-Cuando “yo” utilizo una palabra –replicó Humpty Dumpty en tono desdeñoso- significa lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos.
-La cuestión es –prosiguió Alicia –si puedes hacer que las palabras signifiquen cosas diferentes.
-La cuestión es –prosiguió Alicia –si puedes hacer que las palabras signifiquen cosas diferentes.
-La cuestión es –dijo Humpty Dumpty- saber quién manda; eso es todo.
Siempre que encuentro excusa (y de manera un poco compulsiva), me gusta citar el diálogo entre Humpty Dumpty y Alicia, en A través del espejo. La negociación sobre el significado de las palabras es, a menudo, una cuestión de relaciones de poder: la cuestión es saber quién manda. La palabra "integración", referida a las migraciones opera a veces como un poderoso símbolo que conecta la realidad social con nuestros deseos y con nuestros miedos y por tanto nos conviene apoderarnos del término como el brujo que conoce el nombre verdadero de un demonio.
Así, a veces se hace que la palabra, simplemente, no signifique nada. Opera simplemente como una especie de invocación sagrada o de mantra sedante que nos tranquiliza un poco, conecta ambiguamente con aspiraciones no definidas e incluso puede producir una apacible sensación de consenso entre los interlocutores. Otras veces, hacemos (los migrantes, los autóctonos, etc.) que su significado coincida directamente con nuestros intereses. Como las relaciones de poder entre unos y otros grupos son desiguales, ello implica habitualmente que la palabra pierda su sentido bilateral (unir partes diversas para constituir un nuevo todo unitario) y se convierta en una máscara políticamente correcta de la "asimilación", término que en otros tiempos estaba muy en boga y ahora no se considera moderno ni respetable. La asimilación nos produce mala conciencia, no sabemos muy bien por qué, así que enarbolamos la bandera de la integración para conectar con nuestros miedos y deseos, que a veces nos piden asimilación pura y dura; un hermoso circunloquio para llegar al punto de partida. En otras entradas nos ocuparemos más detalladamente de este proceso; de hecho, gran parte de este blog se dedicará a las mil caras de la integración. Hoy nos basta con constatar que es una noción en la que tenemos que profundizar, siendo conscientes de su uso interesado y en señalar, asimismo, que además de esta cuestión de la unilateralidad o bilateralidad, cuando hablamos de integración podemos estar haciendo referencia a cosas diferentes, pero íntimamente relacionadas:
-Integración socio-jurídica.- Implica la concesión o el reconocimiento a los extranjeros o inmigrantes de determinados derechos y deberes ciudadanos (especialmente, derechos fundamentales). Aquí el protagonismo lo tiene la sociedad de acogida, pero al mismo tiempo la actitud de los extranjeros en el ejercicio de estos derechos y en el cumplimiento de los deberes es vital.
-Integración socio-económica.- Implica el acceso de los extranjeros a los bienes y servicios que proporcionan bienestar a los ciudadanos. Siguiendo a Esping-Andersen, en las sociedades actuales, las instituciones que proporcionan bienestar son especialmente los mercados, la familia y el Estado. Cada una de estas instituciones merece ser examinada con detalle desde la óptica de los extranjeros.
-Integración socio-cultural.- Implica procesos de cambio cultural que se llevarían a cabo en el seno de los grupos migrantes y de las sociedades de acogida para minimizar el conflicto, canalizar las disfunciones sociales derivadas de éste y proporcionar una convivencia pacífica.
Este último tipo es seguramente el más delicado y el que necesita una mayor definición. Frecuentemente, cuando se habla de "integración" se está haciendo referencia a esta dimensión cultural, a menudo olvidando sus importantes conexiones con la integración jurídica y con la integración económica (volvemos al mantra marxista de que es la existencia social lo que determina la conciencia, aunque sea sólo para creérnoslo a medias). Además, debido a las desigualdades de poder, se considera sólo de manera unilateral, escondiendo el fantasma de la asimilación cultural de los migrantes. A ello se añaden visiones distorsionadas de la sociedad de acogida, que la contemplan como un todo homogéneo y correlaciones ilusorias entre los rasgos que se pretenden irrenunciables para la sociedad de acogida y otros rasgos que son menos relevantes.
Esta búsqueda de la asimilación me parece éticamente reprochable y contraria al pluralismo con el que se definen nuestros Estados en sus constituciones. Pero es que además es imposible (como lo es, en realidad, la asimilación de la propia sociedad de acogida sin migrantes a un modelo ideal). Lo veremos en próximos capítulos.
Así, a veces se hace que la palabra, simplemente, no signifique nada. Opera simplemente como una especie de invocación sagrada o de mantra sedante que nos tranquiliza un poco, conecta ambiguamente con aspiraciones no definidas e incluso puede producir una apacible sensación de consenso entre los interlocutores. Otras veces, hacemos (los migrantes, los autóctonos, etc.) que su significado coincida directamente con nuestros intereses. Como las relaciones de poder entre unos y otros grupos son desiguales, ello implica habitualmente que la palabra pierda su sentido bilateral (unir partes diversas para constituir un nuevo todo unitario) y se convierta en una máscara políticamente correcta de la "asimilación", término que en otros tiempos estaba muy en boga y ahora no se considera moderno ni respetable. La asimilación nos produce mala conciencia, no sabemos muy bien por qué, así que enarbolamos la bandera de la integración para conectar con nuestros miedos y deseos, que a veces nos piden asimilación pura y dura; un hermoso circunloquio para llegar al punto de partida. En otras entradas nos ocuparemos más detalladamente de este proceso; de hecho, gran parte de este blog se dedicará a las mil caras de la integración. Hoy nos basta con constatar que es una noción en la que tenemos que profundizar, siendo conscientes de su uso interesado y en señalar, asimismo, que además de esta cuestión de la unilateralidad o bilateralidad, cuando hablamos de integración podemos estar haciendo referencia a cosas diferentes, pero íntimamente relacionadas:
-Integración socio-jurídica.- Implica la concesión o el reconocimiento a los extranjeros o inmigrantes de determinados derechos y deberes ciudadanos (especialmente, derechos fundamentales). Aquí el protagonismo lo tiene la sociedad de acogida, pero al mismo tiempo la actitud de los extranjeros en el ejercicio de estos derechos y en el cumplimiento de los deberes es vital.
-Integración socio-económica.- Implica el acceso de los extranjeros a los bienes y servicios que proporcionan bienestar a los ciudadanos. Siguiendo a Esping-Andersen, en las sociedades actuales, las instituciones que proporcionan bienestar son especialmente los mercados, la familia y el Estado. Cada una de estas instituciones merece ser examinada con detalle desde la óptica de los extranjeros.
-Integración socio-cultural.- Implica procesos de cambio cultural que se llevarían a cabo en el seno de los grupos migrantes y de las sociedades de acogida para minimizar el conflicto, canalizar las disfunciones sociales derivadas de éste y proporcionar una convivencia pacífica.
Este último tipo es seguramente el más delicado y el que necesita una mayor definición. Frecuentemente, cuando se habla de "integración" se está haciendo referencia a esta dimensión cultural, a menudo olvidando sus importantes conexiones con la integración jurídica y con la integración económica (volvemos al mantra marxista de que es la existencia social lo que determina la conciencia, aunque sea sólo para creérnoslo a medias). Además, debido a las desigualdades de poder, se considera sólo de manera unilateral, escondiendo el fantasma de la asimilación cultural de los migrantes. A ello se añaden visiones distorsionadas de la sociedad de acogida, que la contemplan como un todo homogéneo y correlaciones ilusorias entre los rasgos que se pretenden irrenunciables para la sociedad de acogida y otros rasgos que son menos relevantes.
Esta búsqueda de la asimilación me parece éticamente reprochable y contraria al pluralismo con el que se definen nuestros Estados en sus constituciones. Pero es que además es imposible (como lo es, en realidad, la asimilación de la propia sociedad de acogida sin migrantes a un modelo ideal). Lo veremos en próximos capítulos.
2 comentarios:
En la definición de las palabras nos jugamos la convivencia. Edward Said, en uno de sus últimos escritos, entendía que el tan cacareado «choque de civilizaciones» habría que concebirlo más bien como un «choque de definiciones». La integración y no asimilación debe ser uno de los pilares de una política migratoria coherente con los derechos humanos.
Quería en primer lugar felicitar al autor de este blog, al que tengo la suerte de conocer. Me gusta la idea y aportaré mi granito de arena. La integración, como dice Antonio, no es más que una máscara edulcorada de la asmilación, que es el modelo que realmente se aplica a pesar de su ocultación vergonzante. Pero yo añadiría algo más: cuando hablamos de integrar a los inmigrantes en nuestra sociedad, parece que nos olvidamos de los grandes agujeros negros de desintegración que ya tenemos con o sin inmigrantes. Dicho de otra forma, ¿qué entendemos por integración? ¿Acceder al trabajo y a unos bienes de consumo mínimos? Pues, sólo con este parámetro, tenemos unos cuantos millones de españoles desintegrados, claro que con DNI.Claro que esto no tiene nada de particular porque para la vieja teoría conservadora, en un estado libre y democrático "todos tenemos las mismas oportunidades" de lo que se deduce que aquellos que no llegan o se quedan en el camino es que se han desviado a causa de algún vicio censurable. Hablando en plata, son pobres porque son vagos, no estudian porque son torpes, están discriminados porque ellos se autodiscriminan. Etc.
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