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sábado, marzo 17, 2007

DEL VELO DEL PREJUICIO ¿AL "VELO DE LA IGNORANCIA"?

(Volvemos a la vida después de nuestra más larga ausencia; esperemos que la misma vida nos permita seguir por aquí de vez en cuando).

Vencer la discriminación -también la que sufren los extranjeros por el hecho de serlo o por otras razones- no es sólo una exigencia jurídica, sino también, una obligación ética y política. Forma parte de la dignidad humana, ese mínimo que dijimos innegociable en el laberinto de la diversidad. Al mismo tiempo, acabar con la discriminación resulta muy conveniente para conseguir una verdadera integración entre nacionales y extranjeros. La discriminación genera marginación, desintegración social: condena a sus víctimas al paro o la precariedad, restringe su acceso a los bienes, a la cultura institucional, a una vivienda en condiciones dignas. La discriminación étnica limita y condiciona las interacciones sociales entre grupos: en el trabajo, en el ocio, en la vida cotidiana.

Genera mecanismos de defensa a veces contraproducentes, alimenta los guettos, reproduce sentimientos de victimización y de rabia, ansias de revancha, separación intergrupal; construye fronteras invisibles y coadyuva al refugio en identidades ficticias, inadaptadas, re-construidas por oposición.

Hace tiempo que percibo que, sin embargo, en lo que refiere a los "extranjeros", a los "inmigrantes", la discriminación, los estereotipos y los prejuicios están extendidos por doquier (aunque claro, no toda la realidad es negativa). Cada cierto tiempo me encontraba y me encuentro con personas inteligentes, de amplia formación y sensibilidad social que sorprendían con declaraciones y prácticas que seguramente a estas mismas personas les parecerían solemnes burradas si las abstrayeran racionalmente. Observaba y observo cómo hay resquicios en nuestra legislación que, tras estudiarlos despacito, me parecen claramente discriminatorios (y además discriminación directa) y sin embargo a mucha gente les parecen algo normal. Me acordaba entonces de aquella sentencia del Tribunal Supremo norteamericano que consideraba perfectamente justificado encerrar a todos los japoneses del país en campos de concentración; de la naturalidad con la que han sido asumidas hasta hace poco (y no del todo y no en todas partes) intolerables degradaciones de la mujer. Llegaba a la conclusión de que algunas veces la Justicia va vendada, pero con la venda del prejuicio, no la de la imparcialidad.

Soñaba con otra venda, una que se pareciera al "velo de la ignorancia" de Rawls; una noción abstracta de discriminación que fuera capaz de superar los perjuicios de cada momento: que nos advirtiera de cuando nos estamos dejando llevar por el mismo sesgo que condenaríamos si se refieriese a otra situación o a otra persona o a otra causa. Una utopía inalcanzable, pero por la que merece la pena trabajar.

[Espacio publicitario] Y trabajando en ello con mi brillante colega Diego Álvarez Alonso, que seguía su propio camino, no hemos conseguido poner esa venda, pero creo que al menos sí una tirita. Recientemente se ha publicado nuestro artículo sobre la noción de discriminación en la Revista Española de Derecho del Trabajo (nº 132). Eso sí, me temo que no sabría resumirlo aquí, aunque algunas cosas ya haya contado. Aunque intentaré explicar una versión básica para las discriminaciones directas.

  • A) Reflexiona sobre si el trato que has proporcionado a la persona se puede atribuir a su pertenencia a una "categoría social" (es decir, porque forma parte de ellos). ¿Piensas que ellos deben ser tratados de una manera determinada? ¿Piensas que ellos siempre o casi siempre o muchas veces son [estereotipo]? ¿Merece la pena aplicar el estereotipo y no ahondar en lo que es realmente esa persona, por pura probabilidad? ¿Influye la concepción que tienes de ellos en tu percepción individual de esta persona en concreto? ¿Estás sesgado desde el principio? ¿Interpretas apresuradamente sus gestos, su rostro, sus palabras, su actuación? Pero, aunque suceda este supuesto, eso no quiere decir que haya discriminación si no se produce el siguiente.
  • B) Ahora, en la moral kantiana, intenta convertir tu proceder en ley universalmente aplicable. ¿Qué pasaría si todo el mundo hiciera como tú, pensara como tú, actuara como tú? ¿Qué pasaría con ellos? ¿En qué posición estarían con respecto a los demás. ¿Tenderían a situarse en una posición de inferioridad? ¿Se ahondarían sus diferencias? ¿Quedarían apartados, relegados, marginados? ¿Se verían las personas limitadas en sus derechos, en sus posibilidades, en sus oportunidades por ser ellos? ¿Y si te hubiera tocado pertenecer a su grupo? ¿Sería justo que te condenaran a la marginación por el mero hecho de pertenecer a una categoría, sin siquiera compartir el contenido negativo que le atribuyes?
Si se cumplen los dos elementos, estaremos aplicando (o nos estarán aplicando) un acto discriminatorio.

1 comentario:

JLuis dijo...

Estupendo post Antonio...

Por un lado la discriminación, escurriendose poco a poco, a veces inapreciablemente entre nuestros dedos, acaba legitimando actitudes y medidas que a todas luces, y normalmente a toro pasado, son inadmisibles.

Por otro reflexión, autocrítica y una cierta noción de que, al juzgar al otro, pisamos terreno resbaladizo, habrían de ser suficientes para reconocer la discriminación en un buen número de ocasiones.

Un saludo