TOMÁS MORO: Utopía
Imaginad que un día nos levantamos por la mañana y resulta que todos los extranjeros han desaparecido sin dejar ningún rastro. Aquí en provincias no lo notaríamos inmediatamente, pero en los cinturones de las grandes ciudades probablemente se palparía un extraño vacío en las calles, los autobuses, los metros y los colegios. El efecto en nuestra economía de esa hipotética desaparición repentina de más de cuatro millones de trabajadores y consumidores sería, sin duda, devastador. No me parece ninguna casualidad que los últimos años de "bonanza económica" en España hayan coincidido con un incremento espectacular de la inmigración; no ha habido sólo un efecto salida, sino también un efecto llamada del mercado de trabajo. Como aquí hablo un poco de todo sin saber, voy a intentar pelearme con la dimensión económica de este fenómeno.
Es evidente que los "inmigrantes" cuentan -y mucho- como consumidores; no sólo alquilan viviendas, sino que ya también las compran, y asimismo consumen muchos otros bienes y servicios de todo tipo; de hecho, incluso hay empresas o actividades que aletean en torno al mundo de la migración como nicho económico (las remesas, las comunicaciones internacionales, ese estante en el supermercado con productos latinoamericanos que se dirige preferentemente a ellos, etc.) Sin embargo, el efecto económico "positivo" más patente de la presencia de los migrantes es el aporte de su fuerza de trabajo; lo que buscaba nuestra economía era -básicamente- trabajadores: a su vez, la respuesta de los migrantes ha permitido que la economía siguiera creciendo y siguiera llamando más trabajadores. No obstante, el panorama es muy distinto al que vivieron los emigrantes españoles que marcharon a Alemania, Francia o Suiza hace unas décadas y que fueron llamados expresamente para satisfacer los intereses de las economías de estos países.
Uno de los problemas que tienen los mercados de trabajo de las sociedades postindustriales es lo que se conoce como el "mal de coste de Baumol". Sucede que en muchas actividades económicas, normalmente del sector servicios y en actividades prestadas de manera personal, se hace un uso muy intensivo del factor trabajo, por la propia naturaleza de estas actividades. Ello implica que el crecimiento de productividad derivado del progreso tecnológico es muy reducido y que el valor añadido de cada unidad de trabajo es muy escaso. Así, para que la inversión de capital resulte rentable, es "necesario" mantener unos costes sociales muy bajos.
Si el mercado de trabajo de estas actividades se desregula, entonces los salarios para estos puestos serán relativamente bajos y las condiciones de trabajo relativamente malas; al margen de las consecuencias sobre la vida de las personas, esto puede implicar también que en un momento dado nadie quiera realizar estas tareas y los servicios desaparezcan. Por otro lado, si el mercado se controla, manteniendo los salarios altos, por una parte se incrementarán las tasas de desempleo, porque desaparecerán o dejarán de aparecer estos puestos; por otra parte, el precio de los servicios se elevará, de manera que mucha gente no podrá permitírselos, especialmente si está en desempleo, lo que puede implicar efectos secundarios sobre la economía (por ejemplo, la disponibilidad de empleo doméstico, las guarderías e incluso la restauración pueden afectar a la integración de la mujer en el mercado de trabajo.) Al margen de las posibilidades de intervención estatal, mediante la subvención o la prestación de "servicios públicos", las sociedades postindustriales parecen estar arrastradas a una difícil decisión -planteada aquí en términos burdos y poco matizados- entre mercados desregulados con altas tasas de empleo (como en EEUU) o mercados regulados con altas tasas de desempleo (al estilo de la Europa continental.)
Sospecho que en toda esta problemática se esconde la raíz de la "llamada". Los migrantes han servido como una especie de "válvula de escape" de la economía, los "carniceros de Utopía" que hacen el trabajo sucio para que el sistema siga funcionando. Así, se ha conseguido que los niveles de empleo de los nacionales suban, sin que estos asuman el lado más duro de la precariedad. No se trata, por supuesto de ninguna "conspiración" consciente, sino del resultado global e impersonal de toda una serie de causas y efectos producidos por la acción separada de individuos y grupos. Ocupando los puestos de escaso valor añadido y soportando condiciones de trabajo comparativamente penosas, los migrantes han permitido que la economía y los sectores que hacen un uso más intensivo del factor trabajo sigan creciendo; este crecimiento ha permitido la creación de muchos otros puestos de trabajo en estos sectores, la reactivación de otros sectores y al mismo tiempo, ha permitido que el precio de estos servicios sea accesible a un mayor número de ciudadanos -un ejemplo claro es el del servicio doméstico-, produciendo mayores niveles de bienestar. Así, el fenómeno ha revertido en gran medida en beneficio de los ciudadanos españoles. Aunque, desde luego, lo que ha aumentado desmesuradamente en este período de bonanza económica ha sido el beneficio empresarial (o, para ser justos, los beneficios empresariales de algunos, dado que quizás deberían desagregarse los resultados globales.) Al mismo tiempo, seguramente también por otras razones, el crecimiento de los salarios ha sido débil en comparación con la subida de los precios.
Para comprender este proceso de reestructuración es preciso detenerse en las diversas formas por las que se articula esta redistribución de los empleos. ¿Aceptan los migrantes los trabajos que "nadie quiere"? ¿"Nadie quiere" los trabajos que aceptan los migrantes? ¿Por qué? ¿Cómo se mantiene la precariedad entre los españoles y en qué se diferencia? Lo veremos en la próxima entrada, que quizás esta vez tardará más de una semana en nacer, porque tengo que ocuparme de otras cosas. Hasta entonces, pues.
Es evidente que los "inmigrantes" cuentan -y mucho- como consumidores; no sólo alquilan viviendas, sino que ya también las compran, y asimismo consumen muchos otros bienes y servicios de todo tipo; de hecho, incluso hay empresas o actividades que aletean en torno al mundo de la migración como nicho económico (las remesas, las comunicaciones internacionales, ese estante en el supermercado con productos latinoamericanos que se dirige preferentemente a ellos, etc.) Sin embargo, el efecto económico "positivo" más patente de la presencia de los migrantes es el aporte de su fuerza de trabajo; lo que buscaba nuestra economía era -básicamente- trabajadores: a su vez, la respuesta de los migrantes ha permitido que la economía siguiera creciendo y siguiera llamando más trabajadores. No obstante, el panorama es muy distinto al que vivieron los emigrantes españoles que marcharon a Alemania, Francia o Suiza hace unas décadas y que fueron llamados expresamente para satisfacer los intereses de las economías de estos países.
Sabemos que ahora vivimos en una sociedad postindustrial, en la que han desaparecido gran parte de los empleos de la industria tradicional. Seguramente, un gran número de empleos industriales se han perdido debido a las ganancias de productividad que implica el progreso tecnológico, que exigen una menor intensidad del uso del trabajo. Otro factor importante de "desindustrialización" es la deslocalización de la producción industrial, normalmente hacia el llamado "Tercer Mundo" en búsqueda de reducciones significativas de costes (sociales, medioambientales, burocráticos, etc.) En cambio, la importancia de los servicios sigue creciendo. La población demanda un buen número de servicios, en mayor medida cuanto mayores son sus niveles relativos de bienestar; muchos de estos servicios se prestan personalmente, en condiciones de proximidad y por tanto no se pueden deslocalizar. Se mantienen también los negocios "pegados a la tierra", la agricultura (aunque sus productos sí que pueden importarse en cierta medida) y la construcción, que sigue siendo, de momento, el principal motor de nuestra economía. Muchas de estas actividades económicas, especialmente aquellas que hacen un uso más intensivo del factor trabajo (construcción, hostelería, servicio doméstico, agricultura...) y que por eso mismo concentran gran parte de los empleos, se "pueblan" entonces de inmigrantes; parece claro que estamos ante la otra cara de la "globalización".
Uno de los problemas que tienen los mercados de trabajo de las sociedades postindustriales es lo que se conoce como el "mal de coste de Baumol". Sucede que en muchas actividades económicas, normalmente del sector servicios y en actividades prestadas de manera personal, se hace un uso muy intensivo del factor trabajo, por la propia naturaleza de estas actividades. Ello implica que el crecimiento de productividad derivado del progreso tecnológico es muy reducido y que el valor añadido de cada unidad de trabajo es muy escaso. Así, para que la inversión de capital resulte rentable, es "necesario" mantener unos costes sociales muy bajos.
Si el mercado de trabajo de estas actividades se desregula, entonces los salarios para estos puestos serán relativamente bajos y las condiciones de trabajo relativamente malas; al margen de las consecuencias sobre la vida de las personas, esto puede implicar también que en un momento dado nadie quiera realizar estas tareas y los servicios desaparezcan. Por otro lado, si el mercado se controla, manteniendo los salarios altos, por una parte se incrementarán las tasas de desempleo, porque desaparecerán o dejarán de aparecer estos puestos; por otra parte, el precio de los servicios se elevará, de manera que mucha gente no podrá permitírselos, especialmente si está en desempleo, lo que puede implicar efectos secundarios sobre la economía (por ejemplo, la disponibilidad de empleo doméstico, las guarderías e incluso la restauración pueden afectar a la integración de la mujer en el mercado de trabajo.) Al margen de las posibilidades de intervención estatal, mediante la subvención o la prestación de "servicios públicos", las sociedades postindustriales parecen estar arrastradas a una difícil decisión -planteada aquí en términos burdos y poco matizados- entre mercados desregulados con altas tasas de empleo (como en EEUU) o mercados regulados con altas tasas de desempleo (al estilo de la Europa continental.)
Sospecho que en toda esta problemática se esconde la raíz de la "llamada". Los migrantes han servido como una especie de "válvula de escape" de la economía, los "carniceros de Utopía" que hacen el trabajo sucio para que el sistema siga funcionando. Así, se ha conseguido que los niveles de empleo de los nacionales suban, sin que estos asuman el lado más duro de la precariedad. No se trata, por supuesto de ninguna "conspiración" consciente, sino del resultado global e impersonal de toda una serie de causas y efectos producidos por la acción separada de individuos y grupos. Ocupando los puestos de escaso valor añadido y soportando condiciones de trabajo comparativamente penosas, los migrantes han permitido que la economía y los sectores que hacen un uso más intensivo del factor trabajo sigan creciendo; este crecimiento ha permitido la creación de muchos otros puestos de trabajo en estos sectores, la reactivación de otros sectores y al mismo tiempo, ha permitido que el precio de estos servicios sea accesible a un mayor número de ciudadanos -un ejemplo claro es el del servicio doméstico-, produciendo mayores niveles de bienestar. Así, el fenómeno ha revertido en gran medida en beneficio de los ciudadanos españoles. Aunque, desde luego, lo que ha aumentado desmesuradamente en este período de bonanza económica ha sido el beneficio empresarial (o, para ser justos, los beneficios empresariales de algunos, dado que quizás deberían desagregarse los resultados globales.) Al mismo tiempo, seguramente también por otras razones, el crecimiento de los salarios ha sido débil en comparación con la subida de los precios.
Para comprender este proceso de reestructuración es preciso detenerse en las diversas formas por las que se articula esta redistribución de los empleos. ¿Aceptan los migrantes los trabajos que "nadie quiere"? ¿"Nadie quiere" los trabajos que aceptan los migrantes? ¿Por qué? ¿Cómo se mantiene la precariedad entre los españoles y en qué se diferencia? Lo veremos en la próxima entrada, que quizás esta vez tardará más de una semana en nacer, porque tengo que ocuparme de otras cosas. Hasta entonces, pues.