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domingo, mayo 13, 2007

LA IDENTIDAD DIVIDIDA DEL ESTADO Y DEL MIGRANTE

[Voy más lento, pero no me olvido del blog].

Estábamos hablando de la reconfiguración de las identidades étnicas en el mundo actual. Está claro como esto tiene mucho que ver con los dos ejes del blog: las migraciones y la interculturalidad (que no sólo tiene que ver con los migrantes). En lo que al primer aspecto se refiere, la conexión funciona en dos direcciones: de un lado, el continuo crecimiento de las migraciones está incrementando enormemente la diversidad étnica (y religiosa) de los viejos Estados-nación europeos, constituyendo uno más de los factores que cuestionan (y de hecho, destruyen) a la Nación, ese indefinido fantasma que legitima al Estado y que, inevitablemente tiene un fondo étnico (expreso o implícito y vergonzante). La respuesta defensiva de los auctóctonos, reafirmación de la identidad nacional por oposición a los migrantes, que deben "integrarse" en ella o desaparecer de la vista, es comprensible, pero tan eficaz como darle una aspirina a un moribundo. Construir nuevas fórmulas de legitimación que no sean incoherentes con la propia afirmación del pluralismo que proclaman estos Estados parece igualmente difícil, pero creo que es el reto que verdaderamente mira hacia el futuro.

Por otra parte, la realidad que comentábamos del transnacionalismo implica potencialmente una crisis de identidad de los migrantes. Debido a la comunicación constante (teléfono, internet, periódicos, televisión) y al reforzamiento de las interacciones económicas (remesas, inversiones), políticas (participación en elecciones, interés del Estado de origen en sus migrantes) y sociales (familias divididas y redes sociales fortalecidas en los procesos de adaptación a las restricciones migratorias), la identidad de origen no se diluye, sino que se refuerza. Quizás en el caso de las primeras migraciones a EEUU el país de origen se convirtió en una imagen nebulosa en la tercera generación, subsistiendo sólo algunas costumbres anecdóticas, pero esta no es la realidad actual. Si estos procesos aseguran la permanencia de la identidad "extranjera", otros elementos derivados de lo que sucede dentro de las fronteras del Estado coadyuva a ello: la mayor familiaridad y comodidad que todos sentimos con los naturales de nuestro país que hablan nuestra lengua, el mantenimiento en muchos casos en situaciones de irregularidad que obligan al ocultamiento, la discriminación en el empleo o la vivienda y el rechazo xenófobo alimentan en muchas ocasiones que el círculo de interacciones se restrinja a los que vienen del mismo lugar, o al menos que el contenido de las relaciones varíe enormemente en función de la adscripción étnica. Reblandecidas las fronteras de la nación nos encontramos con otras naciones dentro de nuestro Estado.

Pero, en realidad, la cosa es más complicada. Porque no sólo sucede que el migrante no pierde (y a veces refuerza, yo sólo encuentro mis patrias en la ausencia) su identidad de origen, sino que, además, ganan otra. Por convencimiento o conveniencia, muchos migrantes se nacionalizan, convirtiéndose a efectos legales en parte de esa "Nación" metafísica; pero, aunque no lo hagan, el país donde habitan acaba haciéndolos suyos. Aunque seguramente no es habitual que los migrantes de primera generación (no así los demás) se definan formalmente como "españoles" sin estar nacionalizados, cualquiera que trate con ellos habitualmente se da cuenta de cómo empiezan a identificarse con el país, a sentir cariño por él, a animar a la selección nacional en las competiciones deportivas, a echar de menos su Estado de acogida cuando no están allí. A que su memoria se apodere del territorio: de los lugares, de las personas, de los parques, de las ciudades, adhiriéndose inevitablemente a su "identidad" es decir, a su conciencia de ser un individuo. No eres de donde naces, sino de donde paces.

Eso sí, estamos poco preparados para aceptar las identidades nacionales múltiples: aunque las identidades colectivas siempre lo son, el proceso de construcción de la Nación implicó una fuerte dosis de exclusividad en la identificación de la población-comunidad política- territorio. Sólo puedes tener una patria, y prueba de ello es que, salvo en los casos de los tratados de doble nacionalidad donde también podrían advertirse algunos matices interesantes, en términos jurídicos este vínculo jurídico es único. Aunque esta idea se está desmembrando por arriba y por debajo, el surgimiento de identidades múltiples todavía supone confusión a los sujetos que las experimentan. Una gestión inadecuada de esta identidad puede implicar diversas disfunciones y dificultades para la persona: quedar condenado a ser siempre un "individuo" liminar, de paso, aunque seas de tercera generación, que no está realmente cómodo ni en la patria de origen ni en la de acogida; pretender negar las raíces y asimilarse enteramente a lo nuevo, lo que puede ser irreal y acarrear problemas de adaptación efectiva, sentimientos de inferioridad, ansiedad o anomia; construir identidades imaginarias, anacrónicas e inadaptadas, basadas en una visión idealizada del país de origen que seguramente allí también resultaría inadecuada (como puede suceder con el fundamentalismo religioso). El grado de discriminación, por supuesto, puede ser un factor que colabore en esta gestión inadecuada de la diversidad.

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