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miércoles, noviembre 26, 2008

... Y LA "CULTURA" SE HIZO CARNE

Para evitar las distorsiones "idealistas" -en el mal sentido de la palabra- que señalaba en la entrada anterior, es preciso que nos pongamos una inyección de materialismo razonable, descendiendo de los reinos etéreos y poéticos de la "cultura" ("¡Tienen otra cultura!") al espacio más terrenal de las "personas"; no hay integración "de las culturas", sino integración "de las personas"; no se trata de defender a "las culturas" sino de defender "a las personas"; no hay siquiera dignidad "de las culturas" sino a través de la dignidad humana. Para fundamentar esto seriamente es preciso formular algunos planteamientos teóricos y aquí uno puede tender por deformación profesional a volverse abstruso y "ladrilloso"; no se tome esto como una huida hacia el aroma de las nubes, sino como una mirada despaciosa y tranquila a los pies pretendidamente anclados en tierra. Por otra parte, no vamos a llegar todavía al terreno del sentido de las cosas, es decir, a la valoración de la "cultura" o a estos asuntos de la dignidad, sino que nos quedamos, de momento, en la mirada más fría del análisis y de la explicación, que no lo es todo, pero es importante, algo así como la autopsia de un cadáver para entender el funcionamiento de la vida. Se trata pues, de descender de las representaciones imaginarias de las "culturas" a las personas de carne y hueso; si parece que me desvío un poco es para que otras entradas posteriores y más específicas estén mejor fundadas.

Me refiero a las "personas", eso sí, "en su salsa". No a los "individuos" abstractos y descontextualizados que nos pinta el mito liberal, supuestamente libres, supuestamente iguales, supuestamente racionales, guiados por el puro azar de la indeterminación de su arbitrio y disociados a priori de sus semejantes y de la naturaleza en un supuesto estado de aislamiento que se quiere hacer "natural", como si existiera en algún sitio. Un estudioso escribió una vez que el ser humano no es sólo un animal social, sino también un animal que construye sociedad para vivir. En efecto, la supervivencia, la reproducción y la adaptación al medio de las personas depende de una serie de interacciones de las personas entre sí y con el resto de la naturaleza; esta aptitud social humana es, por supuesto, un producto de la evolución biológica, de manera que nuestros antepasados ya eran animales sociales antes de ser propiamente humanos y ya construían sociedad para vivir antes de ser propiamente sapiens; la explicación de esta sociabilidad humana en términos de la Teoría de la Evolución es su funcionalidad para la producción y la reproducción de la vida humana. Al conjunto de estas interacciones de las personas entre sí y con el resto de la naturaleza que conforman la acción humana las llamaremos "la producción del trabajo social". Este concepto es más amplio que nuestras nociones modernas y sesgadas de "producción" o de "trabajo".

En las sociedades modernas disociamos de nosotros mismos una parte de lo que hacemos (es decir, de los que somos) vendiéndola en el mercado y a ese importante fragmento de nuestro ser lo llamamos "trabajo"; identificamos este "trabajo" con las tareas "productivas", que en el mundo moderno sólo se vinculan a la subsistencia de manera indirecta, a través de unas complejas redes de interdependencia: vendo mi trabajo en el mercado y obtengo un salario para comprar en el mercado aquello que necesito. El trabajo que realizamos para nosotros mismos y nuestras familias (por ejemplo, las tareas domésticas o el cuidado de los niños), que en la época precapitalista constituía en general la mayor parte de la actividad humana lo vinculamos a la "reproducción" de la vida, de manera que podría decirse que es un trabajo "de mantenimiento". Por último, creemos encontrar un espacio de autonomía en el festival del "consumo" y el ocio -otra vez en sentido amplio- donde buscamos identidades (supuestamente) no alienadas a través de otras formas de trabajo, es decir, de otras interacciones con los demás y con el resto de la naturaleza que producen algún resultado pero que nuestra ideología no considera formalmente "productivas". Como todas las distinciones de la ideología moderna, esta división es una "media verdad": puede ser útil, pero si nos la creemos a pies juntillas puede ocultarnos la ambigüedad de las fronteras de la producción/reproducción/consumo que descubrimos a poco que reflexionemos sobre lo que hacemos cuando llenamos el tanque de gasolina, vamos a comprar al supermercado o montamos un mueble comprado por piezas.

El énfasis "materialista" en la producción, la reproducción y el consumo puede resultar ingenuo si excluimos de estas actividades la producción y el consumo de "símbolos," es decir, de realidades intersubjetivas que "habitan" en los espacios de comunicación entre seres humanos; mi "trabajo" por ejemplo, consiste en producir y transmitir símbolos que explican otros símbolos que a su vez organizan el trabajo de otros, trabajo que en último término permite su subsistencia a través de la participación en los mercados. Sólo el materialismo más vulgar e ingenuo niega la "importancia" de los "símbolos": eso sería tanto como negar relevancia al dinero, a las transacciones de la Bolsa o a la reciente crisis financiera. "En último término", la producción del trabajo social se vincula a la producción y reproducción de la propia vida humana, lo que conecta con Engels (que insistía en esto del "último término" frente a las simplificaciones de algunos epígonos de Marx), pero también con Darwin: la evolución de las especies explica de dónde hemos sacado nuestra aptitud para elaborar símbolos y de vivir en sociedad y en "último término" explica la construcción de sociedades humanas, ligadas por complejas redes de interdependencia sustentadas por símbolos. Esto no quiere decir que haya que buscar en todo caso un vínculo directo entre toda producción aislada de símbolos y la supervivencia humana, como quizás ha intentado algún materialista, ni que toda forma de organización social sea siempre la más eficaz posible en términos abstractos de pura organización de los recursos (ver páginas 16-17 del enlace anterior); lo que sucede es que la producción de símbolos se sitúa en el contexto de un sistema social concreto que en último término se explica por la subsistencia humana. Cuanto más compleja y funcionalmente especializada es una sociedad, más nos cuesta percibir estas conexiones : no es lo mismo obtener la base de la subsistencia en el huerto de casa que sobrevivir a través de la participación en los mercados (esto último globalmente sólo sucede en las "economías de mercado").

La distinción marxiana entre "infraestructura" y "superestructura" es otra de esas diferenciaciones que resultan útiles a condición de que no nos la creamos como una verdad absolutamente literal; si lo hacemos, volvemos a sucumbir al "idealismo", esto es, a la confusión de nuestras representaciones de la realidad con la realidad misma; estos conceptos simplemente nos ayudan a identificar determinadas relaciones que se producen en la realidad; las cosas no son "infraestructura" o "superestructura" en sí mismas, como si encarnaran algún ideal platónico. Nuestras representaciones nunca coinciden con la realidad que representan pero eso no implica que sean todas igual de buenas. A menudo están distorsionadas por el equilibrio de poder entre las fuerzas sociales que existe en un determinado momento y contribuyen a reproducirlo, para bien y para mal. Estas "secreciones" de la producción del trabajo social retroalimentan este proceso productivo y, por tanto, no carecen de importancia; muchas de nuestras "ideas" más elaboradas sobre las "culturas" o sobre los "extranjeros" son como pantallas de cine sobre las que proyectamos, deformadas, las contradicciones sociales reales, en ocasiones para evitar enfrentarnos a ellas. En este sentido, los sistemas de símbolos, la "cultura", cumplen significativamente funciones de "superestructura". Pero los sistemas de símbolos no desarrollan únicamente estas funciones en el sistema social total, sino que, al mismo tiempo, dado que el trabajo cultural es un proceso histórico con una importante dimensión acumulativa, constituyen presupuestos mismos de la vida social humana y por tanto del propio trabajo social. A ver si me explico: el lenguaje, por ejemplo, que es un sistema de símbolos, es presupuesto de la vida social humana y de la propia división del trabajo social, aunque el propio trabajo social termina produciendo el lenguaje en un continuo e interminable ciclo histórico. Así, podemos empezar a sacar cosas en claro:

1.- La "cultura" puede ser el contexto de significados en el que se desenvuelve la producción del trabajo social (lenguaje articulado o no verbal, roles sociales que dividen el trabajo en sentido amplio, expectativas mutuas, pautas estandarizadas de interacción social...) Este contexto de significados crea una estructura inmaterial, pero muy real que limita y condiciona las posibilidades del trabajo social, pero que habita en la imaginación compartida humana, como sucede con las acciones de la Bolsa o el "valor del dinero".

2.- Al mismo tiempo, la "cultura" es un sistema de conocimiento acumulado para la producción del trabajo social. "Conocimiento" es una relación de adecuación entre nuestras representaciones simbólicas de la realidad y la realidad misma; simplificando: cuando mejor sea ese conocimiento, mayor eficacia tendrá la interacción con los demás seres humanos y el resto de la naturaleza y por tanto más efectivo será el trabajo social en la manipulación del entorno. La evolución de las especies nos ha proporcionado una sorprendente capacidad, altamente adaptativa, para transmitir y reproducir estas representaciones simbólicas en el seno de la sociedad, donde se van acumulando. Esta posibilidad de acumular representaciones para incrementar el conocimiento global ha permitido maravillas como la construcción de las pirámides, los sistemas de orientación para recorrer largas distancias en el Océano Pacífico a través de simples canoas o todos los logros de la ciencia moderna, sistema funcionalmente especializado (y por tanto, en general, más eficaz) en acumular conocimiento.

3.- En tercer lugar, la "cultura" es un producto y resultado de esa producción del trabajo social. Las realidades simbólicas construidas por el trabajo humano responden a las condiciones previas de existencia y se comprenden a través de ellas. Pero, una vez integradas en ese espacio intersubjetivo de la interacción humana, son muy reales y a veces muy efectivas. Se convierten en elementos del "entorno", en cierto modo similares a otros condicionantes de la naturaleza. Es por esto por lo que el ciclo vuelve a empezar y la "cultura" se convierte en condicionante del trabajo social (lenguaje, contexto de significados o conocimiento). A menudo nos remitimos a la "cultura" como explicación vacía de los fenómenos sociales, como una cosa que se explica por sí misma o que no necesita explicación "es así porque sí, debido a la cultura". No obstante, la cultura siempre tiene causas, que se remiten a la producción del trabajo social en los momentos en los que se desarrolla. Una vez configurada, por supuesto, opera como factor explicativo para el futuro; el propio Marx dijo, de manera un tanto exagerada, pero gráfica, que la tradición de las generaciones muertas oprime como una losa el cerebro de los vivos.

4.- En cuarto lugar, a pesar de lo anterior, la "cultura" es altamente adaptativa y este carácter adaptativo -para una diversidad de contextos y no para uno solo- es lo que explica en términos evolutivos la presencia de la capacidad para la cultura en el ser humano. Ciertamente, para que la "cultura" pueda operar efectivamente como un sistema de conocimiento y de división del trabajo social es preciso que tenga una cierta estabilidad: es por eso que a veces nos parece que las "tradiciones" o las normas cambian lentamente y que se mantienen rígidas cuando la realidad social cambia. A la larga, sin embargo, la "gracia" de la cultura (respecto al instinto, por ejemplo), está en su flexibilidad para adaptarse a circunstancias diversas, reconstruyéndose en función de las relaciones sociales reales: no es la conciencia de las personas lo que determina su ser social, sino su ser social lo que determina su conciencia. La "cultura" es más maleable que otros elementos de la naturaleza, debido a la penetración de la razón consciente y del interés inconsciente. A largo plazo, los viejos discursos se transforman, se reelaboran, se reciclan, se reinterpretan se abandonan o se recuperan en función de las circunstancias reales de la producción del trabajo social. En el pasado, las religiones tradicionales monoteístas prohibían expresamente el "préstamo a interés", que hoy es uno de los elementos básicos de la economía capitalista: los judíos en la Diáspora, privados de la propiedad de la tierra, que es la base de una economía sedentaria de subsistencia, aprovecharon la letra pequeña del Deuteronomio para poder ocupar un nicho determinado en la producción del trabajo social; el cristianismo católico siguió rechazando formalmente el préstamo a interés hasta fechas muy tardías, aunque la "conversión" al capitalismo impuso, primero de hecho, luego de derecho, visiones más permisivas; el asunto aún es objeto de debate en el Islam, pero el resultado de la pelea ya está claro, salvo que los nuevos vientos financieros nos arrastren a otra parte. Rasgos culturales formalmente sancionados como la prohibición católica del uso de anticonceptivos están ya claramente disociados de la realidad actual de producción/reproducción/consumo y en estos momentos están siendo masivamente incumplidos por los fieles, hasta que llegue su derogación formal.

Creo que estos planteamientos de la "cultura" más pegados a la tierra nos alejan de esos mundos platónicos de culturas y civilizaciones etéreas, idealizadas o demonizadas, homogéneas, cerradas, operando en compartimentos estancos y perfectamente separados, que chocan, se encuentran, luchan o se alían e imponen el ritmo de la historia encarnando sobre las personas una suerte de esencias inmutables, como si fueran espíritus invisibles que poseen a la gente. El perjuicio cultural nos dice poco y las explicaciones "materialistas" serias están muy lejos de resultar simplonas. Cuando preguntaba a mis alumnos de Teoría de las Relaciones Laborales por la causa de las peculiaridades del sistema japonés se referían siempre a "la cultura". Entonces les contaba la historia de un directivo japonés del siglo XIX, que viajó a los EEUU y quedó maravillado de lo trabajadores y cumplidores que eran los norteamericanos en comparación con lo vagos e indolentes que eran los japoneses. Veíamos como la historia de la industrialización de Japón se correspondía con la de otros países: huelgas, desórdenes públicos y conflictos virulentos, trabajadores "vagos" desde el punto de vista de la moralidad capitalista (es decir, resistentes a convertir el salario en medio de vida y a trabajar para maximizar el salario para maximizar el consumo en el mercado). Podíamos empezar a hablar de qué cosas cambiaron a partir de 1945 para construir un nuevo sistema de relaciones laborales con una nueva "cultura laboral", que entonces, y sólo entonces, recicló, reconstruyó y readaptó viejas tradiciones culturales configuradas en un contexto muy distinto para adaptarse a los nuevos modos de producción. Así nos hacemos capaces de entender que no hay un virus cultural o gen biológico en los japoneses, que se llama "cultura" y que lo explica todo, sino unas determinadas condiciones de existencia social que modelan su comportamiento.

Esto nos lleva al siguiente paso y a la siguiente entrada. Si hemos conseguido desmitificar a la cultura y bajar a las personas y a sus relaciones, podemos entonces empezar a hablar de los grupos étnicos.

domingo, noviembre 16, 2008

SIETE CUESTIONES SOBRE INTEGRACIÓN

Uno de los temas centrales de este blog es la "integración", de la que nos hemos ocupado en muchas ocasiones. Desde luego, se trata de una categoría confusa y peligrosa, un arma de doble filo. Bien utilizada, es un instrumento como otro cualquiera para comprender, interpretar y transformar la realidad social. Mal usada, se convierte en pura "ideología" en el peor sentido de la palabra: una proyección imaginaria en la cual descargamos nuestras ansiedades y miedos acerca de las contradicciones sociales, a través de la que evitamos enfrentarnos cara a cara con estas contradicciones. Para afrontar este problema vamos a proponer un cambio de perspectiva a través de siete puntos donde se hacen una serie de oposiciones. El hilo conductor, como se verá, es siempre más o menos el mismo, y las referencias a entradas anteriores son recurrentes.

1. ¿Integración como "obligación moral" o integración "como reto social"?

Me parece que muchas veces nos aproximamos al análisis de la sociedad desde un punto de vista excesivamente moralista; nos obsesionamos con buscar quién tiene "la culpa"; perseguimos un "chivo expiatorio" que pueda eximirnos de responsabilidad y sobre el que podamos descargar nuestras ansiedades sin dirigirnos hacia el problema que las generaba. Así, percibimos que nuestra intranquilidad se debe a que los inmigrantes "no se integran" y que no se integran "porque no quieren" y que son "ellos" los que deben "integrarse", que para eso han venido a otro país. A mi juicio, no "existen" las culpas "colectivas" y las cuestiones morales deben situarse siempre en un plano individual: nos preguntamos qué debemos hacer nosotros (sin escurrir el bulto) y si acaso valoramos moralmente la conducta de personas concretas (inmigrantes o no). Pero la valoración de una conducta no nos dice nada sobre sus causas. Una conducta concreta puede estar provocada por factores sociales de todo orden y ello no nos impide valorarla moralmente. Cuando hablamos de grupos humanos genéricos y abstractos, no nos debe importar la valoración moral, sino la comprensión de las causas de aquello que, en principio, percibimos como "problema", el análisis de la realidad. Desde la perspectiva científica, un "problema" es siempre algo estimulante, pero desde una aproximación más coloquial, tal vez el término "reto" nos sitúe en un papel más activo y participante. La "integración" o la "des-integración" son fenómenos sociales en los que intervienen un buen número de factores y donde nosotros estamos participando de algún modo. Se trata de reflexionar sobre cuál queremos que sea nuestro modo de participación, tras comprender el funcionamiento de la realidad.

2. ¿Integración "de los inmigrantes" o integración "mutua"?

Esto nos lleva a un dilema más conocido. Si dejamos de poner el énfasis en categorías morales autoexculpatorias, la "integración" nos sitúa en un sistema del que formamos parte, en el que las personas y las relaciones están interconectadas. La cuestión no es quién "debe" integrarse, sino qué es lo que podemos hacer en este sistema, cómo podemos intervenir. Los migrantes son una minoría en términos numéricos y de poder y esto implica que su "esfuerzo individual" de "integración", de "adaptación" al nuevo entorno tiene que ser (ES) mucho mayor que el de los autóctonos; esto no es un deber moral, sino una realidad, aunque los problemas de empatía a veces nos impiden percibir (y en caso de conductas individuales, valorar) adecuadamente este esfuerzo. Pero, por otra parte, la "sociedad de acogida" tiene un control mucho mayor sobre los factores estructurales que impiden, permiten, facilitan o producen esta integración. Los inmigrantes apenas pueden poner más que su "esfuerzo", la sociedad de acogida pone todo lo demás. Quizás es por esto que los modelos autoexculpatorios se centran exclusivamente en el "esfuerzo". Lo que está claro es que, si realmente la integración es formar parte de la misma cosa, es ineludible la participación de todos. Cuando decimos "no se integran" ¿nos queremos realmente integrar con ellos?

3. ¿Integración "de la inmigración" o integración "de la sociedad"?

Desde luego, tiene sentido hablar de integración "de los migrantes" igual que tiene sentido hablar de integración "de la clase trabajadora", "de las mujeres" o "de los discapacitados" (con sentidos diferentes en cada caso). Pero a veces este énfasis nos plantea una representación inexacta de mundos separados -"los inmigrantes" y "la sociedad autóctona"-, olvidándonos del carácter sistémico e interdependiente de las relaciones entre los "grupos étnicos" que sugeríamos en el punto anterior: no son espacios separados que se cruzan en un punto conflictivo, sino espacios que se configuran y reproducen a través de las relaciones mutuas (el "grupo étnico" sólo "existe " como tal cuando se relaciona con "otro grupo"). Los "inmigrantes" no son algo distinto a la "sociedad", sino que ya forman parte de ella, sólo que participan en ella desde una posición social determinada. Por otra parte, el énfasis en la "integración de los migrantes" puede cerrar excesivamente nuestra mirada acerca de las contradicciones de nuestra sociedad, suponiendo que provienen "de fuera"; si seguimos el camino inverso, bastante más fructífero, la mirada sobre las migraciones puede mostrarnos las contradicciones de nuestra sociedad que allí se manifiestan y se expresan, como en el espejo de la madrastra. Así pues, en último término no son "los inmigrantes" los que se integran: es la sociedad misma la que se integra en tanto se va transformando al hilo de sus contradicciones y disfunciones, que van mucho más allá de las cuestiones migratorias.

4. ¿Integración "de las culturas" o integración "de las personas"?

Resulta sorprendente cómo cualquier debate acerca de la integración, aunque su contexto sea el del mercado de trabajo o el de el acceso a la educación, termina derivando casi irremisiblemente hacia la discusión acerca de las "culturas", las posibilidades del "multiculturalismo", el problema de si las "culturas" son o no compatibles, pueden "convivir" o pueden "fusionarse" o si las "civilizaciones" chocan o forman "alianzas". Las "culturas" son siempre representaciones mentales imaginarias, esencialistas, elaboradas y elevadas, consideradas como bloques, altamente elaboradas, idealizadas o demonizadas, generales o abstractas; es decir, Teología pura. Como aquellas antiguas guerras que se produjeron en el pasado aparentemente sobre cuestiones teológicas que supuestamente habitaban en el mundo de las Ideas, a primera vista intrascendentes para la vida de la gente. Sobre esta pantalla de cine proyectamos miedos, ansiedades, y contradicciones sociales, pero lo hacemos de un modo distorsionado, imaginario, inventando dioses y demonios. Las "civilizaciones" libran batallas épicas en universos platónicos mientras nosotros seguimos con nuestra vida cotidiana. Así, nos distanciamos de los problemas reales de la gente. Alguien puede despotricar frente a los "moros" que "no se integran" e incluso llevarse bien con los "moros" de carne y hueso que conoce (aunque ese mundo imaginario puede terminar estallando por algún sitio): ellos son la "excepción", el "matiz" a esa intranquilidad generalizada expresada en sus mitos sobre la invasión de los bárbaros. Lo que "existen" no son las "culturas" sino las personas de carne y hueso y su mundo de relaciones sociales. Los problemas pueden ser muy reales, pero por eso mismo es apropiado situarlos en el mundo real.

5. ¿Integración "psico-cultural" o integración "socioeconómica"?

Debido al proceso señalado en el punto anterior, la "integración" se percibe como un problema "cultural", de contraste de "culturas" que chocan, de mundos de significados incompatibles; en este contexto, lo que "tiene que hacer" el inmigrante es adaptarse individualmente a esta situación y, por medio de su esfuerzo individual y fuerza de voluntad, abandonar las pautas culturales inadmisibles. En mi opinión, aunque el lenguaje y otros códigos de significado condicionan mucho la interacción social, es más apropiado considerar la "cultura" en la mayoría de los casos como un producto de las relaciones sociales, comunicativas y económicas reales entre personas de carne y hueso. "No es la conciencia de las personas lo que determina su existencia, sino su existencia social lo que determina su conciencia". Cuando nos centramos en estas batallas imaginarias entre culturas o en el nivel de la adaptación individual, se nos olvidan los aspectos de la vida social que condicionan y determinan la convivencia real. ¿Dónde trabajan los inmigrantes? ¿Con quién lo hacen? ¿En qué puestos? ¿Con qué relaciones de subordinación? ¿Hay división del trabajo interétnica? ¿Dónde viven? ¿En qué barrios? ¿Con qué vecinos? ¿En qué colegios estudian sus hijos y con quién? ¿A qué colegios huyen los autóctonos? ¿van los "inmigrantes" a la Universidad? ¿hay espacio para las relaciones "cara a cara" o las interacciones siempre están determinadas por la división del trabajo social? ¿Cuál es el acceso de los inmigrantes a los mercados de bienes y servicios en los que las personas configuran sus "identidades" al margen de sus trabajos alienantes? Es creíble la integración de quienes viven juntos, trabajan juntos, se divierten juntos o estudian juntos. Y esto no es una cuestión exclusivamente de "voluntad" individual sino de ciudadanía social (igualdad formal de derechos e igualdad sustancial de oportunidades). Lo demás vendrá por añadidura.

6. ¿Integración como "homogeneidad" o integración "en la diversidad"?

Este punto es mucho más conocido que los anteriores, pero no menos importante. Implícita o explícitamente, la "integración" se plantea a menudo como un asunto de asimilación en el sentido de eliminación de las diferencias. A menudo, la perspectiva se orienta sobre las diferencias más superficiales y más irrelevantes, que operan como símbolos en los que se concentra el desagrado. ¿Cuántas veces hemos escuchado que los Otros "no se integran" porque van vestidos con ropas distintas? Olvidamos que no vivimos en una sociedad donde todos "vistamos" igual, que hay innumerables diferencias en base a edad, género, clase social, tribu urbana o grupo de pertenencia o preferencias personales. Esta metáfora indica que, con inmigrantes o sin ellos las sociedades (post)modernas no son homogénas y es un sueño (o pesadilla) imposible tratar de conseguir que lo sean. Eso sí, gestionar apropiadamente la diversidad implica construir espacios de vida, de interacción social y de significación comunes y para eso es preciso, una vez más, combatir la exclusión social a través de la igualdad de derechos y de oportunidades vitales. Y con ese sustrato común, existirán múltiples adscripciones, identidades, preferencias, grupos. Porque en definitiva la asimilación parte de una noción falsa de "individuos aislados", perfectamente moldeables, fuerza pura de trabajo bruto, más madera para la máquina.

7. ¿Integración como "tolerancia" o integración como "convivencia"?

Cuando conseguimos co-rresponsabilizar a la sociedad de acogida en el reto de la integración, el peligro es que la cuestión se afronte exclusivamente desde la "tolerancia". La tolerancia no es otra cosa que soportar aquello que consideramos "malo" con la sana finalidad de evitar un mal mayor. Si nos quedamos ahí, aparece entonces el fantasma del multiculturalismo en el peor sentido de la palabra: tú en tu casa puedes hacer lo que quieras, que yo no pienso pisarla. Cuando ponemos el énfasis en la convivencia podemos aclarar algunas cosas: en primer lugar, descubrimos toleramos para poder convivir y que no toleramos aquello que nos impide convivir; en segundo lugar, cuando vivimos realmente en común, terminamos comprendiendo y aceptando algunas cosas que en principio sólo habíamos tolerado; en tercer lugar, la "convivencia" nos implica realmente en la vida de los demás y evita la reproducción de mundos separados: por supuesto, la convivencia puede provocar en un primer momento más problemas que la mutua ignorancia, pero en el fondo, esta opción es socialmente desintegradora en tanto en cuanto ya estamos, en cierto modo, viviendo juntos.

jueves, noviembre 06, 2008

INMIGRACIÓN Y ONG'S

El auge del prestigio social de las ONG's se produjo seguramente durante la década de los 90. Coincidió en el tiempo con toda una serie de fenómenos conectados entre sí que, como el propio "fenómeno ong" ya se habían ido desarrollando o al menos gestando durante la década anterior: el resurgir del neoliberalismo y de la desregulación del mercado, el conjunto complejo de elementos que caracterizamos como "globalización", el fin de la "guerra fría" y la derrota del bloque soviético (con todos sus efectos simbólicos y económicos), el consiguiente descenso de la ayuda oficial al desarrollo (cuando desaparece el peligro de que los "pobres" se vuelvan "comunistas"), la crisis de legitimidad de los partidos políticos y sindicatos, la privatización y externalización de los servicios públicos, etc. Por un lado, las ong's se volvieron "necesarias", para afrontar las nuevas contradicciones y disfunciones sociales del momento; por otro lado, durante un tiempo se consideraron como un nuevo espacio para la reconstrucción de las pautas de solidaridad y de participación de la gente en la vida social y en su transformación, en un momento en el que muchos ciudadanos activos contemplaban los partidos políticos y sindicatos como entidades burocráticas, esclerotizadas, colapsadas por sus jerarquías internas e incapacitadas para generar cambio social debido a la ley de hierro de la oligarquía y sus servidumbres hacia el sistema establecido.

Hoy en día, las ong's se han consolidado y eso las ha convertido en un elemento más del sistema social; han ido pasando los años y se han ido adaptando a su interacción con los demás elementos. Su prestigio ya no es ni mucho menos indiscutible y a estas alturas es evidente que globalmente ya no encarnan esas ¿ingenuas? esperanzas de transformación del mundo. Es el signo de la historia, los cambios nunca dejan el mundo igual de lo que estaba, pero siempre hay un cierto efecto pendular: la Revolución francesa "empezó" guillotinando al Rey y desembocó en el reinado imperial de Napoleón, heredero de la República. De manera similar, para sobrevivir y desarrollarse, las organizaciones no gubernamentales terminaron incorporándose en cierta medida a aquello que aparentemente combatían. Habíamos dicho que surgieron para afrontar las nuevas disfunciones del sistema, pero, al "curar" parcialmente algunos de sus males, terminaron por legitimar y reproducir al resto de los elementos (la desregulación, la privatización y subcontratación del servicio público, la reducción de la ayuda al desarrollo, etc.) y precisamente, esta "necesidad" de reproducción de las desigualdades sociales reduciendo disfunciones contribuyó al crecimiento y desarrollo de este "tercer sector".

A veces la propia denominación de "no gubernamentales" puede tener algo de paradójico; a largo plazo, su estructura organizativa depende de un personal "contratado" que inevitablemente termina desarrollando un interés propio. La estabilidad real de las relaciones de trabajo en estas empresas no lucrativas depende totalmente de las subvenciones obtenidas de los poderes públicos (o, en su caso, de los poderes privados). En el mejor de los casos, este fenómeno mina su independencia, orientando o centrando su actividad hacia lo que al poder público resulta interesante; aquellos con sueños de transformación o participación social pueden terminar aplazándolos indefinidamente, devorados por el "día a día". En el peor de los casos, las ong's pueden acabar como meras subcontratas del "Estado" o incluso como corporaciones de interés que parasitan recursos públicos justificando programas ineficaces a base de rellenar "papeleo". Los poderes públicos consiguen así desligarse parcialmente de su función de canalización de las disfunciones sociales, reduciendo costes y obteniendo una mayor flexibilidad y margen de maniobra para sus políticas. El problema es que con una multitud de pequeñas ong's en constante "competencia" por unos recursos escasos, la intervención social puede terminar resultando dispersa, con solapamientos inútiles y huecos por cubrir, y, por otra parte, incoherente, con principios y patrones contradictorios entre sí. Lógicamente, también hay elementos "positivos" de esta descentralización de las políticas públicas: la flexibilidad organizativa, la reducción -relativa- de la burocracia y, en muchos, la mayor cercanía a los usuarios debido a los perfiles de su "personal" pueden introducir elementos de calidad. No obstante, la precariedad de la situación laboral de este personal tiende también a minar progresivamente su motivación (y la "militancia" suele ser mala compañera del trabajo asalariado).

Me da la impresión de que este análisis global puede aplicarse también a la intervención de las ong's en materia de inmigración, en el bien entendido de que se trata de un análisis estructural, no de una valoración moral del mérito o demérito individual de las personas de "carne y hueso" que forman parte del entramado. El poder público presiona con fuerza para configurar estas organizaciones como entidades prestatarias de una serie servicios que esete poder no da directamente a los extranjeros, ni de un modo "normalizado" (es decir, no como extranjeros sino como personas) ni de un modo específico (atendiendo a sus peculiaridades). Con una cierta lógica perversa, la exclusión social de los extranjeros -vinculada en gran medida a la función que cumplen como infraclase trabajadora en la acumulación de capital-, termina haciéndose "socialmente sostenible" a través de estos servicios descentralizados financiados por el "Estado". Señaladamente, la relativa "invisibilidad" de derechos cívicos y sociales de los llamados "ilegales" no se hace peligrosa para el entramado social que explota su trabajo irregular gracias a esta atención limitada y paliativa que el "Estado" sólo presta de modo indirecto. Las organizaciones verdaderamente animadas por un espíritu de reivindicación, participación ciudadana y transformación social siguen esforzándose en ello, pero terminan viviendo una escisión esquizofrénica entre su propio discurso y la realidad cotidiana, condicionada por la función que cumplen en la reproducción del sistema. Como dijo el que en Parapanda llaman el "barbudo de Tréveris", no es la conciencia de las personas lo que determina su existencia sino su existencia social lo que determina su conciencia.

Por supuesto, hay un espacio para la reivindicación y esto no está del todo mal. Gracias a eso se escucha una voz xenófila (favorable a los extranjeros) en diversos foros públicos. Pero tiende a ser jsutamente el espacio permitido por las reglas del juego. Es decir, el espacio suficiente para legitimar las políticas públicas a través de la imagen del "diálogo" y de la toma en consideración de intereses diversos a través de estructuras descentralizadas. En suma, el "diálogo social" en una democracia pluralista. Lo que no es negativo, pero marca unas fronteras de lo "institucionalmente correcto". Está bien que nos recuerdes el interés de los extranjeros, pero no hace falta que te "desmadres".

Todo esto puede parecer una crítica demoledora, cínica, desesperante. Si los partidos generalmente no se ocupan de quien no puede votar, los sindicatos tienen dificultades para integrar a los outsiders de la clase obrera y las ong's se dedican a suplir las carencias de un Estado social insuficiente, ¿no hay nada que hacer? Hemos aprendido que toda sociedad tiene sus contradicciones. Ahora, en el otoño de la idealización de las ong's tenemos que asumir que toda organización humana también. Sin embargo, las sociedades y las organizaciones evolucionan, se transforman, precisamente al hilo de sus contradicciones y disfunciones; no exactamente como estaba previsto en nuestros planes, pero si no hubiéramos hecho planes, no hubiera pasado nada. Para ser (modestos) protagonistas de la historia de nuestra sociedad y de nuestras organizaciones basta con encontrar nuestro sitio, que nunca va a ser del todo cómodo; localizar las contradicciones, analizarlas y hacer planes de batalla. Y luego abrazarnos a estas contradicciones y lanzarnos al vacío de la incertidumbre. Lo que haya de ser será distinto de aquello que imaginábamos, pero lo importante es que estuvimos allí.