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lunes, octubre 22, 2007

LOS CARNICEROS DE UTOPÍA (I): EL EFECTO LLAMADA

De aquí se lleva al mercado la carne limpia y despiezada por los criados o siervos. Los utopianos no consienten que sus ciudadanos se acostumbren a descuartizar a los animales. Semejante práctica, según ellos, apaga poco a poco la clemencia, el sentimiento más humano de nuestra naturaleza.
TOMÁS MORO: Utopía

Imaginad que un día nos levantamos por la mañana y resulta que todos los extranjeros han desaparecido sin dejar ningún rastro. Aquí en provincias no lo notaríamos inmediatamente, pero en los cinturones de las grandes ciudades probablemente se palparía un extraño vacío en las calles, los autobuses, los metros y los colegios. El efecto en nuestra economía de esa hipotética desaparición repentina de más de cuatro millones de trabajadores y consumidores sería, sin duda, devastador. No me parece ninguna casualidad que los últimos años de "bonanza económica" en España hayan coincidido con un incremento espectacular de la inmigración; no ha habido sólo un efecto salida, sino también un efecto llamada del mercado de trabajo. Como aquí hablo un poco de todo sin saber, voy a intentar pelearme con la dimensión económica de este fenómeno.

Es evidente que los "inmigrantes" cuentan -y mucho- como consumidores; no sólo alquilan viviendas, sino que ya también las compran, y asimismo consumen muchos otros bienes y servicios de todo tipo; de hecho, incluso hay empresas o actividades que aletean en torno al mundo de la migración como nicho económico (las remesas, las comunicaciones internacionales, ese estante en el supermercado con productos latinoamericanos que se dirige preferentemente a ellos, etc.) Sin embargo, el efecto económico "positivo" más patente de la presencia de los migrantes es el aporte de su fuerza de trabajo; lo que buscaba nuestra economía era -básicamente- trabajadores: a su vez, la respuesta de los migrantes ha permitido que la economía siguiera creciendo y siguiera llamando más trabajadores. No obstante, el panorama es muy distinto al que vivieron los emigrantes españoles que marcharon a Alemania, Francia o Suiza hace unas décadas y que fueron llamados expresamente para satisfacer los intereses de las economías de estos países.

Sabemos que ahora vivimos en una sociedad postindustrial, en la que han desaparecido gran parte de los empleos de la industria tradicional. Seguramente, un gran número de empleos industriales se han perdido debido a las ganancias de productividad que implica el progreso tecnológico, que exigen una menor intensidad del uso del trabajo. Otro factor importante de "desindustrialización" es la deslocalización de la producción industrial, normalmente hacia el llamado "Tercer Mundo" en búsqueda de reducciones significativas de costes (sociales, medioambientales, burocráticos, etc.) En cambio, la importancia de los servicios sigue creciendo. La población demanda un buen número de servicios, en mayor medida cuanto mayores son sus niveles relativos de bienestar; muchos de estos servicios se prestan personalmente, en condiciones de proximidad y por tanto no se pueden deslocalizar. Se mantienen también los negocios "pegados a la tierra", la agricultura (aunque sus productos sí que pueden importarse en cierta medida) y la construcción, que sigue siendo, de momento, el principal motor de nuestra economía. Muchas de estas actividades económicas, especialmente aquellas que hacen un uso más intensivo del factor trabajo (construcción, hostelería, servicio doméstico, agricultura...) y que por eso mismo concentran gran parte de los empleos, se "pueblan" entonces de inmigrantes; parece claro que estamos ante la otra cara de la "globalización".

Uno de los problemas que tienen los mercados de trabajo de las sociedades postindustriales es lo que se conoce como el "mal de coste de Baumol". Sucede que en muchas actividades económicas, normalmente del sector servicios y en actividades prestadas de manera personal, se hace un uso muy intensivo del factor trabajo, por la propia naturaleza de estas actividades. Ello implica que el crecimiento de productividad derivado del progreso tecnológico es muy reducido y que el valor añadido de cada unidad de trabajo es muy escaso. Así, para que la inversión de capital resulte rentable, es "necesario" mantener unos costes sociales muy bajos.

Si el mercado de trabajo de estas actividades se desregula, entonces los salarios para estos puestos serán relativamente bajos y las condiciones de trabajo relativamente malas; al margen de las consecuencias sobre la vida de las personas, esto puede implicar también que en un momento dado nadie quiera realizar estas tareas y los servicios desaparezcan. Por otro lado, si el mercado se controla, manteniendo los salarios altos, por una parte se incrementarán las tasas de desempleo, porque desaparecerán o dejarán de aparecer estos puestos; por otra parte, el precio de los servicios se elevará, de manera que mucha gente no podrá permitírselos, especialmente si está en desempleo, lo que puede implicar efectos secundarios sobre la economía (por ejemplo, la disponibilidad de empleo doméstico, las guarderías e incluso la restauración pueden afectar a la integración de la mujer en el mercado de trabajo.) Al margen de las posibilidades de intervención estatal, mediante la subvención o la prestación de "servicios públicos", las sociedades postindustriales parecen estar arrastradas a una difícil decisión -planteada aquí en términos burdos y poco matizados- entre mercados desregulados con altas tasas de empleo (como en EEUU) o mercados regulados con altas tasas de desempleo (al estilo de la Europa continental.)

Sospecho que en toda esta problemática se esconde la raíz de la "llamada". Los migrantes han servido como una especie de "válvula de escape" de la economía, los "carniceros de Utopía" que hacen el trabajo sucio para que el sistema siga funcionando. Así, se ha conseguido que los niveles de empleo de los nacionales suban, sin que estos asuman el lado más duro de la precariedad. No se trata, por supuesto de ninguna "conspiración" consciente, sino del resultado global e impersonal de toda una serie de causas y efectos producidos por la acción separada de individuos y grupos. Ocupando los puestos de escaso valor añadido y soportando condiciones de trabajo comparativamente penosas, los migrantes han permitido que la economía y los sectores que hacen un uso más intensivo del factor trabajo sigan creciendo; este crecimiento ha permitido la creación de muchos otros puestos de trabajo en estos sectores, la reactivación de otros sectores y al mismo tiempo, ha permitido que el precio de estos servicios sea accesible a un mayor número de ciudadanos -un ejemplo claro es el del servicio doméstico-, produciendo mayores niveles de bienestar. Así, el fenómeno ha revertido en gran medida en beneficio de los ciudadanos españoles. Aunque, desde luego, lo que ha aumentado desmesuradamente en este período de bonanza económica ha sido el beneficio empresarial (o, para ser justos, los beneficios empresariales de algunos, dado que quizás deberían desagregarse los resultados globales.) Al mismo tiempo, seguramente también por otras razones, el crecimiento de los salarios ha sido débil en comparación con la subida de los precios.

Para comprender este proceso de reestructuración es preciso detenerse en las diversas formas por las que se articula esta redistribución de los empleos. ¿Aceptan los migrantes los trabajos que "nadie quiere"? ¿"Nadie quiere" los trabajos que aceptan los migrantes? ¿Por qué? ¿Cómo se mantiene la precariedad entre los españoles y en qué se diferencia? Lo veremos en la próxima entrada, que quizás esta vez tardará más de una semana en nacer, porque tengo que ocuparme de otras cosas. Hasta entonces, pues.

domingo, octubre 14, 2007

EL "EFECTO SALIDA"

Como decíamos en la entrada anterior, si verdaderamente consideramos los fenómenos migratorios en su globalidad, contemplando también lo que sucede en los países de origen, entonces, no sólo nos tenemos que ocupar de los posibles "efectos llamada", sino también de los poderosos "efectos salida". Es cierto que si los migrantes se desplazan a los países ricos (aunque no sólo a ellos), ello puede deberse, en parte, a determinados condicionantes estructurales de los mercados de trabajo de éstos -este es el "efecto llamada" más potente de todos-, pero es muy dudoso que si estos condicionantes no existieran la gente fuera a dejar de venir.

Además de las razones "personales" para migrar que mencionábamos en la entrada anterior, puede haber otras causas que motiven a alguien a salir de su país, como por ejemplo, ser perseguido o huir de una situación de inseguridad o de un régimen dictatorial aunque no se señale directamente con el dedo al "refugiado"; pero es evidente que las causas profundas de las migraciones masivas entre países pobres y países ricos derivan básicamente de las enormes desigualdades económicas que existen entre unos y otros. Las teorías neoclásicas explican las migraciones como un proceso de reajuste entre regiones que presentan un elevado diferencial salarial y, aunque esta explicación debe complementarse con otras y vincularse a otros aspectos además del salario como las expectativas de acceso a la sanidad y a la educación o la esperanza de vida, no deja de ser cierta. Por otra parte, las elevadas tasas de desempleo (y en especial de desempleo juvenil) que existen en algunos países pueden implicar mecanismos de expulsión de trabajadores fuera del mercado de trabajo nacional.

El progreso de los transportes y de las comunicaciones condiciona en gran medida las migraciones modernas, al reducir progresivamente las posibles limitaciones que la distancia geográfica impone a la interacción. Las personas que viven en países pobres son cada vez más conscientes, o incluso plenamente conscientes, de las diferencias de oportunidades y de expectativas acerca del bienestar que existen en unos y otros países. Al mismo tiempo, este dato objetivo se trabaja culturalmente, se "mitifica", se convierte en una Tierra Prometida, un supuesto Paraíso futuro que espera a los audaces. Así los jóvenes senegaleses, cuando les advierten de los riesgos del viaje, pueden gritar: "Barça wala barsaj": "Barça o muerte". El "Barça" encarna simbólicamente todos los sueños, las esperanzas, las ilusiones, el triunfo y la gloria futura, mientras que la "muerte" no es metáfora de nada, sino la descarnada muerte misma. Asimismo, el progreso de los transportes hace que el viaje sea comparativamente más accesible, barato y sencillo (afirmación que puede interpretarse como un insulto para las tremendas odiseas de algunos, pero son gajes de contemplar el asunto desde la perspectiva global). Por otro lado, también son cada vez mayores las interacciones entre los que ya emprendieron el viaje y sus países de origen (contacto telefónico o internauta, remesas, viajes ocasionales de aquellos que están regularizados...), de manera que tienden a formarse redes que traspasan el umbral de las fronteras y organizan estretégicamente los proyectos migratorios.

Si las desigualdades internacionales son abismales y las antípodas están cada vez más cerca, es de esperar que la presión migratoria continúe creciendo hasta niveles que provoquen desequilibrios de distinto tipo en los países de origen y de acogida. Si nos ponemos un poco apocalípticos (y nos centramos sólo en la parte negativa), las contradicciones del capitalismo global amenazan con estallarnos en la cara, dado que no podemos mantener por más tiempo alejada la pobreza del portal de nuestras casas. Por supuesto, no hay que dar por hecho que estas profecías escatológicas se vayan a cumplir literalmente, aunque algo de verdad empírica haya en el mito; hace tiempo, un tipo muy listo llamado Karl Marx predijo que el capitalismo se iba a hundir arrastrado por sus propias contradicciones y todavía lo estamos esperando: los sistemas sociales tienden a evolucionar para garantizar su supervivencia. Seguramente, la adaptación del sistema pase por una progresiva redefinición de las relaciones económicas internacionales.

Entretanto, los países ricos (también los pobres, pero con menos eficacia), cierran sus fronteras y se protegen de la circulación de personas, lo que seguramente deriva de una necesidad estructural, pero no deja de provocarnos "mala conciencia" porque choca con una vieja intuición moral: el ius communicationis. Al mismo tiempo, sabemos que estas medidas son parcialmente ineficaces, que los desplazamientos masivos de población son inherentes a nuestros tiempos interesantes; aunque la problemática es muy diferente, y por tanto, la analogía muy burda, da que pensar que las drogas ilegales lleven tanto tiempo prohibidas y sin embargo entren por todas partes: las políticas migratorias más restrictivas a veces implican simplemente que la gente modifique sus estrategias migratorias, adoptando vías más arriesgadas, que a veces los deshumanizan para convertirlos en "mercancía" ilegal. Para conjurar esta mala conciencia y esta parcial ineficacia, todos nos acordamos de vez en cuando del "efecto salida"; nos refugiamos entonces en una utopía que a lo mejor no estamos dispuestos a realizar con todas sus consecuencias: "para que la gente no se vea obligada a emigrar, hay que trabajar por el desarrollo del Tercer Mundo".

Esta frase es una gran verdad, pero como todas las grandes verdades se puede convertir en una idea platónica inalcanzable que nos exime de enfrentarnos con la realidad; no es raro que esta frase se utilice como zanahoria (podrida) para atestar un palo a través de las restricciones migratorias. Hace poco leí en el programa de un partido xenófobo la necesidad de fomentar el desarrollo de los países pobres para frenar la migración; así que es algo en lo que todos, todos estamos de acuerdo. Yo, por mi parte creo que contribuir al desarrollo económico es una cuestión ante todo de justicia y de dignidad humana, aunque es cierto que algún protagonismo va a tener la configuración un cierto reequilibrio de las desigualdades internacionales en la evolución del capitalismo para adaptarse a estos nuevos tiempos interesantes. Ahora bien, muchos "planes África" hacen falta para que este continente se ponga al nivel de Latinoamérica, que sigue "expulsando" migrantes; parece que el cambio necesario es más radical y llevará más tiempo. No es la panacea, pero seguramente el camino está en una progresiva supresión de los aranceles proteccionistas para los productos venidos de estos países, es decir, en una aplicación real de la libre competencia. Pero hay que tener en cuenta que esto podría provocar algunos desequilibrios económicos y sociales en el seno de los países ricos que es preciso prever y abordar.

viernes, octubre 05, 2007

VINIERON DE ALGÚN SITIO

Si digo "migración" y no "inmigración" no es por casualidad o capricho, pero tampoco para cumplir con un catecismo políticamente correcto (usen ustedes lo que las palabras que más les apetezcan). Lo hago simplemente como ejercicio que me recuerde continuamente que hay vida más allá de mi ombligo. Siempre es de aplicación el famoso cuento de los "ciegos y el elefante", ya que no es raro -en todos los aspectos de la vida- que la realidad se nos escape de la vista porque estamos "demasiado" preocupados por el fragmento de la realidad que tenemos delante de nuestras narices.

Así, por ejemplo, nos puede parecer que las migraciones internacionales de nuestra era son básicamente un movimiento de población desde los países que metemos en la etiqueta de "Tercer Mundo" hasta los países que pertenecen al selecto club de los más desarrollados, ignorando por el camino que la mayor parte de los movimientos de población se producen entre los países que desde "aquí" consideramos pobres. Pero sobre todo se nos puede olvidar en la práctica la obviedad de que los IN-migrantes que tenemos delante son también E-migrantes; o sea, que "vinieron de algún sitio".

Así, por ejemplo, cuando pensamos en las consecuencias -positivas y negativas- de las migraciones sobre las personas y sobre la sociedad, hemos de pensar también en los países de origen. Difícilmente puede negarse el impacto globalmente positivo -y a veces tremendamente significativo- que suponen las "remesas" enviadas por los emigrantes, al activar el consumo y en muchos casos la inversión, para levantar la economía de los países pobres. Aunque definitivamente hay gente para todo (en este caso, sesgados por posiciones xenófobas). El mito del indiano, o sea, del emigrante que vuelve a su tierra con una fortunita y monta un negocio no se cumple tanto como se sueña, pero sí que se verifica algunas veces; y eso supone no sólo creación de empresas, sino también de conexiones internacionales. Asimismo la emigración también puede contribuir a contener el desempleo en los países emisores, como de hecho sucedió en su tiempo en España.

Pero también hay consecuencias negativas, claro, incluso en el nivel macro, más allá de las historias personales y de las familias fragmentadas. Un día me dijo un colega marroquí que si abrieran la frontera de España, se vendrían "todos" [es decir, muchísimos] para acá; inmediatamente pensé, claro, en las profecías catastróficas sobre un país sobrecargado por masas de inmigrantes a los que no puede acoger. Hoy se me ocurre de pronto que a los marroquíes (también a los que vienen aquí) tal vez les importe también lo que pasaría con su país si éste fuera abandonado por millones de personas. Por supuesto, si no nos vamos a un futuro apocalíptico, sino a nuestros propios tiempos interesantes, sí que existen las fronteras, de manera que nunca se van "todos", pero a lo mejor en muchos sitios, los que tienen oportunidad de irse no son precisamente los que están en los márgenes más extremos de los países periféricos (esa migración, la del hambre y la miseria más extremas, existe, pero pienso que se reparte entre los pobres apenas llega a los países ricos). A pesar de la especial saliencia que muestran las pateras o cayucos, por tratarse de situaciones especialmente sangrantes y extremas, la inmensa mayoría de los migrantes (es decir, el 95%) accede a nuestro país en avión o en autobús; y, en todo caso, el pasaje para el peligroso viaje en una patera no sale precisamente gratis. En muchas ocasiones suelen tener la oportunidad de venir a nuestra protegida fortaleza los que en términos comparativos consiguen disponer de algunos ahorros, de algunos recursos económicos, sociales y cognitivos; es decir, en parte, los que podrían llegar a constituir una "clase media". Es muy discutible la calificación, pero tal vez también pueda decirse que en muchos casos los que se marchan son precisamente -en el lenguaje de los valores de nuestra sociedad- los más "emprendedores" y "dinámicos", los que asumen riesgos con cierta ambición (los que por tanto son más capaces de estructurar una pequeño-burguesía capitalista).

A veces también, se marchan precisamente los trabajadores más cualificados, los que tienen estudios avanzados o los que saben hacer algo muy específico. En parte porque al gozar de mayor cualificación aumentan las posibilidades de tener algunos recursos económicos, sociales y cognitivos con los que acceder al fortín europeo, por ejemplo, para obtener un visado de turista. En parte porque aumentan las expectativas sobre su propia carrera profesional, que a veces son muy escasas en los países de origen (y aunque en muchos casos terminen subempleados en el país de acogida, probablemente compense el negocio). En parte porque desde los países ricos estamos estimulando este tipo de migración por "nuestros" propios intereses.

Desde un punto de vista individual, es decir, personal, nada hay que reprochar a alguien que, viviendo en un país de escasas oportunidades económicas, cuando consigue reunir alguna cualificación corre a buscar sus sueños a un lugar más propicio; está claro, tiene tanto derecho como cualquier otro a "buscarse la vida".

Pero globalmente y desde el punto de vista más frío e impersonal de los cálculos económicos, hay que considerar el problema de algunos países con pocas oportunidades de formación y mucha necesidad de personas cualificadas (especialmente en África), que, a causa de la "fuga de cerebros" pierden gran parte de su mejor "capital humano" y, en su caso, de la inversión efectuada en unas instituciones educativas todavía bastante precarias. Así, no dejo de sentir admiración por gente como un amigo peruano, que vino a España con objeto de aprender y obtener una formación con la que contribuir a levantar su país, y tras pasar varios años en España, decidió firmemente volver para cumplir sus promesas patrióticas, aunque contaba con incentivos de todo tipo para quedarse (quien me dijo a mí, agnóstico de patrias, que un día iba a admirar el patriotismo).

Somos conscientes, claro está que el problema de fondo es que no vivimos en un mundo "ideal" donde no hay fronteras y donde la gente emigra simplemente porque quiere conocer mundo, porque quiere probar suerte en otro sitio, porque su vida llega a un punto muerto de bloqueo y sienten que tienen que marcharse a empezar de nuevo en otra parte, porque reciben una interesante oferta de trabajo, o bien para reunirse con familiares o personas amadas. Sabemos que hay mucha gente que se marcha a vivir muy lejos por estas razones (seguro que conocemos casos). Pero también sabemos que éstas no constituyen las principales causas de las migraciones masivas de nuestro tiempo. Así pues, para intentar contemplar el elefante entero, no sólo hay que pensar en los eventuales "efectos llamada", sino también en el "efecto salida".