Hasta fechas recientes se consideraba infranqueable la cifra de 39 de millones de personas para la población de España. De hecho, las previsiones que realizaba el Instituto Nacional de Estadística (INE) señalaban que para el 2050 el número de habitantes en el territorio español habría entrado en franco retroceso, situándose por debajo de los 34 millones de personas. Sobre esta base se negoció la representación española en Europa a finales del 2000, que figura en el Tratado de Niza de febrero de 2001. Sin embargo, los datos que aparecieron en el censo de 2001, confirmaron la tendencia alcista que se observo en los aportados por el Padrón Continuo del año 2000, que indicaban que se habían superado los 40 millones. Este aumento se ha constatado en la continuación de la serie del Padrón Continuo, que para 2005 marcaba más de 44 millones de habitantes, y que según las hipótesis del INE daría pie a que para el año 2050 se hubiese superado ampliamente la barrera de los 50 millones.
La integración española en el seno de la Unión Europea (UE) en 1986, por aquel entonces Comunidad Económica Europea (CEE), supuso el punto de partida para la adquisición del atractivo de cara a los contingentes foráneos, que se vio incrementado por la adhesión al tratado de Schengen en 1991, al entrar en el espacio europeo de libre circulación de personas, que entro en vigor el 26 de marzo de 1995. De este modo, se ha facilitado la llegada de personas miembros de otros países de la UE –incluidos los nuevos miembros-, que en el caso andaluz han visto en numerosas ocasiones el lugar adecuado para establecer su residencia tras su jubilación, en especial en los países más ricos; mientras que los de más reciente incorporación han podido pasar a conseguir un trabajo.
Sin embargo, la política europea no se ha esforzado tanto en conseguir unas directrices comunes de migración y asilo, que de hecho no existen, como en impermeabilizar lo que se ha denominado la ‘Fortaleza’. De esta manera, se ha priorizado la exclusión y el control, más que la integración, jugando España un papel clave dentro del entramado de impermeabilización, dadas sus relaciones históricas con el área sudamericana y la cercanía de sus costas con las del norte de África. A causa de esa proximidad, Andalucía se ha convertido en una de las puertas principales de entrada de extranjeros procedentes del Magreb.
Esta inmigración se encuentra en un proceso continuo de aceleración, del que es difícil calibrar las consecuencias futuras, si no se toman las medidas adecuadas para fomentar la fecundidad en Europa, mejorar la situación en los países de salida y facilitar la integración y no la exclusión, como hasta ahora se ha hecho por parte de la Unión Europea, en especial en el caso musulmán.
Este desafío que se plantea proviene tanto de la orilla sur del Estrecho como de los nuevos países que se han integrado en la Unión Europea, y que en menos de un año desde su incorporación han incrementado sus efectivos en casi el doble, al eliminarse una parte de las barreras existentes para su desplazamiento. Además de estos puntos de procedencia, cada vez es mayor la afluencia de latinoamericanos en busca de trabajo. No obstante, el principal contingente sigue siendo el europeo, que se ha asentado fundamentalmente en la costa, con el objeto de disfrutar de mejores condiciones de vida, lo que ha implicado que la pirámide de la inmigración en Andalucía presente la peculiaridad de una gran presencia de mayores de 40 años en su seno, a pesar de demostrar la típica característica de una fuerte Rm favorable a los hombres, en especial en las edades más productivas de la vida -15 a 39 años-.
La inmigración extranjera que viene a Andalucía presenta por consiguiente dos modelos: la búsqueda de las buenas condiciones de vida para mejorar la calidad de la misma, que es el criterio seguido por los ciudadanos de la Unión; y, la otra, es la llegada de una mano de obra de baja cualificación, en su mayoría africanos, sudamericanos y europeos del este, que encuentran en el sector agrícola de la Andalucía oriental un motivo para su asentamiento. La cada vez mayor relevancia de ambos criterios ha causado que desde el año 2000 se esté experimentando un fenómeno impensable previamente, ya que Andalucía era considerada la entrada a Europa, un lugar de paso; pero, en estos últimos cuatro años se está produciendo la llegada de inmigrantes extranjeros desde otros puntos de la geografía española, relacionada con el florecimiento económico de determinadas zonas de Andalucía, siendo una tendencia que poco a poco comienza a cobrar mayor relevancia dentro del sistema demográfico andaluz.
Por último, resaltar como la inmigración extranjera se ha concentrado en la costa del Mediterráneo por los dos criterios resaltados anteriormente. De este modo, Málaga y Almería se han convertido en las dos provincias que más inmigrantes reciben, en especial la primera, que conjuga su carácter de lugar de reposo para los jubilados europeos, con la existencia de una floreciente economía que atrae a numerosas personas. Mientras, Almería es un caso diferente, basada su economía en la denominada ‘agricultura del plástico’, la necesidad de mano de obra barata y de baja cualificación ha potenciado la llegada de colectivos de sudamericanos, europeos del este y, especialmente, norteafricanos. El resto de las provincias siguen uno de estos dos modelos con menor intensidad, configurándose de este modo el proceso inmigratorio en Andalucía, clave para el futuro de la comunidad.
1 comentario:
peazo tocho
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