Contador web

martes, septiembre 22, 2009

LOS OTROS (III): CUENTOS DE AYER, DE HOY Y DE SIEMPRE

Donde no hay harina, todo es mohína. Si durante la época de crecimiento económico desbocado, los migrantes han estado cargando sobre sus espaldas la parte más desagradecida de la producción , toca en tiempos de crisis señararlos con el dedo como chivos expiatorios.

Pero antes de eso durante las "vacas gordas", ¿Cuál ha sido el discurso dominante sobre los migrantes ? Pues, básicamente el "que vengan, pero con papeles". Propósito muy loable y compartible en abstracto, pero que contrastaba vivamente con el modo real de movilización de la fuerza de trabajo extranjera que nuestra sociedad ha generado. Paradójicamente, y aunque nos cueste reconocerlo, el "que vengan, pero sin papeles" se llegó a convertir en una pieza más de ese sistema de explotación del trabajo de los extranjeros en condiciones de irregularidad. Un "Reino de los Cielos" imaginario que, en muchos aspectos permitía y reproducía lo contrario de lo que predicaba. Cualquiera pensaría al leer esto que soy un loko radikal y que se me ha ido la olla. No puedo desarrollar mucho esta idea aquí, pero voy a poner un ejemplo en el campo jurídico. La imposibilidad de convertir los visados de turista en visados de trabajo, aún contando con una oferta de trabajo válida está aparentemente al servicio de una regulación ordenada de las migraciones laborales, evitando la perversión de la figura del visado de turista. En la práctica, esta imposibilidad es esencial para garantizar que los inmigrantes trabajan irregularmente durante al menos 3 años en condiciones de enorme explotación. Esto, desde luego, beneficia a los empresarios que operan en la economía sumergida, pero también al sector formal de la economía en virtud de la división del trabajo entre empresas y a los propios trabajadores españoles a través, por ejemplo, del la disponibilidad de servicio doméstico barato en condiciones de pseudo-servidumbre.

Este discurso general se completa o completaba con una visión de la "integración" excesivamente enfocada en la perspectiva de la "diferencia cultural," real o imaginada en lugar de en la realidad de las relaciones sociales. Digo "imaginada", porque a veces se dedican importantes esfuerzos dialécticos a imaginar y resolver problemas que realmente no se plantean en la práctica, con objeto de subrayar la diferencia "cultural" entre "civilizaciones".

Por supuesto que las diferencias culturales existen y por supuesto que pueden provocar problemas de convivencia, pero el caso es que este tema se convierte en el centro absoluto de la "integración", disociándose de las relaciones sociales en las que las diferencias culturales se reproducen, tanto en los debates académicos como en las conversaciones "de la calle". Este sesgo "culturalista" cumple la misma función que lo que hemos llamado las "categorías del desprecio": a través de la emotividad, proporciona relevancia y significación a la categoría mental que distingue entre "Nosotros " y "los Otros", reforzando las fronteras simbólicas y cognitivas que separan a unos de otros, distinción que se recuerda y se activa cuando llega el momento. De esta manera, se percibe al otro como diferente y se normalizan o incluso se justifican las relaciones sociales de dominación o exclusión. Ya he citado por aquí otras veces las palabras de Karl Ernst Von Baer -escritas en pleno siglo XIX, cuando todo el mundo era abiertamente racista y el colonialismo estaba en su apogeo- "Baste imaginar la experiencia de todos los países y épocas de que cuando un pueblo tiene poderío sobre otro y se porta injustamente con él, no dejará de imaginárselo como malo e incapaz y repetirá con mucha frecuencia y en voz alta esta afirmación".

Todas estas ideas siguen reproduciéndose en el debate público, pero en estos momentos del ciclo parece que cobra una mayor urgencia la problemática de la "crisis económica". Así, se abre camino un discurso diferente, que ya existía anteriormente, pero que contrastaba con la "necesidad" de movilizar fuerza de trabajo extranjera y que, por tanto, era minoritario (propio de grupos xenófobos, del lumpenproletariado y de algunos trabajadores de baja posición que realmente podían entrar en competencia con los recién llegados). Actualmente, me parece, esta forma de pensar se está extendiendo a otros sectores de clase media y baja, incluyendo a personas que se identifican ideológicamente con la "izquierda". Este "nuevo" discurso viene a ser más o menos así: "Durante estos años, los empresarios han estado forrándose trayendo mano de obra barata del extranjero; en connivencia con ellos, los poderes públicos y la legislación han sido extraordinariamente permisivos con la migración; como consecuencia de la entrada de mano de obra barata, los trabajadores españoles hemos empeorado nuestro poder adquisitivo y nuestras condiciones de trabajo o hemos perdido nuestros empleos; ahora que llega la crisis, encima nos tenemos que comer a los migrantes con papas y tenemos la sanidad, la educación y los servicios sociales colapsados por su causa."

Este discurso no necesariamente "culpabiliza" directamente a los migrantes del lo sucedido (aunque siguen estando ahí de fondo como la causa de los problemas). La "culpa" de todo la tienen los socorridos malvados capitalistas con chistera, dado que "nosotros" tratábamos muy bien a la ecuatoriana que cuidaba de la abuelita. Pero sí que se "cosifica" a estos migrantes, que se convierten en radicalmente "Otros" por obra y gracia de las categorías mentales que reproducen las diferencias sociales. Los (in)migrantes son un "objeto" del que se habla, movilizado por los malvados "sujetos" capitalistas, pero no son "interlocutores" y mucho menos son "nosotros". Podríamos incluso llegar a denunciar, con la boca chica, su explotación, sin que por ello dejen de ser ese objeto cosificado (con la boca chica si nos parece que es cuestión más urgente la explotación de los españoles). Al margen de esta complicada cuestión de las categorías, que intentaré explicar en la próxima entrada, y que es lo verdaderamente importante del asunto, este discurso está plagado de inexactitudes.

Es cierto que la movilización masiva de fuerza de trabajo extranjera se ha producido en relación con unas determinadas "necesidades" de acumulación de capital (y de reproducción doméstica). Pero no es cierto que la legislación haya sido "demasiado" permisiva. Muy al contrario, la legislación (y, en términos muy generales, la práctica administrativa) ha sido extraordinariamente restrictiva. Ciertamente, en comparación con otros países europeos, la movilización de trabajadores extranjeros ha sido enorme, pero esta diferencia en las cifras de inmigración no se debe a que existan diferencias muy significativas en el derecho migratorio de unos y otros países sino a toda una serie de factores estructurales propios de la economía española. Porque tenemos la idea-fuerza grabada en la cabeza de que los "inmigrantes" vienen a España porque los "pobrecitos" no tienen más remedio que salir de su país. Esto es, como mucho una verdad a medias, que sería el equivalente a decir que las migraciones masivas del campo a la ciudad durante la Revolución Industrial se debían a que en el campo se estaba muy mal. Hay un "efecto salida" y hay un "efecto llamada" y ambos presentan, además, notable interdependencia. Además, el mercado de trabajo irregular ha llamado a la inmigración irregular y el resultado ha retroalimentado la causa. La regulación restrictiva no ha impedido la migración, sino que ha proporcionado carne de cañón para este mercado irregular.

En segundo lugar, el efecto global de este proceso de movilización no ha perjudicado globalmente a los trabajadores españoles. Pero el caso es que no ha sucedido así, como se muestra en este estudio de Miguel Pajares (pp. 95-129). Durante el período de incorporación masiva de inmigrantes, la economía española ha crecido muchísimo y en gran medida a causa de la movilización del factor trabajo; el número de empleos netos ha aumentado tanto para los españoles como los extranjeros; el aumento de los empleos ocupados por extranjeros ha permitido crear puestos de trabajo superiores, que han ocupado los españoles (por tanto, se ha producido una movilidad ascendente de los autóctonos); los salarios han crecido por encima del IPC (pero los empleos se han generado sobre todo en puestos de bajo poder adquisitivo, lo que afecta a la distribución del pastel de la economía entre capital y trabajo); los salarios han crecido más en sectores de elevada inmigración y donde han subido menos ha sido en sectores donde el efecto de la migración es escaso; los sectores donde ha habido más inmigrantes han sido los más dinámicos y pujantes y, por tanto, donde ha crecido más la afiliación sindical, etc. Todo esto no quiere decir, ojo, que la lectura de este proceso masivo de movilización del trabajo tenga que ser globalmente positiva. Primero, porque desde un punto de vista macroeconómico ha servido para retroalimentar un modelo basado en el uso intensivo de fuerza de trabajo de escaso valor añadido, dicho en román paladino, en el cutrerío. Segundo, pero no menos importante, porque toda esta abundancia se ha producido a través de la explotación laboral de los extranjeros y de la precariedad multiplicada por su situación jurídica. Pero no es verdad que globalmente la llegada de los inmigrantes haya disminuido el empleo de los españoles o afectado negativamente a sus salarios. Ello podría haber sucedido en términos teóricos (la saturación de la oferta de mano de obra implica una bajada del salario) y se puede haber producido en casos concretos.

Ahora bien, aunque hubiese sucedido así, o en los casos en que esto suceda, ello no convierte en adecuado el discurso que estoy criticando. No sin plantearnos previamente cómo hemos construido ese "nosotros", los trabajadores españoles, que supuestamente "sufren" la llegada de los inmigrantes en sus empleos o niveles de ingreso, que supuestamente "sufren" ese "colapso" de la sanidad y la educación "debido a la llegada de los inmigrantes" y que teóricamente "sufren" -y ya "sufrían" cuando había bonanza- esa hipotética divergencia cultural que tanto duele en el imaginario colectivo. Pero eso es materia para otro capítulo.

sábado, septiembre 12, 2009

LOS OTROS (II): CATEGORÍAS DEL DESPRECIO

Ya era hora de que escribiera algo por aquí, que estoy un poco vago últimamente. Estábamos hablando de cómo las categorías del lenguaje y el pensamiento contribuyen a reproducir las relaciones sociales de poder y dominación. Partíamos de una reflexión general buscando lo que había de verdadero y auténtico en la ideología del "lenguaje políticamente correcto" para encontrarnos con este efecto real de las categorías sobre la vida de la gente. Después hemos visto cómo las categorías de los "Otros" sirven para configurar intereses colectivos hacia dentro o hacia fuera de un determinado grupo; puesto que estos intereses son muy variables, las categorías son también muy elásticas y flexibles (a pesar de nuestra tendencia a tomarlas como ideas platónicas de contenido inmutable).

El hecho de que sean flexibles no impide que estén firmamente asentadas en nuestra manera de hablar y de pensar, reproduciéndose continuamente a través del lenguaje y la acción y haciendo más y más verdaderas y materiales las diferencias entre las personas por razón de su (nuestra) pertenencia a "grupos imaginarios". Pero la flexibilidad hace que la carga emocional vinculada a cada categoría sea variable, desde el más absoluto desprecio hasta las formas más sutiles de distinción.

He cogido la costumbre excéntrica de leer en los parques en lugar de encerrado en casa. Creo que es una sana costumbre por diferentes razones y una de ellas es la posibilidad de acceder a material antropológico inédito, dado que alguna gente grita tanto que es imposible no escuchar sus conversaciones, que no hemos de considerar "intimidad "debido al volumen de voz empleado. Hace unas semanas, una chica joven se acercó con su sobrina preferida, de 6 años, al banco donde estaban sentados unos amigos suyos. En un momento dado, la niña debió coger una colilla o algo así y su tía la reprendió: "Eh. ¡No toques eso! ¡Eso es mierda! Como los moros. ¿Qué son los moros? Mierda. Pues lo mismo el tabaco. Moros mierda. Tabaco mierda. Como los moros". La frase se planteó con total y absoluta espontaneidad y sin la conciencia de culpa que acompaña a las manifestaciones "políticamente incorrectas" en otros contextos sociales. Es sólo un ejemplo. Todos escuchamos diariamente muchas cosas como esta a veces en broma, a veces en serio, a veces medio en broma medio en serio y en boca de gente normal y corriente, no necesariamente de cabezas rapadas embrutecidos. Así es como se reproducen, tranquila y cotidianamente, sin sobresaltos y entre chistes, las categorías del desprecio. Creemos que el desprecio se circunscribe a las manifestaciones más extremas del racismo y se nos puede escapar su funcionamiento real.

Esta niña de 6 años ya ha sido socializada en una equivalencia moros = mierda = tabaco. Es posible que esto influya sobre ella de manera directa y palpable. Pero también puede que no. Puede que termine fumando dos paquetes de tabaco negro al día y casándose con un "moro." Pero, aún así, su espacio de significados estará colonizado por esta equivalencia, no sé si me explico. El sistema de categorías que conforma el pensamiento mantendrá la conciencia de la categoría denigrada. Es como una especie de gen, que se expresa o no se expresa en función de un contexto determinado y, si se expresa, puede hacerlo también de diversos modos en función de las circunstancias y en cualquier caso, se sigue reproduciendo.

Las expresiones más destacadas de las categorías del desprecio son las manifestaciones de racismo radical, abiertamente rechazadas por el conjunto de la sociedad; pero estas manifestaciones especialmente violentas y socialmente disfuncionales no pueden analizarse de manera separada del sistema de dominación étnica del que forman parte como resultado patológico (de la misma manera que la violencia de género es una manifestación patológica de un sistema mucho más cotidiano de dominación de la mujer). Los participantes en los sucesos racistas de "El Ejido" no eran monstruos inhumanos, sino personas perfectamente normales que, en un contexto estructural determinado -posiblemente, la integración de los marroquíes a la pauta "nacional" de acceso a la propiedad de la tierra- reaccionaron de una manera patológica. Pero las categorías del desprecio operan de manera mucho más cotidiana, lo que sucede es que para entenderlo nos tenemos que quitar esa visión platónica y discreta de las categorías.

Uno puede gritar en el apogeo de cualquier banquete familiar que los moros son una mierda y llevarse muy bien con el moro X, que le suministra el hachís, le pasa bien y además es güena gente. En la práctica humana es perfectamente compatible. Pero el "gen" sigue allí y se activa en un momento determinado (pongamos la dificultad para encontrar plaza en el colegio para sus niños o sufriendo una cola de urgencias), para indicar al cerebro cuál es (y cuál debe ser) el grupo subordinado. Las "categorías del desprecio", cargadas de emotividad negativa, se activan en determinados momentos para producir solidaridad excluyente o simplemente, para excluir, total o parcialmente, de la solidaridad.

Ahora bien, ¿cómo reaccionar ante esta dinámica? A mi juicio, no resulta demasiado útil que nos convirtamos en censores del lenguaje y perseguidores del chiste o el comentario racista. Y no es útil porque estas categorías son, como he intentado explicar, producto de unas relaciones reales de dominación; mientras estas relaciones se mantengan, estas expresiones van a seguir aflorando, de un modo u otro. Como contaba hace ya tiempo, la "demonización del racista" sólo provoca que el racismo se nos cuele en el salón principal por la puerta de atrás. De lo que se trata es de evitar el efecto de reproducción de la desigualdad que generan las categorías del desprecio. Para ello, en primer lugar, es necesario que nos hagamos muy conscientes del funcionamiento del proceso. En segundo lugar, es preciso plantear discursos alternativos y categorías alternativas que puedan contrarrestar este efecto reproductor, que puedan cuestionar las categorías del desprecio y abrir un espacio más amplio para la percepción del otro que nos permita producir mecanismos de solidaridad incluyente. Es decir, no se trata de escandalizarse ante todas las manifestaciones de desprecio (aunque a veces el escándalo es muy oportuno), sino más bien de lanzarnos a esta batalla en el mundo de los símbolos, tanto en broma como en serio.

En cualquier caso, más allá del efecto emotivo de las categorías del desprecio (aunque con ayuda de éste) la distinción Nosotros/Otros opera también cuando se utiliza de manera aparentemente más neutra para excluir artificialmente a muchas personas de la solidaridad. Especialmente en contextos como el de la crisis económica. Este efecto es quizás más sutil. Intentaré explicarlo en las próximas entradas.