Volvemos a la carga. En la entrada anterior señalábamos que los migrantes han contribuido -en términos globales, positivamente- a la economía del país; lo han hecho asumiendo puestos de trabajo de escaso valor añadido que ha generado la economía postindustrial; la otra cara de la globalización. Esto ha permitido un crecimiento económico que ha generado nuevos puestos de trabajo a disposición de los españoles. Esto no quiere decir que ningún español tenga trabajos precarios, de hecho, nuestro modelo económico de escasa productividad alimenta toda una gradación de precariedades. Simplemente, los migrantes tienden a ocupar las posiciones más bajas en esta escala continua.
Al contrario de lo que sucedía en los procesos migratorios del "fordismo puro", esta contribución se lleva a cabo en un contexto general en el que el empleo es relativamente escaso, aunque la "bonanza económica", favorecida por esta distribución del trabajo haya hecho que las tasas de desempleo desciendan significativamente desde la época de "vacas flacas" de los 90. ¿Por qué los migrantes asumen los puestos que "nadie quiere", si no todo el mundo que quiere trabajar puede hacerlo?
A mi juicio, el principal factor que explica esta "división del trabajo" es el acusado "familiarismo" de nuestro régimen de bienestar (siguiendo el concepto de Esping-Andersen). En nuestro sistema, como en muchos otros, la "familia" es una institución sobre la que se hace recaer una gran parte del peso del bienestar. El mercado de trabajo y el Estado (sistema de Seguridad Social y Derecho del Trabajo) protegen principalmente -aunque esto está cambiando poco a poco- a un prototipo de trabajador adulto, varón y "cabeza de familia"; se pretendía que esta persona tuviera una relación estable, una "remuneración suficiente para atender a sus necesidades y a las de su familia" (art. 35.1 CE) y una cobertura social para los casos en los que no le fuera posible trabajar (invalidez, jubilación, desempleo involuntario, etc.) Aunque esta no es "toda la verdad", sí que es el esquema, el modelo básico sobre el que se han construido nuestras instituciones. Los resquicios de precariedad y flexibilidad de un sistema formalmente protector son ocupados por las mujeres y, de manera quizás más clara, por los jóvenes (a través de los contratos temporales y del protagonismo de la antigüedad en el cálculo de las indemnizaciones por despido). Estas personas trabajan en posiciones precarias para aportar algo a la unidad familiar o para obtener un cierto espacio de autonomía económica, pero, en último término, dependen de otro trabajador más protegido que redistribuye sus ingresos en el seno de la familia (manteniendo un status más elevado en virtud de este intercambio).
La incorporación de la mujer al mercado del trabajo es todavía muy limitada, y más aún su integración en condiciones de igualdad, pero aún así se observa un progreso; en el caso de los "jóvenes" esta dependencia es mucho más visible. Eternamente dependientes de sus padres, los "jóvenes" de clase media, media-baja y baja obtienen unos ciertos ingresos (para ayudar a la familia si es muy pobre y para pagarse los "caprichos" superfluos pero al mismo tiempo "importantes", en la mayoría de los casos), participando de manera oscilante en el mercado de trabajo a través de modalidades contractuales temporales o a tiempo parcial. Este "familiarismo" no sólo dificulta la autonomía económica y simbólica para las personas que no encajan en el prototipo, sino que también facilita la aplicación de determinados grados de precariedad (estos "jóvenes", por ejemplo, pueden aceptar condiciones con las que jamás podrían mantenerse de manera independiente, porque se trata de pagar las letras del coche o las copas del "finde", no de "mantener una familia"). Pero, al mismo tiempo, paradójicamente, el "familiarismo" impide la aplicación de determinados niveles de precariedad, porque en último término los "trabajadores periféricos" españoles pueden retirarse a la protección del seno familiar cuando las condiciones de trabajo (físicas, de seguridad y salud, económicas, de status, etc.) devienen inaceptables. Al fin y al cabo, no se trata de sobrevivir y "mantener a la familia", sino de ganar un espacio de autonomía en el consumo de bienes y servicios; espacio al que se puede renunciar si es necesario, o al que se renuncia de vez en cuando. Es aquí, en la periferia de la periferia del mercado de trabajo, donde encaja a grandes rasgos (estamos pintando con trazo gordo), el "efecto llamada" sobre los migrantes.
La posición socioeconómica de los migrantes favorece la aceptación de estas condiciones que los trabajadores periféricos españoles no están dispuestos a aceptar. Ello no siempre se debe al tópico de que "por poco que ganen, ganarán más que en su país"; hay bastante de verdad en ello, pero es necesario precisar un poco más. Ciertamente, los salarios en España son mucho más altos que los que se estilan en los países pobres, pero también es verdad que el coste de la vida es más caro. No necesariamente el migrante recién llegado, contemplado desde una perspectiva individual, mejora su nivel adquisitivo al incorporarse a la periferia de la periferia del mercado de trabajo español (aunque a veces sí, claro). Ciertamente, algunas personas llegan a España (y sobre todo a otros países mucho más pobres) arrastradas por la necesidad más acuciante y por el hambre, pero, como hemos dicho otras veces, en muchos casos los que llegan a los países ricos son precisamente los que se encuentran en una posición de cierta seguridad, los que podrían llegar a ser una clase media algún día. Muchas veces son los sueños de una vida mejor (o el miedo de una futura vida peor) los que impulsan a dejarlo todo y coger un avión. Esto nos da una pista de que probablemente algunos migrantes soportan una pérdida "temporal" de poder adquisitivo debido a las expectativas de que en el futuro aumenten sus oportunidades de mejora en comparación con su posición en el país de origen.
Pero, sobre todo, no debe contemplarse la situación desde la perspectiva meramente individual, sino que debe tenerse en cuenta también a la familia, dado que sus países de origen son aún más acusadamente familiaristas que el nuestro: el "familiarismo" es más fuerte en los países de industrialización más tardía, dado que en las sociedades premodernas las relaciones de parentesco son mucho más importantes para configurar la vida social y económica. Lo que ocurre es que los migrantes que provienen de países más pobres no sólo no pueden refugiarse -generalmente- en el "paraguas protector" de su familia, sino que son ellos mismos, hombres y mujeres, "cabezas de familia", "responsables" de ella: de la familia que hayan podido traer consigo (en su caso), pero también de la que han dejado atrás. Porque los lazos familiares atraviesan las fronteras y el envío de remesas (además del mantenimiento de las pautas de comunicacion) favorece la reproducción de importantes estructuras familiares transnacionales. Muchas veces, los migrantes aguantan la ultraprecariedad porque tienen que enviar dinero a sus familias. Y aquí es donde recobra importancia el diferencial salarial internacional: lo que un trabajador ultraprecario puede ahorrar sometiéndose a una vida de privaciones puede convertirse en una cantidad muy significativa en Perú, Bolivia o Senegal. Por supuesto, una vez más, este es el trazo grueso: también los "trabajadores" migrantes van adquiriendo poco a poco una dimensión como "consumidores", sólo que su posición en la estructura total tiende a ser siempre más baja.
Aparece entonces una pregunta ¿surgen más puestos de trabajo porque hay migrantes dispuestos a aceptar estas condiciones, como diría don Óptimo o más bien los empresarios pueden empeorar las condiciones porque hay migrantes, como diría don Pésimo? Seguiremos en la próxima entrada.
[En otro orden de cosas, por fin llega la sentencia del TC que resuelve el recurso contra la Ley de Extranjería y parece que anula algunos artículos. Aunque no suelo ser partidario de la rabiosa actualidad, en cuanto se publique y la lea, interrumpiré si acaso esta serie para comentarla un poco].
A mi juicio, el principal factor que explica esta "división del trabajo" es el acusado "familiarismo" de nuestro régimen de bienestar (siguiendo el concepto de Esping-Andersen). En nuestro sistema, como en muchos otros, la "familia" es una institución sobre la que se hace recaer una gran parte del peso del bienestar. El mercado de trabajo y el Estado (sistema de Seguridad Social y Derecho del Trabajo) protegen principalmente -aunque esto está cambiando poco a poco- a un prototipo de trabajador adulto, varón y "cabeza de familia"; se pretendía que esta persona tuviera una relación estable, una "remuneración suficiente para atender a sus necesidades y a las de su familia" (art. 35.1 CE) y una cobertura social para los casos en los que no le fuera posible trabajar (invalidez, jubilación, desempleo involuntario, etc.) Aunque esta no es "toda la verdad", sí que es el esquema, el modelo básico sobre el que se han construido nuestras instituciones. Los resquicios de precariedad y flexibilidad de un sistema formalmente protector son ocupados por las mujeres y, de manera quizás más clara, por los jóvenes (a través de los contratos temporales y del protagonismo de la antigüedad en el cálculo de las indemnizaciones por despido). Estas personas trabajan en posiciones precarias para aportar algo a la unidad familiar o para obtener un cierto espacio de autonomía económica, pero, en último término, dependen de otro trabajador más protegido que redistribuye sus ingresos en el seno de la familia (manteniendo un status más elevado en virtud de este intercambio).
La incorporación de la mujer al mercado del trabajo es todavía muy limitada, y más aún su integración en condiciones de igualdad, pero aún así se observa un progreso; en el caso de los "jóvenes" esta dependencia es mucho más visible. Eternamente dependientes de sus padres, los "jóvenes" de clase media, media-baja y baja obtienen unos ciertos ingresos (para ayudar a la familia si es muy pobre y para pagarse los "caprichos" superfluos pero al mismo tiempo "importantes", en la mayoría de los casos), participando de manera oscilante en el mercado de trabajo a través de modalidades contractuales temporales o a tiempo parcial. Este "familiarismo" no sólo dificulta la autonomía económica y simbólica para las personas que no encajan en el prototipo, sino que también facilita la aplicación de determinados grados de precariedad (estos "jóvenes", por ejemplo, pueden aceptar condiciones con las que jamás podrían mantenerse de manera independiente, porque se trata de pagar las letras del coche o las copas del "finde", no de "mantener una familia"). Pero, al mismo tiempo, paradójicamente, el "familiarismo" impide la aplicación de determinados niveles de precariedad, porque en último término los "trabajadores periféricos" españoles pueden retirarse a la protección del seno familiar cuando las condiciones de trabajo (físicas, de seguridad y salud, económicas, de status, etc.) devienen inaceptables. Al fin y al cabo, no se trata de sobrevivir y "mantener a la familia", sino de ganar un espacio de autonomía en el consumo de bienes y servicios; espacio al que se puede renunciar si es necesario, o al que se renuncia de vez en cuando. Es aquí, en la periferia de la periferia del mercado de trabajo, donde encaja a grandes rasgos (estamos pintando con trazo gordo), el "efecto llamada" sobre los migrantes.
La posición socioeconómica de los migrantes favorece la aceptación de estas condiciones que los trabajadores periféricos españoles no están dispuestos a aceptar. Ello no siempre se debe al tópico de que "por poco que ganen, ganarán más que en su país"; hay bastante de verdad en ello, pero es necesario precisar un poco más. Ciertamente, los salarios en España son mucho más altos que los que se estilan en los países pobres, pero también es verdad que el coste de la vida es más caro. No necesariamente el migrante recién llegado, contemplado desde una perspectiva individual, mejora su nivel adquisitivo al incorporarse a la periferia de la periferia del mercado de trabajo español (aunque a veces sí, claro). Ciertamente, algunas personas llegan a España (y sobre todo a otros países mucho más pobres) arrastradas por la necesidad más acuciante y por el hambre, pero, como hemos dicho otras veces, en muchos casos los que llegan a los países ricos son precisamente los que se encuentran en una posición de cierta seguridad, los que podrían llegar a ser una clase media algún día. Muchas veces son los sueños de una vida mejor (o el miedo de una futura vida peor) los que impulsan a dejarlo todo y coger un avión. Esto nos da una pista de que probablemente algunos migrantes soportan una pérdida "temporal" de poder adquisitivo debido a las expectativas de que en el futuro aumenten sus oportunidades de mejora en comparación con su posición en el país de origen.
Pero, sobre todo, no debe contemplarse la situación desde la perspectiva meramente individual, sino que debe tenerse en cuenta también a la familia, dado que sus países de origen son aún más acusadamente familiaristas que el nuestro: el "familiarismo" es más fuerte en los países de industrialización más tardía, dado que en las sociedades premodernas las relaciones de parentesco son mucho más importantes para configurar la vida social y económica. Lo que ocurre es que los migrantes que provienen de países más pobres no sólo no pueden refugiarse -generalmente- en el "paraguas protector" de su familia, sino que son ellos mismos, hombres y mujeres, "cabezas de familia", "responsables" de ella: de la familia que hayan podido traer consigo (en su caso), pero también de la que han dejado atrás. Porque los lazos familiares atraviesan las fronteras y el envío de remesas (además del mantenimiento de las pautas de comunicacion) favorece la reproducción de importantes estructuras familiares transnacionales. Muchas veces, los migrantes aguantan la ultraprecariedad porque tienen que enviar dinero a sus familias. Y aquí es donde recobra importancia el diferencial salarial internacional: lo que un trabajador ultraprecario puede ahorrar sometiéndose a una vida de privaciones puede convertirse en una cantidad muy significativa en Perú, Bolivia o Senegal. Por supuesto, una vez más, este es el trazo grueso: también los "trabajadores" migrantes van adquiriendo poco a poco una dimensión como "consumidores", sólo que su posición en la estructura total tiende a ser siempre más baja.
Aparece entonces una pregunta ¿surgen más puestos de trabajo porque hay migrantes dispuestos a aceptar estas condiciones, como diría don Óptimo o más bien los empresarios pueden empeorar las condiciones porque hay migrantes, como diría don Pésimo? Seguiremos en la próxima entrada.
[En otro orden de cosas, por fin llega la sentencia del TC que resuelve el recurso contra la Ley de Extranjería y parece que anula algunos artículos. Aunque no suelo ser partidario de la rabiosa actualidad, en cuanto se publique y la lea, interrumpiré si acaso esta serie para comentarla un poco].
4 comentarios:
Hey Antonio, acabo de volver de China ,donde he visto un anuncio que dice: " se busca camarero. Salario, 500 yuan al mes", es decir, 50 euros. Esto pone de manifiesto que por poco que ahorre un migrante chino, si ahorra 50 euritos tiene el salario de un mes en china en el bolsillo. Otra historia es lo que le haya costado llegar a Espanna y todo lo que deja atras. No se donde he leido que las mafias te consiguen introducir en Espanna por 9000 euros o, lo que es lo mismo, lo que ganara este camarero de luoyang en 15 annos.
Yo sé algo sobre mafias:
Si te quieres casar con un español la cosa oscila entre los 6000 y los 12 000 eurillos...
Por 9000 euros se compra un contrato falso de trabajo...es la nueva patera...
´Lo que no te puedo es dar la dirección...
Anomimo, recuerdo que en Londres me ofrecieron alguna vez un matrimonio de conveniencia. Tambien ofrecian 3000 libras por tu pasaporte.
En el tiempo que vivi alli, conoci algunos "espanoles" de Venezuela, Bolivia y Colombia, todos tenian nombres falsos, procedentes de algun lugar de Madrid.
Gracias, como siempre por los comentarios. Sip, efectivamente la diferencia salarial es significativa, pero digamos que no es la única razón por la que se aceptan condiciones de trabajo poco dignas. Por los casos que conozco, esas falsificaciones y demás no son más que otra forma distinta de explotación. En este caso, sacar el máximo beneficio de los sueños de la gente.
Pelu, ya me contarás. Ahora que vuelves a Europa estamos más cerca...
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