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miércoles, octubre 04, 2006

NO SE INTEGRAN... (V) EL AUCTÓCTONO IMAGINARIO

El segundo "tropo" del que quería hablar no se ve tan claro en el discurso de Hernando de Talavera, ni es tan significativo en él, pero no está ausente. Cuando el clérigo invitaba a los ex-musulmanes granadinos a parecerse en todo a los cristianos (en el hablar, en el vestir, en el cocinar en el andar...) estaba construyendo un cristiano imaginario, suponiendo erróneamente que todos los cristianos del mundo -o al menos los castellanos- hablaban, vestían, andaban y cocinaban de la misma manera. Hoy los europeos vivimos en sociedades mucho más plurales y heterogéneas y donde, de hecho, la "integración" de los auctóctonos a veces deja mucho que desear, como comentaba Francisco en otra entrada. Nuestros sueños imposibles de homogeneidad, o al menos nuestras aspiraciones de integración, paz social, convivencia, etc. las proyectamos sobre un español (por ejemplo) imaginario, un hombre de paja, un tronco vestido de nuestros anhelos de unidad que creemos maltrechos por la "invasión". Un español "ideal", más papista que el Papa que no se parece demasiado a nosotros y que ponemos de modelo de integración para los Otros.
Así, por ejemplo, de vez en cuando alguien propone que los extranjeros residentes en Cataluña, para estar integrados tienen que hablar catalán. Está claro que tal capacidad es algo muy bueno y útil en un territorio donde esta lengua se habla a menudo, muchas veces como lengua principal, y con reconocimiento institucional. Pero cifrar la integración de los extranjeros en el dominio del catalán es una cosa muy distinta, ya que, como todo el mundo sabe, aún hay muchos españoles residentes en esta comunidad que no lo manejan bien.
¿A quién tienen que parecerse los extranjeros? ¿Al español típico? ¿Y cómo es el español típico? Lo mismo si nos examinan a los nacionales, más de uno y más de dos acabamos de apátridas. En realidad, el mismo argumento puede aplicarse a casi todos los requerimientos. Incluso una exigencia tan razonable como "el cumplimiento de la ley" parece una justificación muy débil si se basa en la integración a la "españolidad". Cierto es que en las sociedades plurales y heterogéneas como la nuestra, la ley se usa como una especie de "mínimo común múltiplo" moral; pero también es cierto que, en la práctica, el respeto a grandes sectores de la ley (justificado o no, ahí no entramos) deja mucho que desear. ¿Tienen que adaptarse los europeos del este a la informalidad típicamente mediterránea, para ser como nosotros (si tales estereotipos tienen sentido)? ¿Serán unos inadaptados los extranjeros que consuman drogas ilegales en un país donde el consumo de cocaína parece alcanzar records mundiales? ¿Se integran en la sociedad los vendedores del top-manta, que hacen su agosto con los compradores españoles que no disponen del e-mule? ¿Se integran los que trabajan ilegalmente al servicio de empresarios españoles que ilegalmente los contratan?
Mucho cuidado. El camino que estábamos recorriendo no parecía concedernos demasiadas oportunidades de escapar y ahora todos estos argumentos parecen sofismas para arrastraros a un callejón sin salida y robaros la cartera. No es mi intención dejar el problema sin resolver y sucumbir al vacío de los nihilistas, tan irresponsables como los catastrofistas. Tampoco pretendo olvidar el tema de la integración ni que toda la reflexión anterior sea inútil (o no la habría hecho). Pero sí que creo que en este punto es necesario un replanteamiento, para tratar el tema sin idealizaciones de la inescrutable esencia patria.
Así pues, en primer lugar, creo que la integración no sólo es bilateral, sino que además es un proceso global, que afecta a la sociedad en su conjunto. Procurar la integración social en sentido amplio para evitar la fractura y proporcionar un cierto equilibrio es conveniente y necesario. Pero todos a la vez, no basta con proyectar el sueño de la integración sobre un "tronco vestido" de español integrado que no conoce ni su madre. Eso sí, habrá que estar atentos a las peculiaridades de los problemas de integración de los extranjeros en la medida en la que -contemplados sin prejuicios- resulten de tal singularidad que exijan acciones específicas y diferenciadas. Tenemos que integrarlos, tienen que integrarse, tenemos que integrarnos. La igualdad, cuando sea posible, se convierte entonces en una premisa de la integración (por ejemplo, se exigirá a los extranjeros que cumplan la ley en las mismas condiciones que a los españoles); la prohibición de discriminación, un mínimo para funcionar, como veremos.
En segundo lugar, cuando hablemos específicamente de los aspectos "socioculturales" de la integración, a lo que -en suma- nos estaremos refiriendo es a problemas de convivencia intercultural. Problemas que, por cierto, no se refieren sólo a los extranjeros y que aprenderemos a gestionar mejor cuando nos quitemos la venda de los ojos que los medios de comunicación nos han puesto sin querer. ¿Otro eslogan barato sin contenido? ¿Un producto nuevo ante la crisis del concepto de multiculturalismo? Bueno, para llegar a esa palabra nos harán falta algunas entradas más.
De momento, si los duendes lo permiten, cambiaré el tercio del blog en la próxima y me pondré a cantar un poco...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Eso del "mínimo común múltiplo" me ha hecho gracia... y es que lo que yo siempre he pensado acerca de las reglas que se necesitan para que una sociedad multicultural viva en armonía es algo parecido. Aunque el concepto de mínimo común múltiplo sugiere "lo que tengamos todos en común", y eso no es siempre de aplicación llevado a términos socioculturales (que pueden tener bien poco en común).

En mi caso, yo soy de la opinión de que la ley debe ser algo parecido a ese mínimo común múltiplo. Un país (como entidad mínima de colectividad sociocultural) debe tener unas leyes que sirvan de marco para la correcta convivencia de las personas que viven dentro de sus fronteras, independientemente de la cultura y religión del ciudadano. Esto significa, por supuesto, que si yo resulto ser un adorador de satán (póngase aquí cualquier otro dios/espíritu/ente) y que mi religión me exige el sacrificio de un recién nacido al menos una vez al año (póngase aquí cualquier otra atrocidad al gusto), no tenga cabida en dicha sociedad. Y sí, sé perfectamente que las leyes las hacen los ciudadanos y que derivan directamente de la cultura, costumbres y religión que practican, por eso soy partidario de que la ley debe ser revisada en las sociedades actuales para ser algo más abierta y se aleje un poco de los postulados claramente influenciados por cosas como la religión o "lo que es costumbre".

El resto es vive y deja vivir. Si no me afecta a mi, o al país en general, que un musulman tenga que rezar 5 veces al día en dirección a la Meca, o que ayune durante el día en determinado mes del año, o que tenga tres esposas, ¿por qué no permitirlo?... por poner ejemplos de musulmanes, que son el colectivo más rechazado en este momento.

En definitiva: existen costumbres culturales y/o religiosas perfectamente tolerables y compatibles, por muy ajenas e incomprensibles que parezcan a miembros de otra cultura; también existen otras que pueden resultar incómodas o molestas a otras culturas, pero que cada indivíduo quizá podría hacer el esfuerzo de ignorar (si son ajenas) o reprimir (si son propias) en aras de la buena convivencia; y finalmente habrán algunas que directamente la ley del país no puede tolerar porque en dicho país se las considera delito o falta (y en este caso la ley debe estar hecha con gran independencia de consideraciones religiosas o culturales).

Antonio Álvarez del Cuvillo dijo...

Efectivamente, es muy importante el papel que la ley desempeña en nuestras sociedades plurales, como "mínimo común múltiplo" (mínimo exigible aunque no se verifique) de convivencia; así sucede en el esquema liberal clásico y se mantiene en la catualidad. Esto es, se admite que los individuos (las personas, fuera del liberalismo clásico) son diversos y persiguen fines diferentes. Así que la ley no sólo opera como un sistema de regulación y organización, sino que desempeña un papel simbólico de punto de referencia valorativo cuando ya no se acepta el caracter totalitario de los valores. Ante la fragmentación de la moral única todos terminamos recurriendo a la ley como mecanismo de homogeneización mínimo para la convivencia. Tu planteamiento está cercano a lo que yo pretendía durante todo este argumento: hay que centrarse en lo que verdaderamente nos importa. Nos importa que los "ciudadanos" (latu sensu) no mutilen sexualmente a las mujeres, no nos importa que recen a quien les parezca.

Sólo quería decir que cifrar la integración de los extranjeros en el cumplimiento de la ley, aunque sea tentador, es una nueva ilusión, dado que los auctóctonos incumplimos la legislación vigente a diario. Así que como fundamento legitimador es muy débil. Eso no quiere decir que no se pueda exigir a los extranjeros el cumplimiento de la ley (también se puede exigir a los españoles entonces).

Conscientes de eso, muchos pensadores olvidan la ley y se centran en la Constitución. Así Habermas y ese nuevo patriotismo que pretende construir ante la crisis de las naciones (los nuevos replanteamientos nacionales son los últimos coletazos de un concepto ya casi inútil). No es preciso señalar que la Constitución tampoco es aceptada en su totalidad por todos los españoles. O bien en los Derechos Humanos.

Es importante repensar cuál es el origen y fundamento de los Derechos Humanos y cómo pueden operar como factor de delimitación de lo "intolerable". Pero eso lo veremos en otras entradas.