
Si la democracia nos habla de algo auténtico, pero no de una verdad literal, hemos deconcluir que la democracia es un mito. Todos los mitos son verdaderos, en el sentido de "auténticos", pero ninguno lo es si queremos entenderlo literalmente. Recuerden el mito de Sísifo, condenado por los dioses a cargar eternamente una pesada roca hasta lo alto de una colina; cuando llega a la cima, la roca vuelve a caer y debe comenzar otra vez desde el principio, así hasta el final de los tiempos. El pobre Sísifo no "existe", pero su historia es una imagen que nos "hace ver" una verdad difícilmente expresable de modo menos poético, pero que podríamos resumir como la experiencia que tenemos a menudo de que nuestros esfuerzos resultan vanos e inútiles. Por poner un ejemplo trivial, yo mismo encarno continuamente ese mito en las raras ocasiones en las que ordeno la mesa de mi despacho; al poco tiempo vuelve a formarse ahí el caos más absoluto. El mito se hace realidad en sus sucesivas encarnaciones históricas y al mismo tiempo, de esas situaciones reales es de dónde extraemos los símbolos y las historias de nuestra imaginación compartida y que nos explican el significado (o el sinsentido) de todo lo que hacemos.
La "democracia" es el mito del Gobierno del Pueblo. Se trata de una narración que podemos retrotraer a un pasado imaginado o idealizado (la Edad de Oro, los Buenos Viejos Tiempos, la polis griega) o a un futuro irrealizable en términos literales (la Nueva Jerusalén, la sociedad comunista, el anarquismo, el Reino de los Cielos). Mientras tanto, sigue encarnándose continuamente en nuestro presente, cada vez que somos capaces de hacernos Pueblo y de controlar o de poner a raya al Poder... ¿O acaso todo esto no es más que un cuento chino que nos mantiene engañados mientras que los poderosos siguen mandando? Pues también, pero lo cortés no quita lo valiente.
Los mitos pueden ser el "opio del pueblo", pero para ello tienen que ser opio primero; y son capaces de intoxicarnos el espíritu es porque nos hablan poéticamente de una experiencia "auténtica". Sumergirnos en el mito implica sumergirnos en las profundidades de nuestra propia "alma", personal o colectiva, para bien o para mal. El viaje puede ser enriquecedor o autodestructivo. Depende. Algunos dicen que la Caja de Pandora contenía todos los males de la tierra y otros que contenía todos los bienes, no manera de saber la verdad, salvo abriendo la caja. El efecto que el mito nos provoca depende de nuestra propia disposición y de la forma en la que nos integramos en él.
Todas las personas segregamos racionalizaciones acerca de nuestra vida que nos sirven como mecanismos de defensa frente a una realidad a menudo hostil. Algunas veces funcionan fantásticamente. Pero otras veces, dependiendo de la situación, se convierten en un lastre que dificulta nuestra felicidad. En el ámbito colectivo de las sociedades humanas sucede algo parecido. Todas las sociedades segregan un discurso autocomplaciente que produce una cierta seguridad cotidiana y que permite una mínima cohesión social. Sin embargo, esta "ideología" se convierte a menudo en un lastre para la transformación de la sociedad en aras a la superación de sus propias disfunciones y contradicciones. "Nuestra democracia es el menos malo de los sistemas posibles y tenemos que conformarnos con lo que hay, sin buscar otra cosa", "la democracia consiste en ir a votar", "tenemos que obedecer las leyes porque las hemos hecho nosotros", "nuestros gobernantes nos representan porque los hemos votado". Los mitos e imágenes sobre la democracia que existen en nuestra sociedad pueden "adormecernos", matando lo que en nosotros hay de "pueblo" o de "persona" (ya jugaremos más adelante con el nivel individual y el colectivo) y haciéndonos "turba" o "masa".
Pero también es un hecho que todas los mitos sobre la democracia han constituido un necesario impulso para la transformación de las sociedades hacia la superación de sus contradicciones en momentos históricos muy diversos y frente a poderes muy distintos. Por supuesto, el paraíso esperado nunca termina de llegar del todo: en las nuevas sociedades surgen nuevas contradicciones que vuelven a hacer oportuno el recurso al mito de la democracia para que la historia siga su curso.
Por otra parte, ese papel "positivo" del mito de la democracia no sólo se aplica a la épica de las grandes transformaciones sociales, sino que puede aparecer también en medio de la realidad cotidiana y gris, dando sentido a las pequeñas cosas que hacemos, a nuestras pequeñas luchas, a nuestro modo de desenvolvernos en la vida pública.
Ahora bien, esta noción de la "democracia como mito" puede ser todavía demasiado abstracta como para ser operativa. Nos ayuda a comprender por qué necesitamos creer en la democracia aunque no "exista" si la entendemos como realización perfecta de un "estado de las cosas" idealizado; pero no nos da la clave de cuándo zambullirnos en el mito nos ayuda y cuándo nos perjudica, más allá de que no es bueno que creamos literalmente en él, porque esto nos adormece o nos lleva a construir sociedades monstruosas guiadas por la creencia fanática en una utopía. En cualquier caso, hay algo en la descripción anterior de los aspectos positivos del mito que tal vez nos sirva de ayuda, sirviendo como punto de partida para la noción de democracia que propondremos en la siguiente entrada: la democracia como proceso.
Nota: acontecimientos: Como todos saben, se nos ha muerto hace nada don Marcelino Camacho, persona coherente donde las haya en la lucha por la democracia y por la libertad. Descanse en paz y Marx lo tenga entre sus barbas.