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sábado, noviembre 25, 2006

DE LA "CULTURA OCCIDENTAL" A LA "RACIONALIDAD MODERNA"

Si hay una expresión ambigua, general, abstracta, casi vacía de contenido que convenientemente podemos ir rellenando de lo que nos interesa en cada momento, esa es la expresión "cultura occidental". No digo que esté prohibido utilizarla, pero, si lo hacemos, tenemos que ser conscientes de sus enormes limitaciones.
-Primero: tiene el problema de cualquier definición de una "cultura" dada: el peligro del "esencialismo", que ya hemos tratado en otras ocasiones.
-Segundo: cuanto más amplio sea el grupo del que se predica la "cultura" más inexacto es el término. En este caso, parece que nos referimos a mil o a miles de millones de personas
-Tercero: se define por oposición a un "Oriente" imaginario y simplificado. Un "oriente" que no está en oriente, sino en todas partes. De esta manera, en un discurso autorreferente, se construye la definición de "cultura occidental", por oposición a lo que creemos que son los Otros; y terminamos concibiendo a los "Otros" por oposición a nuestro propio concepto simplificado de la "cultura occidental", cayendo en estereotipos sencillos y en visiones idealizadas de nuestra cultura que no tenemos en la vida cotidiana. Aunque en la vida normal somos capaces de ver las diferencias dentro de los "occidentales", los Otros quedan simplificados en un mismo saco (o en un número muy limitado de sacos) que se presume homogéneo, ignorándose las profundas diferencias culturales en su seno. Esto es lo que se llama en Psicología Social: "percepción de heterogeneidad del endogrupo e ilusión de homogeneidad del exogrupo" y es una tendencia general que se aplica casi a cualquier cosa.
-Cuarto: divide la realidad en función de un principio geográfico, enormemente inexacto. Así, podemos ser incapaces de ver los rasgos de "cultura occidental" que puede tener un país africano o un terrorista islámico (sencillamente porque los hemos situado al otro lado del abismo) o los rasgos de tradición premoderna que subsisten en los países "occidentales" -que se parecen a los rasgos premodernos de muchos otros sitios.
-Quinto: mezcla confusamente lo que es "evolutivo" (y por tanto implica una superioridad fáctica, que no moral) y lo que no lo es. Los antiguos evolucionistas, por ejemplo, describían una evolución de las "religiones" (y por supuesto, el "cristianismo" era más "avanzado" que la religiosidad primitiva, aunque algunos propugnaran su desaparición). Ciertamente, distintas estructuras sociales e infraestructuras económicas implican también distintas formas ideológicas o religiosas, pero a veces la conexión se muestra de manera demasiado simple.
El "cristianismo", por ejemplo, se considera habitualmente como uno de los rasgos más básicos de la "cultura occidental" pero ello no significa que sea una forma más "evolucionada" que otras religiones -en el sentido de "eficaz en la adaptación al medio". El éxito en su difusión puede deberse en parte a su vigor simbólico, pero mucho más claramente está determinado por su asociación histórica con sociedades "modernas", que siempre tienen las de ganar. No creo que el "cristianismo" haya influido significativamente en el triunfo de los europeos en el plano de los hechos; sí lo han hecho las relaciones reales de poder y también una serie de rasgos socio-culturales que quizás podríamos englobar en otra macro-categoría menos imprecisa: la "racionalidad moderna". A base de convivir con ella, el "cristianismo" se ha contagiado en parte de la racionalidad moderna (y sobre todo de sus antecedentes), pero también ha convivido con muchas otras pautas y se ha adaptado a ellas; en muchas ocasiones, el cristianismo y otros rasgos de la "cultura occidental" operan incluso como supervivencia de tradiciones premodernas.
Hablar de "cultura occidental" no tiene mucho sentido ni utilidad en la mayoría de los casos. En cambio, hablar de "racionalidad moderna" nos ayuda a entender mucho mejor algunos de los conflictos socio-culturales de nuestro tiempo: el conflicto entre tradición y modernidad que se produce en los países occidentales sobre todo a partir de la industrialización y que en cierto modo es la raíz del pensamiento sociológico, el que se produce actualmente en todos los países del mundo -pues la implacable modernidad ya lo ha cubierto todo-, el que se produce en los desplazados del campo a la ciudad en los países pobres y también el que pudiera producirse en los países ricos como consecuencia de la llegada de inmigrantes, que ya están indudablemente "modernizados", pero en distinto grado o de diferente manera. Sigue siendo una simplificación, pero ésta me parece bastante más útil.

sábado, noviembre 18, 2006

SALVAJES, BÁRBAROS, CIVILIZADOS

Hay quien dice que no hay "choque de civilizaciones" sino el viejo conflicto entre civilización y barbarie (o salvajismo), tema mítico donde los haya, el dios Ra destruyendo las serpientes del Caos en su paso por el Infierno, el Faraón destruyendo a los pueblos bárbaros. Por supuesto, Civilización siempre somos Nosotros y los bárbaros o salvajes siempre son Ellos, seamos quienes seamos; y si alguna vez entre Nosotros se hace algo que no nos gusta, lo calificaremos como una "barbaridad", como un "acto de barbarie", o como una "salvajada" y apreciamos, por contra, un comportamiento "civilizado".

Antes de que Boas pusiera de moda la noción particularista de "culturas", predominaba entre los pioneros de la Antropología una noción distinta de "cultura" (la definición más famosa es la que propuso Tylor). A partir de una metáfora agraria (la cultura era el fruto de haber "cultivado" el espíritu), se empezó a hablar de la "cultura" como un producto general de la actividad humana. Desde esta perspectiva, la "cultura humana" era una sola cosa y se trataba de un proceso de acumulación en la historia de la humanidad que atravesaba diversos estadíos evolutivos (normalmente llamados "salvajismo", "barbarie" y "civilización"). En cierto modo, en función de su posición en la escala evolutiva, las sociedades podían tener más o menos "cultura". Todavía hoy seguimos diciendo que una persona "tiene cultura" o "es culto" o es "inculto", lo que concuerda con el origen etimológico ("cultivar" el espíritu), pero también con esta noción acumulativa. Lógicamente, esto no tiene nada que ver con las definiciones modernas, que, recordemos, hablaban de la cultura como un contexto que da sentido a la acción humana.
Como decíamos en otra entrada, antes de Boas prácticamente toda la reflexión social era "irreflexivamente" racista. Así que lógicamente los civilizados eran superiores a los bárbaros y los bárbaros a los salvajes. En aquellos tiempos se confundía "evolución" con "progreso"; "evolución" es una simple descripción de lo que sucede (como sucede con la evolución de las especies), mientras que "progreso" implica una visión positiva del cambio. Este salto nunca debe ser automático, o se cae en la "falacia naturalista": convertir juicios de hecho en juicios de valor automáticamente, sin pagar peaje. Que algo suceda no implica necesariamente que nos parezca bien.
Ahora bien, la "cultura" tiene una clara dimensión adaptativa (de hecho, los materialistas culturales tienden a considerar las pautas culturales en función de su contribución a la adaptación al medio). Cuando una pauta determinada supone un triunfo del ser humano sobre el medio, una mayor independencia, tiene tendencia a propagarse, a triunfar y a sustituir a las viejas prácticas, menos eficaces. Dada la importancia que la adaptación tiene para los seres humanos, la "eficacia empírica" de una práctica, una vez advertida, tiene un valor en cierto modo universal (una vez esta eficacia se demuestra). Aquello que funciona, que tiene éxito, que se corresponde con la realidad, que logra incrementar la producción, etc., tiende a perpetuarse (a base de conquistas, de colonizaciones, de eliminación del enemigo, de difusión, etc.) Esto nos puede parecer bien, mal o regular -y casi siempre nos parecerá bien lo que nos funcione a nosotros mismos-, pero de un modo u otro, es lo que sucede y seguirá sucediendo de manera implacable.
En este sentido, aunque abandonada la noción esencialista y etiquetadora de las "culturas", sí que puede decirse que hay prácticas culturales "superiores" a otras desde el punto de vista de los juicios de hecho: aquellas más eficaces para adaptarse a un medio o contexto concreto, o a una diversidad de medios. Ahora bien, esta superioridad "empírica" dista mucho de una eventual superioridad "moral", aunque a nivel individual los seres humanos tendamos a quedarnos con lo que nos resulta más eficaz a nosotros si nuestro conocimiento sobre lo que es eficaz es acertado.
El cambio de la "barbarie" a la "civilización", por ejemplo, supone un aumento enorme de la producción, pero al mismo tiempo la introducción de fuertes desigualdades sociales y de la esclavitud; ¿es eso "bueno" o "malo"? Una vez más, los juicios de valor no son verificables, dependen de nuestra experiencia (que a su vez está condicionada, por supuesto, por nuestro contexto cultural). Por más que señalemos que el Holocausto nazi fue un acto de "barbarie", por más que consideremos que los atentados del 11-M o del 11-S eran reductos de un fanatismo medieval, por más que nos parezcan una "salvajada" las bombas de Hirosima y Nagasaki, no podremos cambiar la cruda realidad de que estos hechos sólo tienen sentido en el seno de la "civilización" y no de cualquiera, sino de la "civilización moderna", de la modernidad; y no sólo en los aspectos tecnológicos, sino también en los burocráticos, en los organizativos: en toda la "tecnología social" que implica una mayor eficacia... en este caso letal eficacia dirigida perfectamente a la muerte de otros seres humanos.
La eficacia empírica no es un autómata fácil para decirnos lo que tenemos que hacer. Esto pone en su sitio el sentido de la superioridad de la "cultura occidental". A estas alturas, ya somos conscientes de lo inconsistente de este término. Pero quizás podamos seguir profundizando un poco...

viernes, noviembre 10, 2006

ETIQUETAS ÉTICAS ÉTNICAS

Imagen obtenida en http://www.fractal.com.ve

Aunque les tenga una cierta manía personal, seguro que las "etiquetas sociales" sirven para algo; sobre todo si se plantean como instrumento para profundizar reflexivamente sobre nuestra propia identidad. ¿Qué significa para los que así se califican ser "musulmán"? ¿Ser "liberal"? ¿Ser "de izquierdas"? ¿ser "español?, ¿ser "mujer"?, etc.

Pero en la discusión ética y política, las etiquetas son frecuentemente un lastre: en primer lugar, desvían continuamente la conversación desde los contenidos que se pretendían debatir hacia las supuestas características personales de los interlocutores; en segundo lugar -y es lo que me interesa destacar-, conducen a argumentos circulares en los que tendemos a camuflar nuestros intereses (materiales o simbólicos) situándolos en la etiqueta que nos resulte más oportuna. Casi nadie es partidario de la "Injusticia" y casi todos nos llenamos la boca defendiendo la "Justicia"; si fuera sólo por la etiqueta, estaríamos todos de acuerdo. Y sin embargo, aquello que metemos en la "caja" de la Justicia diverge de una persona a otra y casi siempre está condicionado por sus intereses. Argumentar a base de etiquetas es muy cómodo: nos permite evadirnos del pronunciamiento sobre contenidos concretos. Y es más cómodo cuanto más amplias, ambiguas y omnicomprensivas son nuestras etiquetas: no hay nada como generalizar acerca de los "musulmanes" -refiriéndonos a unos 1200 millones de personas pertenecientes a grupos étnicos y contextos sociales, económicos y culturales muy diversos-, salvo quizás dedicarnos a hacer grandes declaraciones sobre la presunta "cultura occidental" (a la que dedicaremos otras entradas). De este humus se nutren el "choque" y la "alianza" de civilizaciones: de una concepción "esencialista cultural" que habla de las "civilizaciones" como si fueran cosas tangibles y separadas, que "existen" como existe un árbol o una piedra y no categorías construidas socialmente en función de la perspectiva y de los intereses de cada uno.

Es muy fácil argumentar que una "cultura" es "superior" a otra; de la misma manera es sencillo argumentar que "todas" las "culturas" son "iguales"; un buen sofista puede defender ambas cosas, incluso partiendo de unos valores comunes y consensuados. Puesto que las "culturas" son categorías artificiales para generar conocimiento, basta con definirlas de la manera que más nos interese.

Por ejemplo, si nos interesa emprenderla contra los "musulmanes" (para justificar determinados intereses materiales o para tener un "Otro" al que oponernos con objeto de obtener identidad social positiva), basta con meter en el saco del Islam todo aquello que realicen personas adscritas a esta religión: ya sea la mutilación genital femenina, el burka, el terrorismo "islámico", o incluso cosas tan alejadas de la religión como los disturbios parisinos (ignorando los importantísimos factores socioeconómicos). El resultado del razonamiento estaba predeterminado dogmáticamente: nada ni nadie puede hacernos desistir de nuestro prejuicio; cualquier cosa que se salga de nuestra visión interesada podría interpretarse como sutiles mentiras destinadas a propiciar una futura "invasión", incoherencias de los sujetos con la "verdadera esencia" de su religión (siempre aquello que menos nos gusta de ella) o pequeñas liberalidades propias de "falsos" musulmanes o de personas en proceso de dejar de serlo.

Ante estas declaraciones, otros podemos reaccionar "a la defensiva"; es normal que lo hagan los "musulmanes", por ejemplo, si ven "agredida" su identidad (como si a alguien que se considera "de derechas" le dicen que ser "de derechas" implica por narices ser partidario del franquismo y no le parece). Pero muchos que no somos musulmanes salimos a la defensiva, en el mejor de los casos con nuestro "interés" puesto en eliminar esa degradación simbólica de las personas por adscribirlas a una etiqueta (y en el peor de los casos por adscribirnos irreflexivamente a la moda progre de turno). De una manera o de otra, nuestra defensa consiste en sacar de la "etiqueta" todo lo que no nos gusta: y así destacar que el burka no está prescrito en el Corán, que la mutilación genital femenina es una práctica cultural ajena al Islam que a veces coincide y a veces no con su ámbito de expansión, que los terroristas "islámicos" están teóricamente cometiendo "pecado" tanto por homicidas como por suicidas o que en 1991 hubo unos disturbios de inmigrantes hispanos en Mount Peasant (Washington) que recuerdan en algo a los de París en condiciones estructurales de cierta semejanza. En esta defensa se nos olvida que estamos hablando por la identidad de otros y que a este respecto son bastante más autorizadas las opiniones que tengan los musulmanes (unos y otros) que las nuestras; y que, en ciertos casos, algunos musulmanes pueden considerar que estas conductas guardan relación con su religión (ignorar esta conexión, significativa para ellos nos puede dar una visión deformada del asunto). En resumen, no ser conscientes de que simplemente nos estamos adscribiendo a la opinión que más nos interesa y que la apoyaríamos aunque fuera completa y absolutamente minoritaria.

A esta discusión sobre las "esencias" de la "musulmanidad" habrá que dedicar otras entradas. Ahora es un simple ejemplo de cómo razonando por etiquetas todo vale, vale todo. Y los discursos pueden terminar quedando vacíos de contenido por empeñarse en colgar sambenitos positivos o negativos sobre las personas en lugar de referirse DIRECTAMENTE a dilemas éticos o políticos y enjuiciar comportamientos, no colectivos. Hablemos del burka, de la mutilación genital femenina, etc., la hagan los "musulmanes", los klyprogianos o los Guerreros de la Luz (religiones inventadas sobre la marcha); y no proyectemos automáticamente sobre los Otros todo lo que no queremos, no sea que así (y al ignorar por irrelevante todo lo que no se corresponda con nuestro prejuicio) estemos precisamente dando alas a nuestros miedos.

¿Pero entonces, no puede hacerse crítica socio-cultural sin caer en la trampa? ¿Puede hablarse de conductas concretas sin utilizar la muletilla de las etiquetas? ¿No puede criticarse el Islam, el cristianismo, el liberalismo, el anarquismo, el socialismo, el comunismo, el fascismo, el nazismo, etc.? Lo importante es dónde está el énfasis, pero dónde está DE VERDAD, no formalmente, porque el razonamiento "por etiquetas" que describo opera casi siempre de manera inconsciente. Cuando el énfasis está en los comportamientos concretos, sabemos e interiorizamos que las etiquetas son sólo "muletillas" para poder englobar conceptos y que pueden tener mayor o menor consistencia estadística, pero que nunca son absolutos; así, nuestras etiquetas quedan matizadas, estamos dispuestos a dejar que la realidad nos las desmienta, en algún caso o en la mayoría. Cuando el énfasis está en los sujetos y LO IMPORTANTE SON LAS ETIQUETAS, entonces estaremos dispuestos a creer lo que haga falta para satisfacer nuestros intereses inmediatos; seremos auténticos cruzados del odio... o del "multiculturalismo"; y todo ese paraíso artificial, ilusorio, creado para sentirnos cómodos nos mantendrá sedados e incapaces de reaccionar de manera responsable y consciente ante la nueva realidad de los tiempos interesantes que se nos avecinan.

Pero antes de renunciar del todo a la pregunta-trampa de si hay culturas superiores a otras (que en mi opinión nos despista y nos aleja del trabajo intercultural realmente necesario), hay que plantearla de otra manera. ¿Pero... no hay algo en la llamada "cultura occidental" que la hace "superior" a todas las demás debido a su éxito empírico?

lunes, noviembre 06, 2006

LA NEUTRALIDAD APARENTE


Al margen de los problemas derivados del esencialismo cultural, cuando desde el "multiculturalismo" tradicional se determina que todas las "culturas" son "iguales" ¿se está hablando "desde fuera" del mundo moral? ¿más allá del bien y del mal? Como dice el ilustre Zapp Branigan, con el enemigo uno al menos sabe a qué atenerse, pero con los neutrales ¿quién sabe?

Me parece útil sacar a la palestra la distinción entre juicios de hecho y juicios de valor (yo añado un tercer tipo mixto pero no viene al caso). Los sofistas ya advirtieron que, al contrario que los juicios de hecho, los juicios de valor no son verificables empíricamente. Si yo digo "El blues mola" o "hace frío" no hay manera de comprobar objetivamente si "tengo razón"; todo lo más, se pueden convertir en juicios de hecho verificables "A Antonio le gusta el blues" o "Antonio tiene frío", o bien hacerse cálculos estadísticos para saber si a mucha gente le gusta ese tipo de música, o se puede medir la temperatura y deducir si mi sensación es anómala en comparación con la que sentirían la mayoría de las personas. Los relativistas extremos caen en la trampa de creer que, por el mero hecho de que estos juicios no son "objetivos", carecen de sentido (¡como si las personas fuéramos objetos!) y así, se niegan así mismos al negar su propia experiencia de valoración de la realidad. Por ejemplo, salvo que tengamos un día especialmente ingenuo, somos conscientes de que la razón de nuestro cariño por la gente que queremos no estriba en sus especiales cualidades objetivamente mensurables y contrastables, de manera que fueran el resto de las personas del mundo las que hubieran errado en sus preferencias; pero ello no nos impide seguirlos queriendo y disfrutar (o sufrir) esta experiencia.

El relativismo arcaico tendía a considerar que los juicios de valor eran completamente "subjetivos", lo que no es del todo cierto, dado que en realidad son "intersubjetivos", es decir, compartidos. En primer lugar, son intersubjetivos debido a la "unidad psíquica de la humanidad", es decir, al hecho de que todas las personas estamos hechas más o menos de la misma pasta; así un chirrido infernal y ensordecedor que dura una hora y hace daño al oído no podrá parecerle a nadie una música hermosa, por más vanguardista que sea, nadie tiene "calor" a cincuenta grados bajo cero y tienen que darse circunstancias muy especiales para que un padre no quiera a su hijo. En segundo lugar, son intersubjetivos porque se comunican, se difunden, se propagan, se negocian, se reformulan en distintos contextos sociales y culturales; así, al margen de teorías místicas sobre la música circulando por la "sangre", un "gitano" "español" tiene bastantes probabilidades de disfrutar del flamenco porque esta música haya formado parte de su historia personal; "el roce hace el cariño" e incluso el frío puede contagiarse en algún caso. Si el relativismo arcaico cargaba las tintas en el "subjetivismo", el relativismo "multicultural" tiende a magnificar esta influencia de la "cultura" considerada como una "cosa" homogénea que determina casi completamente la conducta del individuo. Así, lo que hacemos está determinado por nuestra "cultura", de manera que todos los juicios morales son relativos, porque son culturales y todas las "culturas" son iguales en dignidad dado que cualquier comparación que se haga entre ellas será "etnocéntrica".

Este argumento cae en la típica contradicción del relativismo extremo. Parece una opinión objetiva, científica, impersonal, al margen de todo etnocentrismo. El robot alienígena e inhumano "Neutro" con el mundo en sus manos que aparece en la ilustración. No obstante, ahora que nos hemos desembarazado de una visión esencial de las culturas es más fácil ver que los "multiculturales" están también -como todo el mundo- culturalmente condicionados. Boas y sus epígonos no surgieron del vacío de la inexistencia ni del corazón de la selva amazónica, sino de una sociedad concreta: la sociedad norteamericana a finales del siglo XIX y durante el siglo XX. Aunque hay experiencias de relativismo por doquier, el multiculturalismo tal y como lo conocemos sólo puede surgir en una sociedad funcionalmente especializada, "individualista" en el sentido de Berger y Luckman (es decir, la gente está acostumbrada a cambiar de "roles", de manera que estos no se imponen tan automáticamente como en las sociedades menos complejas y puede contemplarse el rol social con cierta distancia). Los multiculturales estaban imbuidos de "cultura occidental" -si es que el término significa algo- y también de "cultura multicultural" en la medida en que en las sociedades modernas conviven diversos patrones ideológicos, que, por supuesto, son también "culturales" en el sentido que utilizábamos en las entradas anteriores.

Así pues, la idea de que "todas las 'culturas' son iguales" es un juicio de valor, tan "subjetivo" y al mismo tiempo tan "culturalmente condicionado", es decir, tan "etnocéntrico" como la idea de que "mi 'cultura' es superior a las demás". Como tantos juicios de valor, ambas ideas se imponen a los "nativos" (es decir a las personas que operan en un marco cultural) como si fueran pura realidad objetiva, grabada a fuego en las raíces de la existencia humana. Pero no son verificables. El problema específico de la primera es que no puede evitar caer en las contradicciones lógicas del relativismo: "no hay ninguna verdad absoluta y esto es absolutamente cierto"; cualquiera que diga que todos los patrones culturales son iguales en valor debe aceptar que esa misma afirmación sea relativizada y que los nativos de las "culturas" que tú consideras "iguales" estén culturalmente condicionados para creer que esto no es cierto.

Pero entonces si en el debate ético nos ponemos de acuerdo en una serie de valores, de axiomas, de principios "superiores" a otros, ¿podríamos entonces argumentar sobre esos axiomas que una "cultura" es "superior" a otra o que, por el contrario, todas las "culturas" son iguales, en base a la densidad de estos principios que hemos considerados "superiores"? Lo veremos en seguida.