
El mundo está lleno de mayorías "discriminadas". Se trata de un sesgo cognitivo bastante habitual: cuando miramos a los otros como Otros su pertenencia al exogrupo los marca en nuestra percepción, destacando especialmente la categoría a la que pertenecen. Si hay un tipo raro delante de nosotros en la cola, debe ser que se ha "colado"; primero vamos Nosotros y luego ya veremos si hay sitio para alguien más. Actuamos así, desde luego ante las "distinciones positivas" directas, las medidas más intensas, discutibles y polémicas de entre aquellas orientadas a reequilibrar una posición de desigualdad previa o bien a atender una situación específica. Tendemos a considerar apresuradamente que se ha producido una "discriminación" y reaccionamos frente a ella con virulencia retórica; ciertamente, estas medidas presentan algunos problemas aplicativos (sin que todos se refieran a esta desigualdad), que hay que considerar en cada caso, pero precisamente la distorsión que provoca este sesgo en el debate evita un análisis verdaderamente serio.
Pero también se reacciona así ante una simple equiparación de derechos, especialmente en la medida en que estos derechos regulen el acceso a bienes relativamente escasos, dado que en estos casos nunca estamos del todo satisfechos con el servicio. Los ejemplos más claros son la sanidad y la educación: de un lado, su universalidad se extiende, con matices, "incluso" a los extranjeros que se encuentran irregularmente en España; de otro lado, los recursos invertidos en la salud y en la educación siempre serán insuficientes. Aunque en nuestro discurso racional no podamos negar la atención médica a los extranjeros o la escolarización obligatoria de migrantes menores de edad, puede ser que por debajo, por las vísceras, nos quede una indefinida e incómoda sensación de que los Otros deberían entrar a comer cuando Nosotros ya nos hubiéramos saciado (lo malo es que esto nunca sucede).
No es difícil encontrarnos con estas sensaciones en las discusiones que tenemos en la calle o en Internet: si nuestro hijo no fue admitido en tal colegio pero un extranjero sí, eso quiere decir, indudablemente, que los extranjeros tienen preferencia y los españoles estamos "discriminados"; si un extranjero pasa antes que nosotros al médico es sin duda un privilegio otorgado por su condición de extranjero. Las razones para que el Otro esté por delante nuestra en la cola pueden ser muchas y muy variadas, algunas más justificadas o razonables que otras. Pero en nuestra conciencia se nubla cualquier otra causa que no sea la mera condición de extranjero, la aplicación de la categoría saliente, pues hemos convertido a la persona en una
etiqueta.
No es imposible, sin embargo, que a veces los españoles sean verdaderamente peor tratados que los extranjeros; la prueba la tenemos en el reciente Real Decreto 240/2007, que maltrata a los españoles en comparación con un determinado grupo de extranjeros. La cosa tiene truco, claro, porque los extranjeros privilegiados son comunitarios y los españolitos afectados... bueno, no deben ser en la mayoría de los casos de pura cepa castiza, porque están pidiendo la reagrupación de familiares extranjeros. Resulta que si un español quiere traerse al país a sus ascendientes extranjeros se le aplica la normativa de extranjería, mientras que a un nacional de otro Estado de la UE, Espacio Económico Europeo o Suiza se le aplica el régimen comunitario, significativamente más favorable. O sea que el Estado concede más derecho a algunos extranjeros que a sus propios ciudadanos. Hasta el momento, los Gobiernos españoles habían estado evitando este agravio comparativo y lo de ahora no ha sido ni mucho menos un lapsus, dado que se ha actuado contra el Dictamen del Consejo de Estado. La medida en cuestión no vulnera las libertades comunitarias, pero sí el art. 14 de la Constitución Española; así pues, la Federación Andalucía Acoge ha anunciado ya un recurso contencioso-administrativo frente a este arbitrario reglamento.