gran parte de su vida diaria -si no la mayor parte de ella- en el tajo. Así pues, el empeño por la integración social depende en gran medida de lo que pase en los centros de trabajo y a veces parece que nos olvidamos de ellos o que, al menos, no les damos la importancia que tienen, porque el debate termina desviándose continuamente hacia el raca-raca de la compatibilidad o incompatibilidad, convivencia o choque de las "culturas". No creo, empero, que este "olvido" o esta "minusvaloración" de los aspectos laborales de la integración sean del todo inocentes. No lo son, porque precisamente la presencia de los migrantes se debe a un proceso estructural que los sitúa inmediatamente en una posición subordinada y porque se ha preferido mirar hacia direcciones que no cuestionen demasiado la distribución real de poder. Ya hemos mencionado alguna vez que la ideología "asimilacionista" oculta en realidad el interés por convertir a las personas en fuerza de trabajo bruta, que idealmente "no se nota" y no molesta; en la práctica, con la ideología de la asimilación subsiste la segregación entre los grupos étnicos , que se mantiene para alimentar la máquina de la producción, pero envuelta en las nieblas de la mitología del Individuo libre que actúa libremente en el Mercado libre.

Para los trabajadores españoles esta es una ilusión peligrosa. Es cierto que durante la bonanza económica se han podido beneficiar realmente del trabajo subordinado de los carniceros de utopía, directa e indirectamente (por ejemplo, vía servicio doméstico barato); pero la segregación étnica puede ser -y de hecho, ha sido siempre- un mecanismo de división, e incluso de fractura de la fuerza de los trabajadores como clase. No he visto datos, pero puede que la crisis esté mostrando de manera más pronunciada este rasgo. Hace poco sacábamos de entre las barbas de Marx un texto sobre la división obrera entre ingleses e irlandeses en Inglaterra y me preguntaban los contertulios sobre lo que se podía hacer para evitar la rima de la historia. Pues bien, creo que en este contexto nuestros sindicatos tienen mucho que decir y que hacer. Es una responsabilidad, pero también es una necesidad, incluso una necesidad organizativa del sindicato, enfrentarse a esta situación.

En efecto, a estas alturas es un tópico archiconocido que el sindicalismo se ha construido en un contexto de relativa homogeneidad obrera, sobre un arquetipo de trabajador determinado y que, como mínimo desde hace unas décadas, esta realidad está cambiando a marchas forzadas. Aún no distinguimos bien este nuevo mundo "postmoderno" pero parece que está implicando una prgresiva intensificación de la división social del trabajo (ciclo de la producción/reproducción/consumo), multiplicando así la heterogeneidad de las clases trabajadoras. Los trabajadores ya no necesariamente viven en el mismo sitio, ni tienen necesariamente el mismo estilo de vida o las mismas necesidades o los mismos problemas o incluso -desde los instrumentos de análisis del sindicalismo tradicional- los mismos intereses. Esta dinámica está provocando una ruptura de la tradicional "conciencia de clase" y una progresiva ineficacia de las herramientas tradicionales de articulación de intereses colectivos; de hecho, parece que hay una tendencia generalizada al descenso de las tasas de afiliación en todo el mundo. O el sindicato se adapta a esta diversidad (o consigue llegar a las mujeres, los jóvenes, las minorías étnicas, los precarios, los "autónomos dependientes", los trabajadores de empresas auxiliares), o está condenado a la extinción o a la descomposición.

En lo que refiere a los migrantes, el hecho de que el sindicato se adapte a la realidad implica varias cosas, todas ellas relacionadas entre sí: en primer lugar, debe ser capaz de dar respuesta a los problemas específicos que tienen los trabajadores migrantes y a la diversidad de origen étnico en la empresa; en segundo lugar, debe conseguir captar a los migrantes como afiliados; en tercer lugar, debe incorporar realmente a los migrantes en su estructura organizativa (tanto entre los cargos del sindicato como en la representación unitaria, formalmente no sindical).

Y, bueno, ¿qué es lo que están haciendo? Hace un mes, con ocasión de mi trabajo en el Observatorio de la Negociación Colectiva, tuve ocasión de entrevistar a algunos sindicalistas de CCCOO de Catalunya (Ghassan Saliba, Juan Manuel Tapia y Antonio Córcoles), que me comentaron, entre otras muchas cosas, algunas conclusiones a las que había llegado este sindicato (CONC) a partir del año 2000: 1) La inmigración es un fenómeno estructural que tiene que asumirse con normalidad; 2) La integración laboral es un factor de enorme importancia para la cohesion social y el sindicato tiene que centrar prioritariamente su actuación en los centros de trabajo (dado que, además, en otros campos existen otras organizaciones sociales); 3) El sindicato tiene que regenerar continuamente su capacidad de representación e incorporar a los migrantes entre los afiliados y en los órganos de representación; 4) Esta adaptación no deriva únicamente de motivos "altruistas" desde la perspectiva de los trabajadores autóctonos puesto que los intereses de migrantes y nacionales son comunes: la calidad de las condiciones de trabajo de los migrantes es importante para garantizar también las condiciones de los españoles.

Como creo que se desprende de las reflexiones anteriores, estoy muy de acuerdo con estas líneas de acción sindical. Me parece que el planteamiento es muy correcto y adecuado desde un punto de vista teórico. Esto es muy importante, pero, por supuesto no lo es todo; como dijo el barbudo, es en la práctica donde se demuestra el poderío de un pensamiento. La práctica, eso sí, es siempre un terreno por trabajar. Mencionaron, eso sí, algunos datos de crecimiento de la afiliación inmigrante y de integración de los migrantes en órganos de representación que nos permiten ser moderadamente optimistas. También había algunos proyectos interesantes, como la promoción, en Cataluña, de los acuerdos de gestión de la diversidad, al hilo del empeño por la personalización -que no "individualización"- de las relaciones laborales.

Alguna orientación nos pueden ofrecer estas líneas teóricas y estos senderos prácticos en esta difícil tarea de articular los intereses laborales en estos tiempos interesantes. Confío en que habrá muchas otras experiencias sindicales interesantes en otras organizaciones, si no las cuento aquí es porque de momento no las he conocido, pero me encantaría hacerlo, así que si alguien tiene noticia de ellas, me parece muy interesante que nos las comente.

Eso sí, también sabemos que, el espacio de implantación y de influencia de los sindicatos en nuestro país es, hoy por hoy escaso, no sólo en lo que respecta a los trabajadores inmigrantes. Las redes de articulación de los interese laborales difícilmente llegan a determinados rincones: microempresas y empresas pequeñas, trabajadores precarios, economía sumergida... En particular, en el ámbito del servicio doméstico, la configuración de un espacio de protección garantizado por una representación organizada de los trabajadores parece, hoy por hoy, una fantasía utópica. En todo caso, esta reflexión no hace más que reafirmarnos en nuestra convicción de que los problemas de los migrantes son también los de los trabajadores autóctonos Y vamos a tener que aprender a afrontarlos juntos.

domingo, mayo 03, 2009

LA ENÉSIMA REFORMA (III): "REAGRUPAR AL ABUELO"

En teoría, la regulación de la reagrupación familiar tiene poco que ver con la regulación de las migraciones laborales. La conexión sería en todo caso indirecta: se trataría de una medida "social", es decir, una corrección de las brutales consecuencias de la tendencia inherente a nuestro sistema económico de convertir a los seres humanos en fuerza de trabajo bruta y despersonalizada. Un modo de reafirmar la humanidad de la "fuerza de trabajo movilizada", es decir, una forma de "personalización de las relaciones laborales". Puesto que los mirantes movilizados no son materias primas, sino persona, tienen un entorno social y, generalmente, una familia.

Los procesos de movilización internacional de la fuerza de trabajo resultan de por sí muy agresivos con las familias de los migrantes, pero este efecto se amplifica con las restricciones de los Estados receptores, especialmente en casos como el español, en los que el flujo se destina en gran parte a la economía sumergida en situación de irregularidad. En este contexto, la reagrupación aparece en muchos casos como uno de los objetivos vitales máximos de los migrantes, es decir la normalización de una situación percibida como patológica. En la jurisprudencia del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, la reagrupación se vincula de algún modo a la dignidad humana a través del derecho fundamental a la "intimidad familiar" y a ello responde la ubicación de los derechos de reagrupación en la Ley de Extranjería española. Esta conexión ha sido desmentida recientemente por el Tribunal Constitucional, pero, al margen de estos argumentos, no cabe duda de que el art. 16 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce esta conexión entre la vida familiar y la dignidad humana.

Aunque la lógica de la reagrupación, por lo tanto, se vincula más al reconocimiento de derechos que a la gestión de los flujos migratorios, las conexiones ocultas son mayores de lo que parecen. Esto resulta particularmente en Francia, país con una regulación de gestión de flujos aproximadamente tan restrictiva como la española; las "necesidades" de mano de obra se han canalizado en Francia a través de la institución de la reagrupación familiar, que en este país permite trabajar inmediatamente al familiar reagrupado. En España este uso desviado de la instituciónn no es tan patente, porque el modo real de reclutamiento ha pasado más bien por el "visado de turista" y el largo periodo de irregularidad. Aún así, posiblemente ha sido más importante el cauce de la reagrupación como vía de acceso -indirecto- al mercado de trabajo español que la vía "oficial" del visado de trabajo.

En este contexto, cuando llegan las "vacas flacas" de la crisis económica es posible que los poderes públicos establezcan mayores restricciones a la reagrupación familiar, aunque, en sentido estricto, el nivel de reconocimiento de la dignidad humana no debería estar sometido a los vaivenes de la coyuntura económica, operaría aquí este uso desviado. Puesto que en el modelo migratorio español los poderes públicos no pueden controlar efectivamente el flujo de trabajadores, que opera convenientemente fuera de la vía oficial, convenientemente ineficaz, se trataría de influir indirectamente en el acceso al mercado a través de la restricción de derechos personales como la reagrupación. Esto es lo que sucede con el anteproyecto de reforma de la Ley de Extranjería en relación con la reagrupación de ascendientes.

El régimen vigente es ya bastante restrictivo [art. 17.1 d) LOEX]. Los migrantes podrán reagrupar a sus ascendientes cuando estén "a su cargo" Y "existan razones que justifiquen la necesidad de autorizar su residencia en España". Esto último es un concepto jurídico indeterminado muy apropiado para conceder una discrecionalidad muy alta a la Administración, en un modelo migratorio caracterizado por los continuos y arbitrarios vaivenes (en el tiempo y en el espacio) de los criterios decisorios. Podríamos entender que "existen razones", por ejempo, cuando el ascendiente tuviera una enfermedad o dolencia significativa y requieiera cuidados directos que no se pueden ofrecen en el país de origen. Debe observarse que los requisitos son acumulativos, de manera que, incluso en los casos más sangrantes, habría de denegarse la reagrupación si el ascendiente tiene una fuente propia o ajena de ingresos. Hubiera sido mejor que los requisitos fueran alternativos. En cualquier caso, transcurrido un año de residencia legal, el familiar reagrupado podrá solicitar el cambio a una situación de residencia y trabajo.

En el anteproyecto de reforma se establecen dos restricciones adicionales. Una es de enorme importancia desde una perspectiva cuantitativa y otra es mucho menos importante en estos términos, pero resulta más grave desde una óptica jurídica por ser, a mi juicio, inconstitucional.

En primer lugar, sólo podrán solicitar la reagrupación de ascendientes los extranjeros que tengan el estatuto de residente de larga duración. Para ello es preciso contar con cinco años de residencia legal en España (debe tenerse en cuenta que en la trayectoria real, antes de esos cinco años suele haber un período de más de tres años en situación irregular). Así pues, salvo que obtengan antes la nacionalidad española, la reagrupación de ascendientes sólo podrá tener lugar cuando hayan pasado muchos años. Es evidente cómo se pretende establecer en este caso una restricción de enorme importancia.

En segundo lugar, a los requisitos anteriores se pretende añadir un tercer elemento a golpe de crisis: sólo se podrá reagrupar a los ascendientes mayores de 65 años. Salta a la vista que este requisito es completamente arbitrario y que introduce una restricción injustificada. Aunque el ascendiente estuviera a cargo del solicitante y concurrieran razones que justificaran la reagrupación (por ejemplo, una grave enfermedad), la solicitud sería denegada por el mero hecho de tener 64 o 63 años, por ejemplo. No hay ninguna razón objetiva que justifique esta diferencia de trato legal. La misteriosa coincidencia de la cifra de 65 con la edad voluntaria de jubilación en el ordenamiento español parece apuntar a que el motivo es restringir el acceso de los extranjeros al mercado de trabajo español. Como si un trabajador de origen extranjero, con cierta edad, que tiene que esperar un año para empezar a solicitar una autorización de trabajo y que, en último término, tiene que ser autorizado para trabajar en un largo procedimiento administrativo, supusiese una "amenaza" real para el empleo de los "españoles". Al margen de lo espurio de estos argumentos, debe hacerse constar que la edad de 65 años no incapacita para el trabajo asalariado y que, reuniendo los requisitos legales, cualquier trabajador extranjero de más de 65 años podría incorporarse al trabajo si algún empleador estuviera dispuesto a contratarlo.Por consiguiente, la medida es contraria el principio de igualdad en el contenido de la ley y posiblemente constituye, además, una discriminación por razón de edad.